sábado, 24 de octubre de 2009

Horrible la envidia. Pero real

Le envidié su cabello rubio, su flequillo, igualito al que yo quiero, y su nariz. Y sus tetas, que si bien se notaba a la legua que eran operadas, le quedaban bien. Estaba divina, vestida a la moda. En cambio yo, con uniforme de recepcionista, un sábado a la una de la tarde: azul oscuro, pero no lindo como el que usan las azafatas, camisa blanca, con exceso nylon, chalina fucsia al cuello. Aunque a decir verdad, un poco "colocadas" las tetas, demasiado arriba, muy cerca del mentón. Quizás se las hizo hace poco y todavía no se le acomodaron, pensé. Igual, yo que ahora no lloro más por Rey, recuperé mis ochenta y ocho de contorno de antes de la tristeza, y ya no ando con los setenta y siete de hace unos meses, en los que mis huesos eran como un escudo que me protegía del mal, del desamor, del amor, de la locura.
Y el puño de su buzo gris, le envidié. Y yo con dolor de panza. Y su remera de morley blanca, que combinaba de manera perfecta con su chaleco inflable, que era gris como su buzo. Y yo con mi ojo derecho irritado, rojo, hinchado.
Y sus ojotas doradas , y sus pies sin juanetes, eso también le envidié. Y yo, con chatitas negras deslucidas porque la lluvia me las había dejado destrozadas la tarde anterior, cuando uno de esos temporales inesperados que suelen azotar Buenos Aires ultimamente, me sorprendió volviendo del trabajo, y yo no tenía por dónde cruzar, sin mojarme hasta las rodillas.
Tanta producción para ir a la manicura en una peluquería venida a menos sobre la Avenida Nazca, como si una calle de Cuba, se hubiera trasladado al barrio de La Paternal. Tiene razón Candela, si bien no viajé a ese país, apenas por las imágenes de alguna películas que pude ver, coincido con ella: La Habana en su estado más puro, a la vuelta de la esquina.
Estaba perdida en su cartera color suela, cuando de repente, me llamó Titina: y vos qué te vas a depilar?
Mientras intentaba resurgir de las cenizas del sillón marrón, sucio y destartaldado en el que me encontraba sentada, le respondí: Cavado, Titina, y mi depiladora encorbada y yo, caminamos hacia el camarín en donde la cera de miel, abejas y aloe vera, haría de mi una reina.
Y las uñas de sus manos, le envidié.
Y ese esmalte Revlon, número 902, coral intenso, eso también.

martes, 15 de septiembre de 2009

Despedida de soltero

Viste que algunos colectivos tienen asientos enfrentados, así como en los trenes. El otro día viajé en uno de esos. Yo miraba hacia adelante, por supuesto, porque si no, me mareo y no vale la pena tomar un Dramamine por un viaje en colectivo desde Villa del parque al centro.
Frente a mi, dos hombres, que entre ellos, se conocían. Y charlaban. Sobre todo charlaban: de sus esposas, del trabajo, del fútbol, de la inflación, de cómo manejarían a la selección, si ellos fueran Maradona, de sus hijos, de las próximas vacaciones. Había tan poco espacio entre sus rodillas y las mías, que nuestros pantalones se rozaban. Qué incómodo. Como compartir la mesa de un bar con gente desconocida. Cuando era chica, íbamos con mis papás a un restaurante vegetariano en el que las mesas eran largas y la gente se sentaba junta, aunque no se conociera. Eran mesas de madera, largas, en lugar de mantel, tenían individuales de papel color madera, y las paredes estaban pintadas de muchos colores vivos, y abundaba el arroz integral y las verduras hervidas al vapor, y se respiraba sahumerio, y todo tan hippie. Me incomodaba que fuera de esa manera, prefería ir a restaurantes "comunes" en los que la mesa fuera sólo de mi familia. Y en el colectivo, también, me ponía mal escuchar, aunque fuera por accidente, o por la cercanía forzada, la conversación que estos dos señores llevaban a cabo durante el arduo viaje al microcentro, yo sentía que de esa manera me estaba metiendo en sus vidas, como si espiara por las ventanas de sus casas, o mirara detrás de la cortina del baño, pero sinceramente, no estaba dispuesta a viajar parada una hora y media. Para evadirme un poco y hacer de cuenta que no escuchaba, miré hacia un punto fijo en el piso, clavada la mirada en el mocasín marrón de uno de ellos, y me evadí en el sueño que había tenido la noche anterior:

Rey volvía definitivamente a Buenos Aires, con su novia, que no era gorda como en el sueño anterior, ni japonesa. Pelo negro, eso si. Yo dormía en un colchón al lado de la cama de una plaza de Rey, esa que tiene desde que es niño y aún está en el que era su cuarto, en la casa de sus padres, junto con las fotos del jardín y los robots a control remoto.
Su tío estaba muy enfermo y tenía vendas y curitas en varias partes del cuerpo, y su boca y su nariz, estaban cubiertas por un barbijo hecho de cemento.
Elsa, la madre de Rey, tomaba entrevistas a mujeres que luego, además de limpiar la casa, cuidarían de su hermano. Se presentaban chicas y señoras de todo tipo y edad, desde jovencitas de no más de dieciocho años, hasta mujeres gordas y con restos de permanente y claritos en sus cabezas, de cuarenta y pico.
El tío de Rey, salía de la cama, ayudado por los últimos hilos de voluntad que asomaban a través del muro de su enfermedad, y le tocaba el culo a las chicas, "para chequear si están capacitadas o no para trabajar en mi casa", decía, y se reía como un loco, como un borracho, como un enfermo.
De todas las que se presentaron, y después de negociaciones entre Elsa y su hermano, quedó Eugenia, que era de las más chicas, y eso era justamente lo que a Elsa no la convencía demasiado, pero que aparentemente, fue de las que más se dejó tocar el culo, porque el tío hasta se puso a llorar y pedía de rodillas: "por favor, que sea ella".
Al rato, llegaba Rey con un grupo de amigos y amigas. Era la despedida de solteros de ellos dos, de Rey y su novia nueva. Aparecían disfrazados, como si fueran el cuerpo de baile de un teatro de revista, o de una murga, o no sé qué mierda, y yo me preguntaba, a dónde había quedado el hombre de pelo en pecho, que "el día de su despedida de soltero, se iría de copas y putas durante una semana entera", tal cuál lo decía él. Rey parecía un muñeco de torta, con traje de razo color champagne y galera de granadero, un mamarracho total, que a mi me daba un poco de vergüenza y otro poco de lástima.
En medio del barullo de la batucada, los bombos, los platillos, y el cuerpo de baile venido a menos, decidí levantarme de ese colchón de una plaza, que estaba tirado al lado de la cama de Rey, en el suelo, y en el cuál yo dormía o intentaba dormir. Me paré, lo mire a Rey a los ojos, él me hizo un guiño y sonrió, como diciendo, y qué le voy a hacer. Caminé hacia la puerta, así como estaba, musculosa de morley y bombacha de algodón blanca, y dije: mejor me voy.
Elsa me acompañó hasta la puerta, me abrazó y refiriéndose a la nueva novia de Rey, me dijo: acá en casa la tuvimos que aceptar, pero todos te queremos y extrañamos a vos. Igualmente, lo único que importa, es que no es negrita.

De repente, la voz grave de uno de los hombres que rozaba mis rodillas sentado enfrente mio, me hizo volver a la realidad: "Y a la nueva, vos le viste el culo a esa mina". "Muy buen culo", agregaba el otro. "Un cargamento", volvió a hablar el primero. Miré por la ventanilla y ya estábamos en Avenida Corrientes al mil novecientos, casi me paso. Me paré, toqué el timbre y me bajé del colectivo. Aún en plena avenida, y con la cantidad de autos, y gente, y vendedores ambulantes, y volanteros, y carritos con pochoclos, y garrapiñadas, y el calor que emanaba de cada boca de subte por la que pasaba cerca, el aire que se respiraba, me sentaba bien.





domingo, 6 de septiembre de 2009

La Lección de Anatomía

Él: Cómo que no viste La Naranja Mecánica, vos justamente, que sos actriz, es un clásico.
Yo: No, no la vi pero fui a un casting para hacer la obra de teatro.
Él: De la Naranja Mecánica?
Yo: Si.

Y empecé a contarle con emoción, cómo fue ir a mi primer casting. Llegué a la tarde, temprano, y éramos un montón de personas en la calle, sentados en el piso, tomando Cepita en cartón chiquito y comiendo alfajores, galletitas, algunos sanwiches de jamón y queso. Después de hacer fila en la calle como dos horas, entramos al teatro y nos dieron un texto. No había que memorizarlo, nos dijeron, pero era importante recordar lo más posible. Dos horas más tarde, llegó mi turno. Subí sola al escenario, hice mi parte y "esperanos afuera que en un rato te decimos si tenés que volver o no". Para mi sorpresa, si, al director le gustó lo que hice y "venite en dos días pero ahora si, con esta letra aprendida de memoria".
No lo podía creer. Para mi el logro era haber podido ir a un casting, pero pasar a la segunda ronda, no lo esperaba, eso no me había sucedido ni en años de participar en Feliz Domingo. Recuerdo que salí del teatro y la llamé a Luciana desde un locutorio para contarle. Era la única que sabía sobre el asunto ya que me había llamado cuando yo estaba en la fila, en la calle, y no pude resistir contarle. No había querido decirle a nadie porque mi gran temor era llegar hasta la puerta y volverme sin siquiera intentarlo.
En la segunda prueba, también quedé, y ahora si, me tocaba la tercera y última etapa, que era la de aptitud física: veinticinco minutos de trote en el lugar, y en bolas. Era el mes de octubre, y yo hacía un tiempo, tenía dolores en mi rodilla izquierda, estaba preocupada por eso pero de todos modos, no iba a dejar pasar esa oportunidad. A los dos minutos de trote fijo, ya me caían lágrimas, a los cinco, me mordía el labio inferior para ver si así sentía menos dolor y lloraba en voz baja, a los diez, desistí, pedí disculpas y me bajé del escenario.
A los dos meses exactos, más precisamente el veintiuno de diciembre, me estaban operando de esa misma rodilla y pasé navidad con dolores y muletas, pero con tacos, no vaya una a perder la elegancia por una cirugía de rodilla. No podía ponerme una bombacha sola, pero los tacos, no podían faltar.

Él: Casting para La Naranja Mecánica decís? Estás segura? Trote fijo durante veinticinco minutos, y encima, desnuda.
Yo: Si.
Él: Qué raro.

Y yo no entendía qué era lo raro, pero ya que es un clásico, y yo que soy actriz, "no podía dejar de verla", él se ocupó de conseguirla. La vimos, tirados en el sillón, mientras comíamos panqueques con dulce de leche, un domingo de frío y sueño. A decir verdad, medio que la padecí. Hubiera preferido no ver un clásico, y en su lugar alguna infantil, una comedia romántica de esas para pasar el rato, o incluso alguna argentina, mirá lo que te digo.
Los dos esperábamos lo mismo: él que llegara la parte del trote, ya que no podía creer no recordarlo, después de haberlo visto "mil veces", y yo, estaba intrigada por conocer las caras de aquellos que resistían, calculo que sin problemas de rodillas, trotar en el lugar durante casi media hora , y en pelotas. Cómo harían las que tenían tetas grandes, y a ellos, no les duele el pito al correr desnudos, sin nada que se los sujete.
El clásico terminó, los panqueques, también, y la parte del trote, nunca llegó, y yo recién (pero recién, eh?) ahí, caí en la cuenta de que yo no había ido al casting para la Naranja Mecánica, sino al de La Lección de Anatomía.

Igual, sabelo, yo no soy como todas las actrices. Ni soy como todas en general. Yo no tengo el sueño de hacer el papel de Julieta en la historia de amor más grande de todos los tiempos, "como todas las actrices". Eso lo dijo Laura, y ése, será su sueño, no el mio.

martes, 18 de agosto de 2009

Sueño Farandulero

Semana santa desapercibida. Y ayer después de la cena, qué dilema, té o vino, vino o té. Al final vino, y hoy, una resaca insoportable. A fuerza de Bagóhepat y jugos de pomelo, naranja, y mucha agua, voy recuperándome. Recién, una panzada de lechuga sin aceite pero con limón, y página web de revista Paparazzi, así que Marcelo se separó? y Juana y Gonza, también?
Claudia Albertario embarazada. Y Rocío, y Verónica y la nueva novia de Gastón y, pero qué es esta explosión de embarazos, acaso hubo un kilombo importante y yo no me enteré. Marina dice que hace poco se separó, y agrega: conchuda. Lo de conchuda yo lo dejaría de lado, pero, se separó?. De quién? De ese novio marplatense, guitarrista, con pelos largos y barba de pocos días, que estaba más bueno que los brownies de Yulai. Si, de ese, me dice Marina, de nuevo, más al tanto que yo de las noticias de la farándula. Y ahora se reconcilió, pero no con ese, con el padre de su beba. (No entiendo nada).
Y Carla. No era que justo se iban a vivir de nuevo a casas separadas con su novio de toda la vida porque "con Guille nos amamos pero no podemos vivir juntos". Fijate, que también, ya le explotan las tetas y tiene fecha para los primeros días de julio. Jodeme, Carla?
Claudia se pisó, porque no quería decir el sexo de su bebé pero se le escapó un "será acuariana". El pez por la boca muere, diría Emilia, vecina de mi abuela y compañera de ALCO, ella solita lo confirmó: acuariana, es una nena.
A Paula se la vio a la salida de las grabaciones, en un bar, con el galán de la novela.
La entrega de los Martín Fierro postergada por la Gripe A.
Guille y su mujer, celebran en la Isla sus veinte años de casados y nos dicen cómo vencer la rutina.
En ALCO los hacían merendar con rollitos de jamón cocido y queso de máquina. La abuela tenía permitidos dos por día, yo me comía cuatro o cinco, o más, no me acuerdo.
Ella niega de manera rotunda los rumores que la vinculan con el actor de la novela de la tarde y "se refugia en sus hijos en estas primeras vacaciones sin Marce".
Veinte años? No será mucho?
Y después de los rollitos de fiambre, Chocolinas mojadas en la CocaCola. Yo, la abuela no porque estaba a dieta.
Igual estaban en un bar, tomando algo, ni besos, ni caricias, ni siquiera de la mano se los vio.

(Pero....)

martes, 21 de julio de 2009

Sueño "bailable"

Yo asistía a uno de esos centros en los que se hacen tratamientos psicológicos. Era más económico que concurrir a un consultorio particular, pero tenía menos sesiones y de menor duración cada una.
La profesional con la que me tocaba, tenía los típicos rulos de estudiante de la UBA de la década del ochenta. Y era pelirroja.
El consultorio no era un "típico consultorio", con escritorio, sillas, un diván. Parecía un bar. Era un bar. La licenciada, tomaba un trago y le pasaba brilla metal a un jarrón de porcelana, y desde la barra, me preguntaba:

Qué te trae por acá? Qué te preocupa?

Los hombres. Mejor dicho, las relaciones entre hombres y mujeres, le respondía yo. A mi todo me daba miedo, doctora. Imagínese que mi primer beso lo di a los veintisiete años. Ahora no, nada que ver, me animo más. Me animo, bah.

Y qué otra cosa te preocupa?, preguntaba ella, como si todo eso que yo acababa de decir, no fuera suficiente, como si no la convenciera demasiado. Qué te anda dando vueltas en la cabeza ultimamente?

Ultimamente? En la cabeza? Qué me preocupa?
La ansiedad.

En un costado de la barra y en la penumbra de ese consultorio devenido en boliche bailable, había una mujer con pantalón a cuadros marrones y blancos y remera negra, lisa, de manga corta, que debía ser de su marido. Daba la impresión de haber sido mamá hacía no más de tres meses, y unas medibachas gruesas, corridas y color piel, asomaban a través de su pantalón y apretaban tanto su abdomen, que yo sentía que el aire, me faltaba a mi.

sábado, 18 de julio de 2009

Sueño vacuno

Nos juntábamos un grupo a terminar el trabajo de literatura que nos habían mandando a hacer para la última clase. Todas mis amigas de la escuela primaria y yo. Y Elsita que no paraba de decir pavadas, como siempre. Ella ofrecía la casa para reunirnos a hacer el trabajo, y cada una llevaba algo para comer. Algunas, porciones de tarta y las calentaban en el microondas, otras, sandwiches de miga, y otras como yo, bifes angostos para hacer en el horno eléctrico que Elsa tenía en el quincho.

La primera reunión fue un caos de voces femeninas que se hablaban en un tono más que elevado de una punta a otra de la mesa. Debatíamos sobre qué tema hacer la monografía para nuestro taller literario: si sería sobre el descubrimiento de las nuevas especies de monos en Amazonia brasileña, sobre el calentamiento global, o sobre el auge de vendedoras de ollas Essen.
Cada una se fue con esos temas dando vueltas en su cabeza y organizamos un segundo encuentro.

Por otra parte, Grace bordeaba el río a toda velocidad con su Corsa cero kilómetro, y desde ahí, vio cómo esa mujer gorda se tiraba al agua porque su lancha se incendiaba.

En un costado de mi sueño, alguien construía el consultorio de un psicoanalista. Las paredes estaban aún sin revestimiento y había bolsas de material por todas partes, y mi pantalón de corderoy negro y mi tapado de paño azul, se ensuciaban con el polvo blanco que todo lo cubría.

Florencia había llegado de España y en lugar de abrazarme, me reprochaba que acá en Argentina, yo era mucho menos amable con ella, que por mail y estando a kilómetros de distancia.
Flor vive en Barcelona, como S. y tenía razón él, cuando aquella noche de despedida, después de "cuatro días de amor en Las Vegas", me dijo: "qué pena, nena, que quince mil kilómetros nos separen".
Y se fue a Ezeiza, y a la media hora del último beso, me llamó desde un teléfono público del aeropuerto porque ya me extrañaba. Y de haber sido más libre, como Santi y su novia norteamericana que conoció en el machu Picchu, yo hubiera abandonado mi escritorio y mi teléfono de telemarketer, agarrado dos bombachas y un libro y me hubiera ido con él. A vivir la vida.

A los cuatro días, nos volvimos a reunir en la casa de Elsa las quince locas chillonas. Me sorprendió no encontrar en el freezer la comida que yo había dejado la otra vez. Mientras algunas comenzaban lo que sería la monografía para nuestro taller literario, unas ponían la mesa, otras servían bebidas en vasos descartables, y dos más hacían barcos con servilletas de papel. En la otra punta de la casa, uno de los mellizos de Elsa, jugaba a la peluquería con Antonio, y mientras intentaba alizarle el cabello con un cepillo redondo y grande, me señalaba riéndose y decía: anoche me comí tu bife.

Sueño sin terminar (me desperté)

Paula regresó de Brasil antes de lo previsto. Ninguno de nosotros tres la esperaba ese lunes por la mañana, cuando de repente se apareció en la terraza de esa casa grande y blanca, cubierta únicamente por su bikini fucsia.
Rey y Pipo ordenaban en diferentes frasquitos, tuercas, tornillos y cueritos, y acomodaban en la estantería oxidada, algunos repuestos de autos que habían encontrado en una esquina del barrio la noche anterior. Yo colaboraba como podía, limpiando los frascos antes de ser utilizados, cebando mate, ordenando alguna que otra chuchería que estaba suelta por ahí.
Al verla llegar, nos miramos sorprendidos, y cuando le preguntamos qué tal había estado el viaje, ella nos miró como si no entendiera el idioma en el que le hablábamos. Parecía borracha, dormida, dopada. Sin siquiera contestarnos, entrecerró los ojos, juntó sus pies descalzos, se llevó una mano a la cabeza, y dijo: alguien vio mi wok?

Papá era como veinte años más joven que ahora, y como en aquellos tiempos, usaba ropas hippies, sandalias de cuero, pelo largo y barba abundante. Estaba sentado en la mesa del comedor de la casa de los abuelos, y comía tranquilo y con pasión, las verduras que había cocinado Paula. Ya tenía en la mesa preparado el postre: una manzana roja sin pelar al lado de su plato de arroz integral.

En un rincón del living, como abandonada, y con las sábanas revueltas, estaba la cama de una plaza, esa en la que la abuela pasó tantos meses en reposo (como seis) y a donde aquel día frío de mayo, velaron al hombre de trigo y miel que se fue de este mundo sin previo aviso.

sábado, 4 de julio de 2009

Sueños después de la internación

Yo viajaba en el colectivo 105. Era uno de esos coches bien viejos, de techo redondeado. Le faltaban algunos asientos y a medida que avanzaba se iba destartalando.
Subía un vendedor ambulante y nos exhibía su mercadería: sábanas de una plaza con diseños infantiles; rosa chicle con la cara de Minnie "para las nenas" y celestes con la cara del ratón Mickey "para los varones".
Además vendía almohadones, que en sus fundas tenían, cada uno, una letra. Yo, como si se tratara de un scrabell gigante, intentaba escribir la palabra "salud", pero me faltaba la última letra y la palabra quedaba inconclusa: "salú", se leía en mis fichas rellenas de goma espuma.

En otra esquina de mi sueño, tres mujeres tomaban sol en Avenida del Libertador y alguna de esas calles que está camino a la quinta de Olivos. Una de ellas tenía un cuerpo divino, recubierto por una piel firme, dorada, lisa y brillosa. Sus dos tetas operadas, completaban la armonía de su delgadez. Eran dos pomelos incrustados exactamente treinta y tres centímetros y medio abajo del mentón.
A su lado, otra mujer no lograba que su cabello largo y castaño perdurara sujeto en el rodete que ella intentaba hacer con un palito chino, de esos de comer. La tercera mujer, era una niña de no más de cinco años, que lo único que hacía era reclamar atención pidiendo a cada rato, agua, chupetines y caramelos. La operada le tenía más paciencia porque la nena hasta casi se le subía a la cabeza y ella, ni se inmutaba, como si meditara, miraba hacia el cielo y hacía respiraciones profundas como rindiéndole tributo al sol. La otra, la de cabello largo y castaño, debía ser la madre porque en un momento se cansó de tanto reclamo de la niña y le dijo algo así como: Agustina, dejate de joder porque esta noche no te llevo a la plaza a ver el show de los payasos.
A sus lados, una tabla de surf y un equipo de mate, formaban parte de sus pertenencias. Ambas fumaban, pero a la que se veía más joven, que era la que estaba operada, el cigarrillo le quedaba mucho mejor y la hacía lucir aún más sexy de lo que era.

Yo estaba en una cantina que quedaba en diagonal al sector que estas mujeres habían elegido como parador. Y desde mi mesa, ubicada junto a la ventana, observaba la escena como si fuera una película de los años setenta. Esa esquina, llena de luz, les regalaba a esas dos mujeres un cielo despejado como techo de sus acciones e ilusiones. Mi escena, por el contrario, se desarrollaba en la sombra, la oscuridad y la humedad, de un bolichón en el que el menú del día eran fideos con tuco, vaso de vino, y flan con dulce de leche de postre. El pan era sin cargo, cosa obvia, pero eso aclaraba la pizarra que estaba en la puerta, y el adicional de crema para el flan, salía "sólo 50 centabos", así, mal escrito con "b".
Yo pedía ensalada de tomate y huevo duro, condimentada con aceite de girasol, sal y orégano, y mojaba el pan en el jugo que se formaba en el fondo de mi ensaladera de aluminio. Tomaba agua mineral que venía envasada en botellas de champagne. La descorchaba triunfante, levantaba mi vaso de vidrio con borde roto, y mirando a las personas que estaban a mi alrededor y a quienes no conocía, con voz fuerte y firme, brindaba: "por la salud, supremo bien".

martes, 30 de junio de 2009

Duda existencial

Trabajar de lo que me gusta, y no poder hacer nada de lo que quiero. O trabajar de lo que no quiero y poder hacer todo lo que me gusta.

lunes, 25 de mayo de 2009

La vida es un sueño

Hoy me duele la columna. Y un poco la vida. Y no quiero preocuparme pero si, y cuando ya no puedo sentarme ni pararme ni acostarme, ni. Y pensar que yo tenía miedo de morirme cuando me operaron, y lloro de manera descontrolada en los aviones, cada vez que, en el que yo viajo, despega o aterriza. Y cuando uno se va a dormir, acaso no tiene miedo.
"Papá debiera tener una cuenta, un plazo fijo, un colchón no sé, a donde escondía el dinero, vos debés saber algo". Querido, no te ocupaste en vida, qué creías, que la muerte iba a llamarte y advertirte: mire señor que iremos por su padre en dos días y medio, vaya resolviendo el tema de los poderes y las firmas y.

Y como me dolía la columna, y un poco, la vida, mejor me metí en la cama. En su cama. Hecha un bollo, tapada y enroscada como siempre, y con la almohada sobre mi cabeza. Y soñé:

Moria manejaba un camión con acoplado. Yo iba en el asiento del acompañante. Llevaba sobre mis piernas la canasta con el termo y el mate, pero no tomábamos, porque "mirá si te quemás la panza, como tu prima", y yo la verdad, no quiero más cicatrices en mi panza. Era una locura, la cantidad de barbaridades que le gritaban a Moria los hombres que se percataban de que era ella, la que iba al volante: que sos un monumento, que ojalá mi mujer fuera como vos, que estás para re chuparse los dedos, que esto, que aquello. Moria se apretaba la teta izquierda con la mano derecha y les hacía "cuacua", como si su goma fuera una bocina, y todos gritaban como si hubiera hecho un gol el número uno de su equipo favorito, la ovacionaban.

Por otra parte, Marcelo, ya rapado y con su tatuaje nuevo, conducía un show de malabaristas en la kermesse de una escuela de barrio. Las madres de los chicos, chochas, y los padres, se hacían los desinteresados con respecto al famoso conductor del evento, ponían cara de "quién es ese gil", y no podían creer como sus esposas eran capaces de pedirle "al pelado ese", que les firmara un autógrafo en los delantales de cocina.

En una casa antigua, de dos plantas, con paredes amarillas y escaleras interminables de madera, un mayordomo que seguramente se llamaba Jaime, cuidaba a mi abuela Tina, que ya estaba en silla de ruedas porque no podía caminar.

Me desperté sobresaltada, sentía escalofríos en todo el cuerpo, y en mis oídos retumbaba el ruido que hacía el cajón cuando lo metían en el nicho. Me moví y la columna ya no dolía tanto. Me invadió la felicidad que me daba el habernos encontrado con la familia, después de tantos años sin vernos, en una celebración: un casamiento con la novia más hermosa del planeta, una ceremonia para alquilar balcones, y una torta de ricota gigante, nunca vista, y no en el velorio que tuvimos exactamente cinco días después. Menos mal, si no hubiéramos dicho la frase de siempre: para la muerte, siempre hay tiempo.

Me senté en la cama. En su cama. Vi que más allá, en la cocina había vida: la luz encendida y olor a café. Respiré. Y casi sin pensarlo, decidí que no voy a llorar más en los aviones. No tiene sentido.

jueves, 14 de mayo de 2009

Los sueños de Mumi

Ella absolutamente desparramada sobre el sillón rojo, cubriendo el tapizado con su líquido de la pasión, tapándose la boca como una puta, para no llamar la atención de los vecinos a la hora del almuerzo familiar, ese domingo de mayo que olía a guiso y fideos con tuco. Él arrodillado en el piso de mosaico, frío, manoseándola como un camionero.

lunes, 4 de mayo de 2009

Santo remedio

Elo entra en mi sueño de siesta: Estábamos las dos en el living de una casa con baldozas color terracota, fresca y amplia, con paredes bolseadas blancas, y almohadones de colores por todas partes. Yo estaba sentada en el suelo, tomando mate amargo. Ella, sentada en un sillón a unos metros, desde donde sus rulos colorados me miraban fijo. Ella decía algo así como: cuidate, no puede ser que trabajes tanto. También decía cosas sobre el amor. Yo simplemente la escuchaba. Al rato, se puso de pie, colgó el bolso de tela en su hombro derecho y caminó descalza hacia la puerta. Estaba cubierta sólo por ese pareo de colores que yo traje de Brasil. Cuando ya casi estaba por salir de la casa, se daba vuelta y me decía: cuando dejes de correr y de llorar, venite para la playa. Allá las penas de amor, se las lleva el mar.

domingo, 3 de mayo de 2009

No hay remedio

No hay colirio capaz de aliviar la pena de amor que hace unos días se me metió en los ojos.

(Y me nubla los días, y empaña los vidrios que rodean a mi corazón y dan al cielo de mi alma, que está tan opaco, y lluvioso, y húmedo, y me pinta la mirada de un gris melange que ni te explico).

martes, 21 de abril de 2009

Definición

Así es el amor:

Irracional
Desigual
Injusto
Desencontrado
Fugaz

domingo, 12 de abril de 2009

El juego de la Oca

Íbamos en el auto, Rey, su padre y yo. Y su novia: una nena que viajaba al lado de él en el asiento del acompañante. El padre de Rey la señalaba con su mirada y me preguntaba, quién es?, y yo le respondía lo que nadie me había dicho pero suponía, calculaba, deducía: la novia, le respondí, y nos miramos los dos como diciendo: a vos te parece. La nena de cuatro años, rubia, con pelo suelto, lleno de rulos por debajo de los hombros, hebillas de Hello Kitty y delantal de jardín de infantes, a cuadritos rojos y blancos, no sabía ni hablar, y mientras ella contaba a qué habían jugado esa mañana en la salita amarilla, yo en lo único que pensaba era en cómo harían el amor, por no decir, en cómo carajo se la cogería, siendo la nena tan chiquita. Rey mide un metro ochenta y dos y pesa no sé, setenta y pico de kilos, o al menos eso pesaba cuando yo hice las valijas una madrugada y casi sin dar aviso, me volví del campo una mañana de agosto. Pero sos tarada, decía él, cómo va a ser mi novia esta nena de dos años, mi novia es esa: y me señala allá, un poco más lejos, una mesa armada con un tablón largo de madera y dos caballetes, llena de gente, en la que se comía un asado y se brindaba cada dos minutos con vino tinto: salud!!! gritaban y se reían y .............ella era flaca, no muy alta, de piel blanca y pelo negro, corte carré. Daba la esposa de uno de esos directores cinematográficos que con dos mangos saltaron a la fama y acá sus películas no las ve nadie pero los tipos viajan a los festivales de todo el mundo. Que Berlín, que Cannes, que premios de acá y de allá.
La mina tranquila, se llevaba un pedazo de asado a la boca, tragaba, tomaba un poco de vino. Se le notaba en la cara el buen sexo de esa misma mañana, y las caricias de Rey todavía se reflejaban en sus mejillas, como cuando te quedan las sábanas marcadas, y sus besos, sus abrazos, su amor desprendido, desinteresado e incondicional. Claro decía yo, cómo no me va a cambiar por ella, o cómo va a querer volver conmigo, que soy un terremoto, un huracán, un tsunami, que no me detengo ni a respirar, ni a comer, que no sé disfrutar del ocio ni me divierto viendo La Momia.

A mi a veces, me da la sensación de que todo es como un juego del estilo La Oca, con casilleros y fichas redondas de colores, y dos dados para ir tirando, cada uno a su turno. Algunos, ganan y avanzan, y se llevan todos los billetes de colores, hasta los violeta que son los que menos valen. Otros retroceden, pierden jugadas y regresan al casillero número uno.

lunes, 16 de marzo de 2009

Sentí qué aroma

Quería fumar pero no me quedaba un sólo cigarrillo en casa.
Sólo unos "cigarros", de esos horribles que compré únicamente por la latita divina en la que venían.
Igual salí al balcón, a hacer de cuenta que encendía un Marlboro Light.

No sabés el olor a jueves de octubre, mezclado con medialunas calentitas que tenía la noche.

sábado, 14 de marzo de 2009

Dijo el Profesor Deza

"La naturaleza nos dio la vista, para apreciar sólo aquello que no nos perjudica"

martes, 10 de marzo de 2009

Sueño arriba de un Renault 12

Fijate que después de una noche abombada, con migraña incipiente y "Los Miedos de Yulai" porque "el ascensor está subiendo y bajando desde la una y media de la mañana y tengo miedo", me levanté pensando en cuando patinábamos con los Leccese de tiras naranjas y la abuela me enseñaba a barrer la vereda dividiéndola en franjas así se me hacía menos complicado.


Antes, soñé con Paloma y con mi vecino, D. que increíblemente se animaba y subidos los dos a un Renault 12, él adelante y yo atrás, me confesaba: "claro que hay una mujer en esta vida que me gusta, y esa sos vos, acaso nunca te diste cuenta". Sus ojos fijos en el espejito retrovisor y yo que desde el asiento de cuero negro, le esquivaba la mirada porque me ponía nerviosa tal confesión y además, ahora, tarde piaste, tengo novio nuevo y es divino y usa ojotas con jeans y eso le queda tan bien, porque hay que tener una onda especial para lucir así y no quedar como un Agustín vestido de Jorge, eh?
Almorzábamos, él, Paloma y yo, en el restaurante de un club de barrio, el GEVP. Milanesa a la napolitana él, Paloma y yo compartíamos una carne al horno con papas. Había en la mesa tres señoras más que ni sé quiénes eran, y él, mi vecino dueño del Renault 12 marrón metalizado, pagaba la cuenta de todas.
Elo rendía un examen de manejo y no me atendía el celular. Esa misma tarde comenzaba el seminario de teatro con María Esther y yo no iba, o llegaba tarde, o no me acuerdo bien.

A la noche en la cena, les conté a mamá y a Yulai cómo era:

amanecer cuando todavía era de noche en la casa de los abuelos

desayunar en el negocio

la cantidad de manteca que la abuela le ponía a las galletitas de agua que me preparaba con jamón y queso

el fresco de la sombra cuando al mediodía bajábamos la persiana por unas horas

la frazada sobre la que el abuelo se acostaba a dormir

el olor de la siesta

las baldosas del pasillo que conducía al baño del fondo

los mocos de esa nena que andaba siempre en pañales y el perro que un día le mordió la nalga a la tía A.

Igualmente nunca hubiéramos podido tener un romance mi vecino D y yo, ni siquiera de esos de besos en la vereda cuando de noche sacamos a pasear al perro, o vamos a comprar cigarrillos al kiosco, porque él toma agua mineral Villa del Sur y yo Villavicencio. Imposible congeniar. El agua lo dice todo. Imaginate que el setenta porciento de nuestro cuerpo, es agua. Nos hubiéramos matado en el intento de amarnos.

martes, 24 de febrero de 2009

Vicky, Cristina, qué kilombo.....

Ayer me vi la última de Woody (Allen)
Nada que ver con la vida en Villa del Parque: Aromi, y "una lágrima en vaso de vidrio, por favor", y no me pasa ni la mitad de lo que a estas dos en esa noche de bares, alcohol y propuestas indecentes. En el barrio nadie te va a invitar a volar a Oviedo para hacer el amor de a tres, imaginate.

Javier, es un seductor nato. Penélope, una mujer hermosa. Scarlett, engordó desde la última película. A la que hace de Vicky, no la conocía, pero es preciosa, y su fascinación al escuchar esas guitarras, me recordaba a la mía cuando paseábamos por el norte del continente con esa familia que ya casi no vemos. (Después, llorar en un avión que tuvo que aterrizar de emergencia en Caracas porque un hombre se nos murió en pleno vuelo).
La rubia que engaña a su marido porque "lo amo pero ya no estoy enamorada de él", me hace acordar a la tía I.
El futuro esposo de Vicky, pobre, es divino y le pone onda, pero la llama demasiado seguido por teléfono e insiste con organizar una fiesta de casamiento con bombos y platillos. Me agota. Y lo peor, debe ser muy básico en la cama.
El esposo de la rubia, juega golf y compra cuadros carísimos, y está como muy pendiente de su mujer, pero quién dice que entre hoyo y hoyo, no engañe también a su esposa que siente tanta culpa por besarse en balcones de mansiones con su amante casi veinte años más joven que ella.
El trío Scarlett, Penélope, Bardem, no me lo creí. Pero la parte en la que pintan, si. Penélope con su tela estirada en el piso, con el pelo revuelto y descalza, como debe ser, Javier, en otro de los cuartos, y Scarlett, apartada, observándolos "desde afuera", como hace con el resto de las cosas, a través de la lente de su cámara de fotos.
La parte de teníamos casi todo pero "Qué nos faltaba Juan Antonio?", la entendí perfectamente. A quién no le pasó. A quién no le pasa. Siempre "falta algo". La queja constante. El tema de poner en la balanza, y ceder, y fijate qué pesa más, y bla bla. Medio que por momentos me sentía identificada con Cristina, "que aceptaba el dolor como un inevitable elemento de la pasión" y unicamente sabía lo que no quería.
Y Vicky, en cambio, no toleraba el sufrimiento ni la apasionaba el conflicto, era afirmada y realista y entendía la "belleza del compromiso". Bien dicho: "era". Parecía ser la más encaminada y segura, y terminó como pasa casi siempre, tanto querer tener todo bajo control, al final, medio que las cosas se te van de las manos, y qué estoy haciendo, y esta no soy yo, y me desconozco, y la estantería pum, al piso. Como esa que no puede entender como yo soy capaz de trabajar desnuda pero, fijate, por casa, cómo andamos.

Y si como dice Javier, "la vida es corta, aburrida, y está llena de dolor, el truco es disfrutarla, aceptando que no tiene ningún sentido". Ni siquiera el amor verdadero le da sentido a la vida, porque el amor, como todo, es tan fugáz".....tan efímero, tan ficcionado e irreal, que mirá, qué se yo, hoy es hoy y acá estamos, tomando agua con hielitos y amándonos una vez por semana, y mañana, veremos. Si, ya sé: nada es lo que parece.

Y un poco que me pasa lo que a él: para afuera soy despreocupada, nada me importa, la vida es corta y esas cosas, pero todos mis miedos, se me van a la cabeza. Y así estamos: con el cuello hecho una roca (tocá).

(Woody Allen me gusta gracias a que Elo me hizo conocerlo).

domingo, 22 de febrero de 2009

"Dulces" sueños

Llegué a las cuatro de la mañana de un casamiento, empapada y con frío, y como hacía cuando era adolescente y volvía de bailar, me hice un tazón de té sin leche y como mil (como cinco, bah) tostados de queso. Abrigada como en invierno, con jogging, camiseta y medias, como si dos días atrás no hubieran existido los cuarenta y dos grados de sensación térmica que terminaron con la vida de un señor de no sé donde, me contó mi hermana. Al sillón del living, a entrar en calor a fuerza de té y tostados y ver Fashion Tv, y qué chicas tan monas, y qué peinados, para la próxima fiesta me peino así.
Un sueño tremendo y ganas de irme a la cama sin lavarme los dientes, como cuando era chica y algún fin de semana, volvíamos con mis papás de una salida y como me dormía en el auto, mi mamá me sacaba la ropa y bueno, "sólo por esta noche podés no lavarte los dientes". Era como un premio.
Pero no tengo cinco años, ni volví dormida en una rural familiar color verde seco, ni mi mamá me quitó la ropa esta noche, y me da tanta culpa, que total, si son dos minutos más. Me los lavo.
Cinco de la mañana y a la cama. En el edificio todo el mundo duerme. Al perro del quinto hoy no se le dio por llorar, y la (perra) del tercero no trajo a su novio esta noche. O si lo trajo, se amaron mientras yo y dos amigas más, esquivábamos piropos de cuarta, provenientes de rugbiers borrachos en una fiesta, y criticábamos a las más allegadas de la novia: que cómo con esas piernas te vas a poner un vestido tan corto, que faja colorada no se usa, que con esas tetas se tendría que haber puesto algo que levante, no esa tela de satén que lo único que provoca es que parezcan más caídas de lo que las tiene. Que si te vas a poner un vestido tan ajustado, usá colaless, o directamente no te pongas bombacha. G. no lo podía creer, pero yo una vez fui a un casamiento sin bombacha porque el vestido era tan ajustado, y me quedaba tan bien, que no tenía sentido arruinarlo con las marcas de una tanga.
Cuestión, que me dormí mientras recordaba los kilos de mousse de dulce de leche que me había comido en la fiesta, y soñé con los abuelos.

Tenían un kiosco. Se los veía mucho más saludables y jóvenes que en los últimos años. El abuelo sin tanta panza, pero con el pelo blanco y duro por la gomina, de siempre. La abuela acomodaba los Sugus por colores, en unas compoteras transparentes. Yo había interrumpido mi clase de teatro que se dictaba en un jardín de infantes que estaba enfrente del kiosco, para que ellos dos, pudieran ir a retirar unos trajes a la tintorería. "Yo les atiendo el kiosco, vayan tranquilos".
El profesor de teatro, me llamaba desde la clase, al teléfono público del kiosco: puedo pasar por ahí, me decía, necesito hablar con vos. Cuando cruzaba, sentados frente a frente en una mesa, con un termo, un mate y un paquete de bizcochos de grasa entre nosotros, me sugería que si yo me ocupaba de enviar por mail los libretos de las nuevas escenas a mis compañeros, él me ayudaba a armar mi último personaje. Acto seguido, me daba la llave del estudio de teatro, para que yo la próxima clase, le fuera abriendo la puerta a los alumnos, por si él llegaba unos minutos tarde. Yo no quería asumir esa responsabilidad: "si voy a ser tu asistente y me vas a pagar por eso, si, si no, yo con llaves de casas ajenas, no me quedo", estaba por decirle, pero Nelly, de la planta baja me sacó de mi sueño de golosinas, diciendo una pavada enorme como una casa: "a Dieguito el sushi le encanta. Pero para mirarlo, no para comerlo".

No quería mirar la hora. Pensaba que eran las ocho de la mañana y que me esperaría un día en el que estaría absolutamente abombada por no haber dormido ni tres horas seguidas.
Pero no, eran las cuatro y media de la tarde y seguía lloviendo como cuando llegué de la fiesta. Me levanté, me hice un tazón de té sin leche y como mil (como cinco, bah), tostados de queso. Me abrigué como en el invierno, con jogging, camiseta y medias, y me fui al sillón del living a esperar que el domingo, finalmente llegara a su fin.

martes, 17 de febrero de 2009

Barbie no tropical

Mis papás nunca me quisieron comprar una Barbie cuando era chica. No al menos la "típica" Barbie: rubia, flaca, con ropa de ensueño, lindo culito, tetas. Ambos decían que muñecas así fomentaban la anorexia. La qué?.

Pero, cuando ya no me aguantaban más con el discurso de que "todas mis compañeras tienen una Barbie tropical", para un cumpleaños, accedieron a que mi abuela me regalara una. Pero no de las "típicas".
Me daba vergüenza llevarla al colegio cuando le festejábamos el cumpleaños a las muñecas. De entrada ya venía en una caja que parecía más de chinelas que de otra cosa. Era negra. Más alta y gorda que la Barbie común. Daba más un patovica que una mujer. Con pelo mota y una mirada tenebrosa. La ropa, pollerita y top, en un estampado psicodélico, azul y fucsia estridente.

Era verano y cenábamos los cuatro en el jardín. El regador giraba a nuestras espaldas, y el rocío nos hacía sentir algo de alivio en esa noche calurosa y estrellada en la que no corría una gota de viento. Comíamos sandwiches de pan lactal y papá se paseaba en calzones por la casa, mientras me mandaba a mi, a que me pusiera algo más largo "porque se te ve la bombacha".
_Cómo que no comen esas chicas? Eso es imposible, si tenés hambre, no podés no comer. Yo si no como me muero. (Me muero). Y se ven gordas? Cómo que "se ven".

Mamá tenía para corregir en casa, la monografía de unas alumnas de la facultad: La Anorexia Nerviosa.

Ese fue el primer vistazo.
Después vino lo peor.

A la Barbie, al final, la guardé en el placard de arriba de todo, en el fondo de una caja con sweaters que ya no usaba. Con muchas bolitas de naftalina.

Pero lo peor, eh?

lunes, 16 de febrero de 2009

Breve reseña: cómo fueron las cosas

Yo cortaba un papel.
Con una tijera.
(filosa).

El papel se terminó.
Yo seguí.
Me corté la mano.

Me duele.

Mucho.

jueves, 12 de febrero de 2009

Lo tuyo es mío

(Pero mío, eh)

Ahora si.

martes, 10 de febrero de 2009

Bandanas culinarias

Lo bueno de salir de los 33 años es que la gente va a dejar de comentar: tenés la edad de Cristo. Y ahora, cuando diga 34, qué van a decir. Quizás me hagan el favor de hacer silencio. Con lo sagrado que es.
La gente se va a retiros espirituales en la China, y vuelve "no sabés qué maravilla, cinco días sin hablar estuvimos", pero callarse en su propia casa, o al menos no abrir la boca para decir pavadas, meterse en la vida de otros, etc, nunca.

Hoy me acordaba que cuando vivía sola en Belgrano, cenaba en mi cuarto, porque ahí estaba el televisor. Trasladaba la mesa que tenía en la cocina, de madera clara, "símil haya", con dos banquetas de base redonda, que se encastraban debajo de la misma mesa, y un cajón en cada extremo: uno para los individuales lindos que me regaló Candela, como de maderitas, y el sacacorchos que jamás usé porque en ese entonces todavía no tomaba vino, y el otro para folletos de casas de comida, los imanes que nunca pegaba en la heladera (no van ahí), tapitas de gaseosa con alguna promoción, aunque en casi todas decía: "seguí participando y ganá".
Llevaba la mesa a mi cuarto y cenaba después de una sesión agotadora de Tae Bo, mirando el reality del que saldrían las Bandana. De pelirrojas con rastas, a Miami y Ale Sanz, de un ondazo. Y la otra, rubia, con cara de no haber vuelto nunca del colegio con el uniforme verde inglés sucio, o arrugado siquiera, a la Isla de Caras, y casamiento con bombos y platillos, y pista de skate en la fiesta. Y hasta se dió el gusto de llegar al salón montada en un caballo negro. Yo si un perro se me acerca diez metros a la redonda y tengo puesto un pantalón blanco, hago un escándalo; ésta se sube a un animal de esos, con vestido de novia.

Lo que es tener voluntad, y nadie a quien amar, que comía mirando eso y lloraba como una condenada. Carilinas en casa no. Papel higiénico tampoco. En casa, rollo de papel de cocina. Está claro, dos con sesenta el pack de tres.
Después cantaba alguna de las canciones que se me pegaban de ver tanto el programa, volvía a llevar la mesa a la cocina, lavaba los platos, me secaba el pelo con la estufa, con tal de no enchufar el secador. Si me tocaba, tal vez, limpiaba el baño con Cif cremoso y miraba fotos de mi hermanito.
Más tarde, comía tostadas de pan lactal negro, con mermelada, y me tomaba dos tazas llenas de leche, con apenas una cucharada de Dolca instantáneo y nada de azúcar. Desde que en el Antonio Devoto probé ese vasito de doscientos cincuenta gramos, que la leche dulce me da arcadas. La llevaba el gobierno o algo así, y los días que nos daban facturas estaban mucho más buenos que los que había un pedazo de pan francés, a secas. Y claro.
Después, en la escuela privada, nada de tarritos de leche estatal. Ahí el comedor había que pagarlo, y por un lado tenías las milanesas duras como piedra y llenas de nervios, pero por otro, la ensalada de repollo con mayonesa, era una delicia. Esa estaba en la mesa de los maestros, que se hacían todos los vegetarianos, pero los fines de semana, asado con fritas. Un día, inventé que estaba mal de la panza y dejaron que me sirviera. Con mayonesa, no te hará mal? No, mayonesa autorizó el doctor.
El postre de los viernes: cucuruchos con dulce de leche. Cacha e Irma de la cocina, me querían mucho, siempre me daban dos, con la condición de que lo comiera escondida en el arenero de jardín de infantes. Yo con tal de comer doble porción de esa maravilla, era capáz de meterme doblada en cuatro, en la casita de las muñecas de la salita de dos años.

Fijate lo que es no tener marido ni hijos, que si todavía no tenía sueño, después de Bandana, los platos, el pelo, el baño, y las fotos de mi hermanito, bajaba a la Shell y me compraba alguna revista de esas para pasar el tiempo mirando moda y "escapadas de fin de semana", pero no de las que muestran infidelidades, culos y tetas de la farándula.

Igual la gente va a seguir diciendo siempre, "cumplís el día de los enamorados". De día no se cambia más por más años que pasen.

Ah, y acordate que lo que a mi me cae mal es la Caballa, no el pepino.

lunes, 26 de enero de 2009

Novia Fugitiva (Nueva Versión)

Para qué decir algo de todo esto que siento, si total, mañana se me pasa y otra que Fermina Daza en El Amor en los Tiempos del Cólera, y "discúlpeme Florentino, pero hoy al verlo, me di cuenta que lo nuestro no es más que una ilusión".
Es que yo no puedo quedarme con todo esto adentro. Es como cuando ves a alguien conocido caminando por la vereda de enfrente, es obvio que vas a querer llamarlo, hacerle señas con la mano, gritar, saltar, para que te vea. Es imposible seguir caminando como si nada. Por eso, no es que quiera, sino que necesito, decirle que desde el primer momento, bueno, desde el primer momento no, pero si desde el segundo o el tercero, me arrepentí a lo Letu Bredice y con bombacha y sin corpiño, asi tapándome las tetas con las dos manos, "les pido perdón a todos los hombres de los que me escapé". Y que ahora no podría salir corriendo cual novia fugitiva, primero, porque ya no tengo las Nike running de aquel entonces y con estas Puma no es lo mismo, porque no son tan cómodas, y además porque los médicos todavía no me dieron autorización para correr. Y que es verdad que me molestó que no hubiera coherencia entre lo que decía y lo que hacía, y que sentí que era un cobarde porque no tuvo el coraje de desandar lo dicho, porque para qué tanta historia con eso de una relación madura, sincera, directa, con paz por las mañanas y peces en el corazón, si al final, todos son iguales, y lo dicho, dicho está, pero no seas ilusa mujer, y date cuenta de que no soy David Coperfield pero puedo hacer que todo se desvanezca como por arte de magia, y ni aunque te lo jure por Julita, o por mi hermanito que es lo que más amo en el mundo, porque si cruzo los dedos el juramento no tiene efecto, y si no los cruzo tampoco se muere nadie.

Y P. me dijo que "por una pavada tiré todo por la borda en menos de lo que canta un gallo", y que "por intolerante te perdiste un chico divino, un amor de persona". Y claro, ella lo conoce desde hace años, como veintisiete, por eso lo defiende. A mi me conoce hace no sé, cinco, seis años como máximo, y encima no soy su amiga, sino que era la novia de uno de los mejores amigos de su marido, doce personas y un lobo marino entre nosotras dos, está claro que corro con desventaja con respecto a Uno.
Y Yulai me reta y me dice que por hacerme la liberal, no soy clara, y que parecemos dos adolescentes jugando a las escondidas, y desde el baño y mientras se pone el tapaojeras, "maduren de una vez, quieren". Y ahí me hace sentir, no te digo la peor de las hermanas mayores, pero si asumo que debiera haber nacido ella primero. Pero qué más querés que haga, que le diga que en el verano me compré pensando en él: trece remeras, (dos de ellas estampadas, una con pájaros, otra con mariposas), un escurridor de lechuga (qué hallazgo), y un collar con una muñeca azul a la que no sé si llamar Abril, Acuario, Azul, Frida Kahlo o Libertad.
Que hace meses me acuesto, y almuerzo, y me levanto, y meriendo, y voy a la casa de electricidad que queda en Avenida Mosconi, y no lo miro nada de nada al chico con gorrita, y al otro menos que menos porque se casó, y vuelvo a casa, y me baño, y cuando voy a cambiar la bombita que compré, se me cae, y se rompe, y se me llenan de vidrios las botas marrones que estaban abajo del aplique de luz. Y voy al chino porque me olvidé de comprar el postre de vainilla que nunca voy a hacer, y mojo las Frutigran en el café con leche, y me golpeo la rodilla con la mesa ratona, y miro una novela sin prestar atención al contenido pero me quedo absorta observando a Luisa Kuliok, porque está igual que en La Extraña Dama y para esta mujer no pasa el tiempo, será de Dios. Y que se me cae el frasco de mermelada, y le cambio las pilas al control remoto, y pongo a funcionar el lavarropas, y me como una manzana asada con miel, y prendo un sahumerio, y hago, digo, no digo, no hago, tantas, pero tantas cosas pensando en él?
Que siento que con él estoy "en tratamiento de recuperación", y que si me descuida o me descuido sería gravísimo, porque en un sólo segundo caigo como en picada desde una montaña de penas, en el precipicio de las redes envenenadas del desamor de Rey. Cómo le digo que es el único, pero el único de todos todos eh, con el que me arrepentí de escaparme, y que cuando vuelvo con Rey no es porque quiera sino porque no puedo, y no es por justificarme, pero aunque la mayoría de mis allegados no lo entiendan, no es inexplicable, porque ya lo dijo el doctor Abdala en la revista Viva, y el doctor Abdala sabe, que está comprobado científicamente que en esto de las adicciones al amor de un hombre malo que te parte el corazón en mil pedazos, hay algo relacionado con los impulsos obsesivos, como la drogadicción, el alcoholismo o los trastornos alimenticios. Y el doctor Abdala te dice palabras como "dopamina" y a mi me da una seguridad.

Fue una noche después de sacar la basura a la calle, cuando me miré en el espejo del botiquín de Mendoza y querida, no podés estar tan amargada, y me di cuenta que hacía tanto que no escuchaba mi propia risa, y me dio lástima, porque era hermosa mi sonrisa, y hasta la doctora Kotler quería sacarme una foto y exponerla en la sala de espera del consultorio. Y había figuras enormes de monos con bigotes, perros en monopatín y globos, pegadas en el techo, para que cuando nos sentáramos en el sillón celeste y nos pidiera que abriéramos la boca, en lugar de llorar y patalear, nos distrajéramos con las figuras de colores.

Poly opina que más vale que cuando conozca a alguien, open my mind y me deje de joder con Rey, y con la pelota. Y yo me pongo contenta cuando creo que en unos ojos nuevos, o en unas piernas largas, o en unos libros de filosofía, encontré el amor, y se lo cuento a M. y "esta vez es diferente" y "cuántas veces escuché eso, decime, cuántas". M. suspira fuerte, y está a punto de encender un cigarrillo, pero no lo hace porque yo ya le conté que no me dejan fumar ni estar en lugares en los que se fume, porque "la nicotina impide que mi prótesis se adhiera al hueso", y le da culpa hacerlo, porque imaginate un disco no agarrado a la vértebra, "sería una desgracia la boca se te haga a un lado", y entonces no fuma, pero pasa nerviosa las hojas del cuaderno, y hasta me da la sensación de que está por revolearme el cenicero por la cabeza, y dice que no le importa saber quién es el nuevo desconocido de sexo masculino que ocupa mis tardes de té con limón y mis noches pegada al teléfono, porque igualmente el destino final de esta historia de amores, desamores, tormentas, llantos y pasiones, es Rey.

Año 1998, el desencuentro: "Me acuerdo de una noche en la que planchabas y llorabas, porque vos lo amabas y él no"

Quizás tenga razón Y, y lo mejor sea quedarme sola, y no decir nada de todo esto. Mejor calladita la boquita, y si tenés el impulso de abrirla, mejor andate a la plaza a hacer tai chi con esa pareja que se viste de blanco y vende plantitas del dólar, u ordená por fecha de vencimiento las latas de lentejas que tenés en la alacena, o hacete un baño de crema de algas marinas, o algo que te haga hacer silencio, porque acordate que después "sos esclava de tus propias palabras" y ahí si que me da un ataque y me dan ganas de golpear la almohada contra la pared y hago "patadita" contra el piso, porque quién me mandó me querés decir, quién me mandó a hablar, si yo estaba tan tranquila, sola en mi casa, descalza y despeinada, cuándo no, haciendo de cuenta que mi raqueta es una guitarra y desentonando Sweet Child O´ Mine, tomando mate, chequeando casi de manera obsesiva la temperatura en la televisión, escuchando cada tanto Kiss Me en la computadora, y cantando, haciendo de cuenta que Eduardo me hace audicionar para reemplazar a la chica (gorda) que lo hacía antes porque "por un tiempo no va a poder venir a los ensayos porque se dobló el tobillo izquierdo en su clase de tae bo", y ahora que me probaron a mi, Eduardo queda deslumbrado al verme y al escucharme, y al final decide que quedo yo como la protagonista de este musical, y canto, no te digo con la voz de Liza Yulai, pero si con su potencia y su energía. Y el libreto dice que tengo que subir por la escalera que está detras de bambalinas, y asomarme a ese balcón de utilería, desde el que miro hacia abajo, hacia los costados, hacia arriba, hacia adelante y hacia atrás, y no lo encuentro a Rey, ni a Uno, ni a Romeo, y yo no soy Julieta. Y me querés decir, quién soy yo, y a dónde estoy, que no me puedo encontrar.

(Eduardo sabe que con tacos soy un desastre, entonces me permite dejarlos al pie de la escalera, total, detrás de ese balcón de utilería, nadie se da cuenta de que en realidad estoy descalza, con medias negras como mi ánimo y tan agujereadas como mi corazón).

Sueño de siesta en su casa

Candela me mostraba, feliz, su mochila nueva de Hello Kitty.
Claudia, mi compañera de teatro que lleva flores a cada clase, estaba dando vueltas por ahí, preparando la campaña para el próximo San Valentín.
Yo, me había transformado en Juana Viale (si, del Carril), en una producción de la Revista Tendencia. Ya adentro de su bañadera, parada en un extremo, testeaba qué tan caliente (o fría), salía el agua. Estaba absolutamente vestida: calzas negras brillosas, como engomadas, el pelo larguísimo, oscuro, semi ondulado, tacos de la última colección de invierno de Ricky Sarkany.

Él volvió a la cama.
Me desperté.
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Mis ojos, mis piernas, mis brazos, se abrieron.
Mi corazón late con Él.
Late con vos.
(No con todos).
Mi corazón.

Latimos.



domingo, 25 de enero de 2009

Sueño con vos (y tu novia nueva)

Si es verdad lo que leí el otro día, que el duelo por mal de amores dura el tiempo que estuviste, multiplicado por dos, la cosa va a estar difícil. Veintidós años más enamorada de un imposible. Osea que voy a estar hasta los cincuenta y cinco años llorando a toda hora y en todo lugar. Porque yo lloro hasta cuando estoy acostada en la camilla de Hilda y ella me está depilando y me dice: nena, vos sos joven y tenés la vida por delante. Y te lo dice así con una seguridad y un amor de abuela, mirándote por debajo de esos anteojos de ver de cerca, y ponete de costadito ahora, y tiene razón Hilda, salí a caminar que así como cuando llorando por otro, lo conociste a él, ahora vas a cruzarte por el camino con uno nuevo. Un clavo saca otro clavo faltaba que dijera.
Y medio que ahi acostada sentís que las palabras de Hilda, tienen sentido, pero eso dura dos tirones, y cuando ella termina con mi cavado profundo, no me siento con la seguridad que me daba cuando estaba despatarrada en su camilla, y al contrario, no estoy ni siquiera para pasar el rato hojeando esas revistas en las que Solita muestra el culo y dice: "quiero envejecer con dignidad", o Nancy posa con su tanga blanca y su camisa transparente, y con su mano derecha, insinúa tocarse una teta, y "no seré perfecta pero duermo con el más lindo", y al contrario, no tengo mucha más voluntad que para ir al super y comprar una lata de duraznos en almíbar y algunas naranjas para el jugo de mañana.

Y llego a casa, y el atún se me queda atragantado, y no puedo concentrarme en escribir, ni en mirar una película, ni en ordenar la pila de ropa que está sobre mi cama, ni en leer la columna de Beatriz, que me quedó pendiente del domingo pasado, ni lavar medias a mano, y mejor me voy a la cama, porque para no hacer ni una cosa ni la otra, mejor intentar dormir. O soñar. Y allí estuvieron Rey y su novia nueva, desfilando por los túneles húmedos de mi inconsciente depresivo:

Estábamos los tres, Rey, su novia japonesa y yo, en un departamento de un sólo ambiente, de esos que figuran en alquiler en la vidriera de una mercería, entre las Sol y Oro extra large y las cremas Avon con alcanfor. En un papel cortado con los dientes, marcador negro indeleble, pegado sobre uno de los vidrios, de manera desprolija, con pocas especificaciones: "alquilo dto san bernardo".

Había pocos objetos en ese mono ambiente en el que todavía no sé cómo estábamos conviviendo los tres. Sobre la mesada de aluminio, como si fuera un paisaje inhóspito, un frasco de detergente casi vacío, con la etiqueta gastada. La mesa de fórmica en el centro y cuatro sillas alrededor. Ni una sola tenía sano el tapizado de cuerina negro. Unas cuchetas a un lado, mi cama de dos plazas, al otro.
Paredes celestes, la puerta del baño verde agua, una virgen inmortalizada en uno de los azulejos, y "María protege nuestra casa", un ramito seco de olivo, colgado de un clavo torcido. Una mesita baja y un teléfono con disco, color "cremita", con un cable largo y enroscado, como los fideos tirabuzón.
Una Bic que no funciona, molesta sobre la mesa y mancha el mantel de hule con tinta azul.

Ella era baja, chiquita de cuerpo, aunque con unos kilos de más. La segunda japonesa "gorda" que vi en mi vida: la cajera del supermercado de Cuenca y Baigorria y ésta, tu novia en mis sueños. Vestía rara. Se hacía la cool hunter pero le faltaba glamour, de ese con el que se nace.
Botitas Nike tuneadas, jean chupín negro, remera lisa no recuerdo de qué color. Se pasaba un peine de dientes gruesos en su carré desprolijo y se reía, con él, de mi?, con esos nervios de cuando mucho con el otro todavía no te conocés, y te encontrás despertando al lado suyo, en una cama de una plaza en la que pasaste una noche incómoda y qué te importa el haber dormido abrazados si ahora tenés una contractura que no te deja respirar. Me hubiera tirado a dormir en el suelo, pensás, pero te lo callás, porque quedaría descortés hacerle saber a tu novio de hace tan pocos días que ni el hecho de haber dormido entrelazados te hace feliz esta mañana. El pelo negro y lacio, como casi todas las japonesas, pero el de ella, lucía sin vida. Completaba su vestimenta con campera floreada y cartera negra de fiesta, no da ni un poco.
Rey se vestía bastante mal, como siempre: jean, zapatillas de skater negras, sin cordones, con lengüeta enorme; esa remera azul marino que está toda descosida y que cuando todavía compartíamos el mismo colchón, sólo usabas para dormir. Te colgabas esa mochila desconcida para mi, agarrabas las llaves y te preparabas para salir. Con ella.
Pero antes, te acercabas a la cama de dos plazas en la que yo todavía dormía. Se me veía la bombacha bordó con ribetes crudos y las sábanas apenas me tapaban. Sólo esa franja temerosa que va desde la cintura hasta casi las rodillas, esa que necesito tener siempre cubierta para estar segura de que no voy a caer desde la cama, directo a un precipicio, ni voy a salir eyectada hacia las azoteas del barrio, como ese sueño en el que sobre volaba la ciudad en ascensor. Mis pies se asomaban deshinchandos, con mis uñas pintadas en un rojo apasionado. Y antes de irte con ella, tu nueva novia menor de edad, petisa, gorda y japonesa, me acariciabas la cabeza a mi, como cuando de esa manera intentabas tranquilizarme, y te estabas por ir de nuevo, pero llegabas a la puerta, y volvías a mi cama, a tocarme el pelo otra vez, y pronunciabas mi nombre varias veces, como si fuera una canción de cuna que me inducía a sumergirme embriagada, en un sueño profundo y dulce. Y yo, acostada boca arriba, con los huesos de mis caderas apuntando como flechas hacia el techo, mis brazos largos desnudos, la cabeza escondida debajo de la almohada, no podía entender qué tenía ella que no tuviera yo, además de grasa acumulada en la cintura, pésimo gusto para vestirse, el pelo negro engrasado y esa sonrisa despareja, y qué necesidad tendrá Nelly de la planta baja, de relatarle a Morita cada cosa que hace, (Morita, ahora voy a baldear, Morita, ahora "vamos" a inflar la bicicleta de Nico, Morita, esto o aquello), si la perra no entiende nada, y me saca sin permiso de este sueño rectangular, celeste, con arena en los rincones y olor a sal, como un mono ambiente alquilado a último momento en la costa.

Pero al menos amanece, que no es poco, y acá me encuentro, con la radio del vecino de fondo, y la publicidad de la esponjita dorada "que dura y rinde más", con mi mesa de luz atestada de papeles, y el libro que no leo más, y el que si leo, y la crema para las manos, y el cassette con las clases de stand up que todavía no desgrabé. Con un "camino" hecho con seis pares de zapatillas en el pasillo de mi cuarto que conduce al baño, con Roberto, mi hombre de papel a medio construir, que me mira sin cabeza desde un rincón de la habitación, "con mis ganas frustradas de aprender a cocinar", pero intentando elevarme a unos centímetros del suelo más que ayer.
Y me dan ganas de salir de este círculo vicioso en el que sólo hay imágenes del ayer aferradas a las paredes de mi organismo enfermo. Y por qué no reaccionaba, y me quedaba inmóvil, como un sesto de sangre, huesos y carne. Y entonces digo que si, que es hora de limpiar mis venas azules cargadas de rencor y de dolor, y me voy a ese bar grande como una mansión, con escaleras larguísimas y un gato negro, suave y silencioso, al que no le tengo miedo como a los demás gatos, y el manager de la banda de rock que presenta su primer video me sorprende a la salida del baño con mis dedos torpes intentando abrochar el último botón de mi camisa negra: qué lindos ojos tenés, seguro sos de acuario. Y qué tendrá que ver el color de ojos con los signos del zoodíaco, pero el pelilargo con zapatos de vestir, marrones y gastados, acertó. Y seguía: a partir de los treinta años, tu ascendente pasa a ser tu signo y todo depende del decanato en el que te encuentres y, viste que cuando pasan estas cosas, un poco pensás, y si es el amor de mi vida, y otro poco, decís, pero éste qué se pensó, que se dé media vuelta, que siga inventando canciones y videos nuevos con sus amigos rockeros y me deje a mi, comer, tomar, fumar, en paz, y qué signos, ni ojos verdes redondos como almendras, ni decanatos, ni ocho cuartos.

Pero si, fijate que soy de acuario, y qué cantidad de gente que dice cosas por decir: "se nota que sos de acuario porque te gusta nadar". Fijate que es un signo de aire.
Pero yo si, quisera ser un pez.
Y claro, amo el mar.

sábado, 24 de enero de 2009

Sueños breves

Fran observaba su lienzo blanco desde el sillón nuevo que puso en el taller. Yo volvía a ponerme la ropa y me soltaba el pelo. Santi limpiaba sus pinceles con una toalla vieja. Mientras, nos contaba que esos señores cargaban barcos con muchos hombres. "Hasta llenarlos por completo. Hasta que casi se hundían los barcos de tan repletos que iban de hombres. Los tenían así, trabajando duro, parejo, de sol a sombra. Aunque hiciera calor o lloviera torrencialmente. Pero ellos parecían no darse cuenta. Como mulas trabajaban. Ni se quejaban. Lo hacían y ya. Es que sabían que después venía el premio. Los tenían contentos con eso. Para ellos la recompensa era poder tomar agua y comer".

miércoles, 14 de enero de 2009

Dos docenas de copas rotas

Qué difícil caminar con botas de lluvia, y vestida absolutamente de negro, cuando a la media hora de haber salido de casa, con el cielo encapotado sobre mi cabeza, el sol raja la tierra. Te la regalo.
Pero ya había dado mil vueltas antes de salir, no iba a demorarme ni un minuto más cambiando botas de lluvia por ojotas de goma, y piloto negro por musculosa blanca. Me fui así, si total, en media hora, se viene de nuevo un diluvio universal y andá a cruzar Nazca sin matarte en el intento.

Siempre lo mismo, se me ocurre teñir de color suela, las botas azules, o de marrón, las rosas. Es evidentemente un problema, porque no puede ser por aburrimiento, con el poco tiempo libre que yo tengo en la vida.
Y esta vez no iba a ser la excepción, y también, quedaron espantosas, como la última, y la anterior, y como siempre, y antes de irme al seminario me fui un rato a llorar a "Por tus Pies", a decirle a la empleada que es divina y dice "mama", así, sin acento, y tiene esa cara de actriz italiana, y por qué no irá a un casting me pregunto yo, mientras ella me dice: "mama, yo te las tiño de nuevo, quedate tranquila que vamos a probar con otro color, no vale la pena que llores por esto".
Y yo en un acto absolutamente ridículo y patético, argumento que "no es con usted señora, el trabajo está muy bien hecho, es que a mi no me convence el color. En la muestra, como era un pedazo de cuero más chiquito, se veía diferente. Además me vino, y últimamente me cambia tanto el humor, una angustia vio, acá, en el pecho, y me vestí de negro y me puse botas de lluvia, y tengo un calor, no se imagina. Y Rey que se fue con una nena, de dieciocho años, señora, podría ser su hija, no le parece".
Y ella, que insisto, debiera haber sido actriz y no zapatera, con un pincel en la boca, mientras que con sus dos manos grandes, teje una trenza con su pelo largo y ondulado, me dice: "son todos iguales, mi amor. Cortados por la misma tijera".

Pero fijate que yo pensaba lo mismo que la mujer zapatera, pero no, hace poco descubrí que Él es diferente, porque Él entendió todo. Y cuando digo todo, es todo:
Es saber que los hombres de determinadas profesiones hacen el amor con las medias puestas, y así, rápido, "como para sacarse el rollo de encima".
Es entender que quizás el amor, no es que te sostengan la frente mientras doblada en dos, y con la cabeza entera adentro del inodoro, vos vomitás sin respiro, sino que desde afuera del baño, te alcancen el Reliverán, o que te pongan cuarenta gotitas de Hepatalgina en medio vaso de agua. (El tío y yo le ponemos cincuenta, y mamá tiene razón, dice que en eso parecemos padre e hija, porque somos los dos así de exagerados, y que además revolvemos el café con tanto fervor que "queridos, no hace falta poner tanta energía en una cucharita adentro de un pocillo").
Él entendió todo porque sabe qué nombres de mujer, son de podóloga. Y además, si hace calor, y el roce de la remera le saca un salpullido acá, en los costados de la cintura, aunque le pique, y le queme, y las ronchas sean del tamaño de una lamparita y no lo dejen dormir, Él se la aguanta como un hombre de pelo en pecho, porque "yo no soy un tipo que ande usando talco, acaso no te diste cuenta de eso, todavía".
Y eso está muy bien, porque al no usar talco, se le pueden aceptar un montón de cosas que a otro ni siquiera le perdonarías, porque es sabido lo mal que a mi me ponen los restos de talco en un cuerpo. Los restos de talco en el cuerpo de un hombre. Ni hablar si es en los pies. Porque es preferible que ronque fuerte de noche o te destape, pero no que se le vean restos de talco entre los dedos, porque eso a mi me desenamora tanto como que no le dejen propina a un mozo, o que digan "de" en serio. Y me pasa algo que es raro, porque por un lado, saldría corriendo sin parar hasta Viamonte y Florida, y por otro, no sé, es como si el talco actuara como un gas paralizante, que me deja inmóvil y callada, unicamente observando el polvo blanco entre sus dedos, sin poder decir "ni mu". Y al rato de nuevo, unas ganas locas de manguerearle las patas hasta que sus pies queden inmaculados, (eso quiere absolutamente limpios), pero no, las imágenes de la señora esa, de blusa floreada, diciendo "pespunte" o "bricolage", y qué manera tan Utilisima Satelital de decir pavadas, me dejan quieta de nuevo, sentada en un banco de plaza al lado de sus dedos con resto de polvo blanco.

Yo antes opinaba como la zapatera, que todos eran iguales, porque al final, después de jurártelo "por mi madre que en paz descanse", a la primera de cambio, chau, y cuando vos pedís explicaciones, el famoso, "bueno, acaso la gente no cambia", y lo que ayer era eterno, hoy no puedo entender cómo sucedió.

Igual fijate, que haber entendido todo, no te exime de decir frases tan incoloras, inodoras, inoloras e incípidas, como "mejor llevate tus copas de mi casa porque los bienes tienen que circular". Y ahi la que no entendió nada fui yo. Porque si, tal vez fue un atrevimiento de mi parte, que me avergüenza, es cierto, y quizás sentiste que te invadí, pero yo lo hice únicamente con la buena intención de compartir algo donde verter un rico vino y brindar por la libertad, por las olas y por el amor. Y porque no soporto que las cosas estén por años, envueltas en papel de diario del año 1987, absorviendo tinta negra, adentro de una caja en un estante del lavadero, arruinándose por las filtraciones que vienen del quinto piso, o guardándolas "para el día de mañana, por si acaso". Acaso qué. Acaso no es peor que llevar dos docenas de copas, dejar mi shampoo para cabellos teñidos en tu bañadera, mis guantes de goma en tu alacena, o mi rosario preferido en el cajón de tu mesa de luz.

Y ahora, además del cielo encapotado sobre mi cabeza, cargo un piloto negro sobre mis hombros, como si fuera una mochilla llena de plomo. Y el calor me aplasta como si alguien me chupara desde abajo de la tierra.
Y tus palabras se clavaron en mi garganta, como si fueran trozos de vidrio de copas rotas, y yo ya no puedo hablar, ni comer, ni tragar, ni llorar, ni escupir.
Ni usar mis botas azules teñidas de color suela, porque quedaron espantosas, como la última vez, y la anterior, y como siempre.

jueves, 8 de enero de 2009

Es no tener idea de nada

Fijate que Él me pregunta si vi Taxi Driver, y ante la mención de tal "peliculón", a mi lo único que se me viene a la mente, son las imágenes de Solita y Claudio (García Satur), y el taxi amarillo y negro, y ella con el pelo rubio, recogido, y su sonrisa de siempre, y él, tan apuesto, con todos esos años menos. Nunca pensar en Jodie, o en Robert, como es debido. No.
Y Él no lo puede creer. Y medio que atina a decir: "no, mi amor, Solita, no", pero se calla. Y se lleva la mano derecha a la cabeza como diciendo: inexplicable.
Y tampoco puede creer que yo no sepa cuál es Mercedes, a pesar de haber vivido en Devoto casi veinte años.
Mejor lo del auto ni se lo cuento: que cuando mi papá me lo prestaba, yo, para ir a algún lugar, hacía el recorrido del colectivo que me llevaba hasta ahí, deteniéndome en cada parada, porque si no me perdía.
Tampoco puede creer que no haya visto Pulp Fiction, "que es un clásico".
Pero fijate que yo no soy clásica, ni hago esas cosas clásicas que suele hacer la gente. Porque a mi, viste que eso del vestido blanco, e ir a doscientas pruebas de peinados, y elegir con mi novio el tema para entrar al salón. Ni hablar del tema del corte de la torta, las dos manos entrelazadas, listos preparados ya, mirar a la cámara, y a mi seguro que se desmoronan los cinco pisos recubiertos con merengue. Ni los zapatos blancos. Porque zapatos blancos y esmalte nacarado en las uñas, es no haber entendido nada de nada. Ni hablar de las sandalias con medias de nylon. Aunque sean sin puntera. Hay cosas que definitivamente me ponen mal.
Qué onda la chica esa que va sentada en el 109, con vestido rojo a lunares blancos, con voladitos en todas las terminaciones, y zapatos al tono. Si, rojos con lunares blancos. (Me pregunto: ni una madre, ni un vecino, no sé, el almacenero "de abajo de casa", que te advierta que asi, nena, parecés la hormiga Titina).
Menos que menos pasarme un domingo entero recorriendo casas de grifería para elegir qué canilla va en cada baño o discutir sobre si vamos a poner o no duchador. Si cuando aquella vez tuvimos que elegir el color de las paredes, lo resolvimos en tres minutos y medio por reloj. Cerramos el catálogo, nos miramos y, por éstas cosas las parejas se pelean, nos preguntamos. Imaginate que ni yo siquiera sé lo que es el porcelanato.
Y no te digo que ando por la vida como una de las "diez mejores vestidas del mundo", pero vestido rojo con lunares blancos, no. Y además, de mi, nunca vas a recibir como recuerdo de mis vacaciones, un caracol con un lobo marino fosforescente en la punta que diga: "yo estuve en Las Toninas". Ni soy de las que le ponen una funda negra al sillón blanco, para que no se ensucie. Ni dejo las flores en agua con el celofán en el que vienen envueltas.

Y fijate que no, que Pulp Fiction no la vi.

viernes, 2 de enero de 2009

Éramos tan chicas III

Mi prima le preguntó a su mamá: _mañana, tendrá pasado?

Había más frases dichas por ella, escritas en la pared, en lápiz rojo, al lado de la cama alta. Pero ahora, no me las acuerdo.

Y había además, una colcha de verano, con flores negras y verdes. Y sobre un estante, más alto que la cama, (era claro el acolchado?), una pulsera que un día agarré sin permiso (eran verdes y negras las flores?). Y me retaron un poco. Y me dio vergüenza. Pero qué linda era esa pulsera.

En esa cama alta dormimos mamá y yo la noche que nos fuimos (tuvimos que ir) del departamento de Navarro abandonando a la deriva nuestras cosas envueltas en diario, guardadas en canastos de mimbre.
El techo blanco estaba muy cerca de mi cara, de mi nariz.
Alrededor, todo giraba.
Me daba un poco de vértigo.
El techo blanco.
Tan cerca.
El silencio.

Yo mantenía los ojos abiertos. Como para verlo llegar, cuando volviera, y avisarle que estábamos ahí, a metros del suelo de madera, en las alturas de una cama. Pero no regresaba. Y yo me dormí. Con los ojos abiertos. Hasta cuándo me dormí?

A los pocos días sonó el teléfono.
Yo jugaba en la vereda. Con mis trenzas que todavía eran rubias.
Mamá gritó y lloró.
La abuela salió a la puerta. Me dijo algo al oído. Un secreto compartido.
Yo grité.
Y salté.
(Tenía puesto un short azul marino y una chomba de piqué, blanca).
Y después lo vi bajar de un taxi. Doblado al medio.
Me dio pena y tristeza.
Me llevé las manos a la cara, a la boca, y caminé hacia atrás. Toparme con el mármol negro y frío del umbral de la puerta de la casa de los abuelos, me hizo reaccionar.
Le ofrecí un poncho marrón para que se cubriera los hombros y le dije: querés agua?

Creo que ahí recién me desperté.
Pero nunca más pude dormir con los ojos cerrados.
Ni con la luz apagada.
No al menos, sin miedo.

Éramos tan chicas II

De vacaciones en Merlo. Yo le escribía cartas a mis abuelos, cuando aún existían las que llegaban en un sobre con estampillas de colores.
Yulai quería hacer lo mismo y aunque no sabía escribir, se sentaba en una silla, agarraba papel y lápiz, hacía garabatos y preguntaba:

_mami, leche va con "eche"? Y torta, va con "to"?

Éramos tan chicas, I

Con mamá, camino al almacén de Don Humberto:

Yo_ , éste verano nos vamos a ir de vacaciones?
Mamá_ Si Dios quiere, si.
Yo_ Y por qué Dios no va a querer?

Postigo rojo de cuatro hojas

Casa de Devoto.
Yulai ordenaba libros en el tallercito de adelante. Los limpiaba uno a uno con una franela de gamuza, naranja.
Yo bajaba las escaleras de mi cuarto, él único que estaba en la planta alta, haciendo ruido con mis pies en cada escalón, esos que crujían como queriendo decir algo.
Estaba por entrar a bañarme, pero antes, me daba cuenta de que, metros más adelante, la puerta de la cocina estaba abierta. De las cuatro hojas del postigo rojo, que iba del piso al techo, sólo tres estaban cerradas. Y la puerta de vidrio, también, abierta totalmente. Por ese espacio, un cuadrado perfecto de luz entraba desde el jardín.

Agitada y exaltada, llamaba a Yulai. Ella abandonaba la franela naranja y los libros, y en un afán por descubrir qué me pasaba, o qué sucedía allá, en el fondo de la casa, me seguía casi corriendo y me acompaña a cerrar la puerta de la cocina que daba a la galería que antecedía al jardín, en el que esa noche, el silencio, el frío y el rocío eran tajantes.
No se escuchaba ni un sólo grillo, ni a los gatos vecinos peleando como casi todas las noches, o amándose, quién sabe, ni el sonido que solían hacer las hojas del ciruelo al acomodarse para dormir.

Yulai corría detrás mio y casi no podía alcanzarme. Una vez en la cocina, y ya con el postigo rojo cerrado, yo me tranquilicé. La miré como diciendo: "listo, triunfamos". Ella se apoyó como en un gesto de resignación sobre el mueble de algarrobo, en el que descansaban frascos con especias, tazas y platos blancos, y la caja de madera en la que guardábamos el pan, y me dijo: por correr así, tan rapido, al final te paralizás.