lunes, 26 de enero de 2009

Novia Fugitiva (Nueva Versión)

Para qué decir algo de todo esto que siento, si total, mañana se me pasa y otra que Fermina Daza en El Amor en los Tiempos del Cólera, y "discúlpeme Florentino, pero hoy al verlo, me di cuenta que lo nuestro no es más que una ilusión".
Es que yo no puedo quedarme con todo esto adentro. Es como cuando ves a alguien conocido caminando por la vereda de enfrente, es obvio que vas a querer llamarlo, hacerle señas con la mano, gritar, saltar, para que te vea. Es imposible seguir caminando como si nada. Por eso, no es que quiera, sino que necesito, decirle que desde el primer momento, bueno, desde el primer momento no, pero si desde el segundo o el tercero, me arrepentí a lo Letu Bredice y con bombacha y sin corpiño, asi tapándome las tetas con las dos manos, "les pido perdón a todos los hombres de los que me escapé". Y que ahora no podría salir corriendo cual novia fugitiva, primero, porque ya no tengo las Nike running de aquel entonces y con estas Puma no es lo mismo, porque no son tan cómodas, y además porque los médicos todavía no me dieron autorización para correr. Y que es verdad que me molestó que no hubiera coherencia entre lo que decía y lo que hacía, y que sentí que era un cobarde porque no tuvo el coraje de desandar lo dicho, porque para qué tanta historia con eso de una relación madura, sincera, directa, con paz por las mañanas y peces en el corazón, si al final, todos son iguales, y lo dicho, dicho está, pero no seas ilusa mujer, y date cuenta de que no soy David Coperfield pero puedo hacer que todo se desvanezca como por arte de magia, y ni aunque te lo jure por Julita, o por mi hermanito que es lo que más amo en el mundo, porque si cruzo los dedos el juramento no tiene efecto, y si no los cruzo tampoco se muere nadie.

Y P. me dijo que "por una pavada tiré todo por la borda en menos de lo que canta un gallo", y que "por intolerante te perdiste un chico divino, un amor de persona". Y claro, ella lo conoce desde hace años, como veintisiete, por eso lo defiende. A mi me conoce hace no sé, cinco, seis años como máximo, y encima no soy su amiga, sino que era la novia de uno de los mejores amigos de su marido, doce personas y un lobo marino entre nosotras dos, está claro que corro con desventaja con respecto a Uno.
Y Yulai me reta y me dice que por hacerme la liberal, no soy clara, y que parecemos dos adolescentes jugando a las escondidas, y desde el baño y mientras se pone el tapaojeras, "maduren de una vez, quieren". Y ahí me hace sentir, no te digo la peor de las hermanas mayores, pero si asumo que debiera haber nacido ella primero. Pero qué más querés que haga, que le diga que en el verano me compré pensando en él: trece remeras, (dos de ellas estampadas, una con pájaros, otra con mariposas), un escurridor de lechuga (qué hallazgo), y un collar con una muñeca azul a la que no sé si llamar Abril, Acuario, Azul, Frida Kahlo o Libertad.
Que hace meses me acuesto, y almuerzo, y me levanto, y meriendo, y voy a la casa de electricidad que queda en Avenida Mosconi, y no lo miro nada de nada al chico con gorrita, y al otro menos que menos porque se casó, y vuelvo a casa, y me baño, y cuando voy a cambiar la bombita que compré, se me cae, y se rompe, y se me llenan de vidrios las botas marrones que estaban abajo del aplique de luz. Y voy al chino porque me olvidé de comprar el postre de vainilla que nunca voy a hacer, y mojo las Frutigran en el café con leche, y me golpeo la rodilla con la mesa ratona, y miro una novela sin prestar atención al contenido pero me quedo absorta observando a Luisa Kuliok, porque está igual que en La Extraña Dama y para esta mujer no pasa el tiempo, será de Dios. Y que se me cae el frasco de mermelada, y le cambio las pilas al control remoto, y pongo a funcionar el lavarropas, y me como una manzana asada con miel, y prendo un sahumerio, y hago, digo, no digo, no hago, tantas, pero tantas cosas pensando en él?
Que siento que con él estoy "en tratamiento de recuperación", y que si me descuida o me descuido sería gravísimo, porque en un sólo segundo caigo como en picada desde una montaña de penas, en el precipicio de las redes envenenadas del desamor de Rey. Cómo le digo que es el único, pero el único de todos todos eh, con el que me arrepentí de escaparme, y que cuando vuelvo con Rey no es porque quiera sino porque no puedo, y no es por justificarme, pero aunque la mayoría de mis allegados no lo entiendan, no es inexplicable, porque ya lo dijo el doctor Abdala en la revista Viva, y el doctor Abdala sabe, que está comprobado científicamente que en esto de las adicciones al amor de un hombre malo que te parte el corazón en mil pedazos, hay algo relacionado con los impulsos obsesivos, como la drogadicción, el alcoholismo o los trastornos alimenticios. Y el doctor Abdala te dice palabras como "dopamina" y a mi me da una seguridad.

Fue una noche después de sacar la basura a la calle, cuando me miré en el espejo del botiquín de Mendoza y querida, no podés estar tan amargada, y me di cuenta que hacía tanto que no escuchaba mi propia risa, y me dio lástima, porque era hermosa mi sonrisa, y hasta la doctora Kotler quería sacarme una foto y exponerla en la sala de espera del consultorio. Y había figuras enormes de monos con bigotes, perros en monopatín y globos, pegadas en el techo, para que cuando nos sentáramos en el sillón celeste y nos pidiera que abriéramos la boca, en lugar de llorar y patalear, nos distrajéramos con las figuras de colores.

Poly opina que más vale que cuando conozca a alguien, open my mind y me deje de joder con Rey, y con la pelota. Y yo me pongo contenta cuando creo que en unos ojos nuevos, o en unas piernas largas, o en unos libros de filosofía, encontré el amor, y se lo cuento a M. y "esta vez es diferente" y "cuántas veces escuché eso, decime, cuántas". M. suspira fuerte, y está a punto de encender un cigarrillo, pero no lo hace porque yo ya le conté que no me dejan fumar ni estar en lugares en los que se fume, porque "la nicotina impide que mi prótesis se adhiera al hueso", y le da culpa hacerlo, porque imaginate un disco no agarrado a la vértebra, "sería una desgracia la boca se te haga a un lado", y entonces no fuma, pero pasa nerviosa las hojas del cuaderno, y hasta me da la sensación de que está por revolearme el cenicero por la cabeza, y dice que no le importa saber quién es el nuevo desconocido de sexo masculino que ocupa mis tardes de té con limón y mis noches pegada al teléfono, porque igualmente el destino final de esta historia de amores, desamores, tormentas, llantos y pasiones, es Rey.

Año 1998, el desencuentro: "Me acuerdo de una noche en la que planchabas y llorabas, porque vos lo amabas y él no"

Quizás tenga razón Y, y lo mejor sea quedarme sola, y no decir nada de todo esto. Mejor calladita la boquita, y si tenés el impulso de abrirla, mejor andate a la plaza a hacer tai chi con esa pareja que se viste de blanco y vende plantitas del dólar, u ordená por fecha de vencimiento las latas de lentejas que tenés en la alacena, o hacete un baño de crema de algas marinas, o algo que te haga hacer silencio, porque acordate que después "sos esclava de tus propias palabras" y ahí si que me da un ataque y me dan ganas de golpear la almohada contra la pared y hago "patadita" contra el piso, porque quién me mandó me querés decir, quién me mandó a hablar, si yo estaba tan tranquila, sola en mi casa, descalza y despeinada, cuándo no, haciendo de cuenta que mi raqueta es una guitarra y desentonando Sweet Child O´ Mine, tomando mate, chequeando casi de manera obsesiva la temperatura en la televisión, escuchando cada tanto Kiss Me en la computadora, y cantando, haciendo de cuenta que Eduardo me hace audicionar para reemplazar a la chica (gorda) que lo hacía antes porque "por un tiempo no va a poder venir a los ensayos porque se dobló el tobillo izquierdo en su clase de tae bo", y ahora que me probaron a mi, Eduardo queda deslumbrado al verme y al escucharme, y al final decide que quedo yo como la protagonista de este musical, y canto, no te digo con la voz de Liza Yulai, pero si con su potencia y su energía. Y el libreto dice que tengo que subir por la escalera que está detras de bambalinas, y asomarme a ese balcón de utilería, desde el que miro hacia abajo, hacia los costados, hacia arriba, hacia adelante y hacia atrás, y no lo encuentro a Rey, ni a Uno, ni a Romeo, y yo no soy Julieta. Y me querés decir, quién soy yo, y a dónde estoy, que no me puedo encontrar.

(Eduardo sabe que con tacos soy un desastre, entonces me permite dejarlos al pie de la escalera, total, detrás de ese balcón de utilería, nadie se da cuenta de que en realidad estoy descalza, con medias negras como mi ánimo y tan agujereadas como mi corazón).

Sueño de siesta en su casa

Candela me mostraba, feliz, su mochila nueva de Hello Kitty.
Claudia, mi compañera de teatro que lleva flores a cada clase, estaba dando vueltas por ahí, preparando la campaña para el próximo San Valentín.
Yo, me había transformado en Juana Viale (si, del Carril), en una producción de la Revista Tendencia. Ya adentro de su bañadera, parada en un extremo, testeaba qué tan caliente (o fría), salía el agua. Estaba absolutamente vestida: calzas negras brillosas, como engomadas, el pelo larguísimo, oscuro, semi ondulado, tacos de la última colección de invierno de Ricky Sarkany.

Él volvió a la cama.
Me desperté.
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Mis ojos, mis piernas, mis brazos, se abrieron.
Mi corazón late con Él.
Late con vos.
(No con todos).
Mi corazón.

Latimos.



domingo, 25 de enero de 2009

Sueño con vos (y tu novia nueva)

Si es verdad lo que leí el otro día, que el duelo por mal de amores dura el tiempo que estuviste, multiplicado por dos, la cosa va a estar difícil. Veintidós años más enamorada de un imposible. Osea que voy a estar hasta los cincuenta y cinco años llorando a toda hora y en todo lugar. Porque yo lloro hasta cuando estoy acostada en la camilla de Hilda y ella me está depilando y me dice: nena, vos sos joven y tenés la vida por delante. Y te lo dice así con una seguridad y un amor de abuela, mirándote por debajo de esos anteojos de ver de cerca, y ponete de costadito ahora, y tiene razón Hilda, salí a caminar que así como cuando llorando por otro, lo conociste a él, ahora vas a cruzarte por el camino con uno nuevo. Un clavo saca otro clavo faltaba que dijera.
Y medio que ahi acostada sentís que las palabras de Hilda, tienen sentido, pero eso dura dos tirones, y cuando ella termina con mi cavado profundo, no me siento con la seguridad que me daba cuando estaba despatarrada en su camilla, y al contrario, no estoy ni siquiera para pasar el rato hojeando esas revistas en las que Solita muestra el culo y dice: "quiero envejecer con dignidad", o Nancy posa con su tanga blanca y su camisa transparente, y con su mano derecha, insinúa tocarse una teta, y "no seré perfecta pero duermo con el más lindo", y al contrario, no tengo mucha más voluntad que para ir al super y comprar una lata de duraznos en almíbar y algunas naranjas para el jugo de mañana.

Y llego a casa, y el atún se me queda atragantado, y no puedo concentrarme en escribir, ni en mirar una película, ni en ordenar la pila de ropa que está sobre mi cama, ni en leer la columna de Beatriz, que me quedó pendiente del domingo pasado, ni lavar medias a mano, y mejor me voy a la cama, porque para no hacer ni una cosa ni la otra, mejor intentar dormir. O soñar. Y allí estuvieron Rey y su novia nueva, desfilando por los túneles húmedos de mi inconsciente depresivo:

Estábamos los tres, Rey, su novia japonesa y yo, en un departamento de un sólo ambiente, de esos que figuran en alquiler en la vidriera de una mercería, entre las Sol y Oro extra large y las cremas Avon con alcanfor. En un papel cortado con los dientes, marcador negro indeleble, pegado sobre uno de los vidrios, de manera desprolija, con pocas especificaciones: "alquilo dto san bernardo".

Había pocos objetos en ese mono ambiente en el que todavía no sé cómo estábamos conviviendo los tres. Sobre la mesada de aluminio, como si fuera un paisaje inhóspito, un frasco de detergente casi vacío, con la etiqueta gastada. La mesa de fórmica en el centro y cuatro sillas alrededor. Ni una sola tenía sano el tapizado de cuerina negro. Unas cuchetas a un lado, mi cama de dos plazas, al otro.
Paredes celestes, la puerta del baño verde agua, una virgen inmortalizada en uno de los azulejos, y "María protege nuestra casa", un ramito seco de olivo, colgado de un clavo torcido. Una mesita baja y un teléfono con disco, color "cremita", con un cable largo y enroscado, como los fideos tirabuzón.
Una Bic que no funciona, molesta sobre la mesa y mancha el mantel de hule con tinta azul.

Ella era baja, chiquita de cuerpo, aunque con unos kilos de más. La segunda japonesa "gorda" que vi en mi vida: la cajera del supermercado de Cuenca y Baigorria y ésta, tu novia en mis sueños. Vestía rara. Se hacía la cool hunter pero le faltaba glamour, de ese con el que se nace.
Botitas Nike tuneadas, jean chupín negro, remera lisa no recuerdo de qué color. Se pasaba un peine de dientes gruesos en su carré desprolijo y se reía, con él, de mi?, con esos nervios de cuando mucho con el otro todavía no te conocés, y te encontrás despertando al lado suyo, en una cama de una plaza en la que pasaste una noche incómoda y qué te importa el haber dormido abrazados si ahora tenés una contractura que no te deja respirar. Me hubiera tirado a dormir en el suelo, pensás, pero te lo callás, porque quedaría descortés hacerle saber a tu novio de hace tan pocos días que ni el hecho de haber dormido entrelazados te hace feliz esta mañana. El pelo negro y lacio, como casi todas las japonesas, pero el de ella, lucía sin vida. Completaba su vestimenta con campera floreada y cartera negra de fiesta, no da ni un poco.
Rey se vestía bastante mal, como siempre: jean, zapatillas de skater negras, sin cordones, con lengüeta enorme; esa remera azul marino que está toda descosida y que cuando todavía compartíamos el mismo colchón, sólo usabas para dormir. Te colgabas esa mochila desconcida para mi, agarrabas las llaves y te preparabas para salir. Con ella.
Pero antes, te acercabas a la cama de dos plazas en la que yo todavía dormía. Se me veía la bombacha bordó con ribetes crudos y las sábanas apenas me tapaban. Sólo esa franja temerosa que va desde la cintura hasta casi las rodillas, esa que necesito tener siempre cubierta para estar segura de que no voy a caer desde la cama, directo a un precipicio, ni voy a salir eyectada hacia las azoteas del barrio, como ese sueño en el que sobre volaba la ciudad en ascensor. Mis pies se asomaban deshinchandos, con mis uñas pintadas en un rojo apasionado. Y antes de irte con ella, tu nueva novia menor de edad, petisa, gorda y japonesa, me acariciabas la cabeza a mi, como cuando de esa manera intentabas tranquilizarme, y te estabas por ir de nuevo, pero llegabas a la puerta, y volvías a mi cama, a tocarme el pelo otra vez, y pronunciabas mi nombre varias veces, como si fuera una canción de cuna que me inducía a sumergirme embriagada, en un sueño profundo y dulce. Y yo, acostada boca arriba, con los huesos de mis caderas apuntando como flechas hacia el techo, mis brazos largos desnudos, la cabeza escondida debajo de la almohada, no podía entender qué tenía ella que no tuviera yo, además de grasa acumulada en la cintura, pésimo gusto para vestirse, el pelo negro engrasado y esa sonrisa despareja, y qué necesidad tendrá Nelly de la planta baja, de relatarle a Morita cada cosa que hace, (Morita, ahora voy a baldear, Morita, ahora "vamos" a inflar la bicicleta de Nico, Morita, esto o aquello), si la perra no entiende nada, y me saca sin permiso de este sueño rectangular, celeste, con arena en los rincones y olor a sal, como un mono ambiente alquilado a último momento en la costa.

Pero al menos amanece, que no es poco, y acá me encuentro, con la radio del vecino de fondo, y la publicidad de la esponjita dorada "que dura y rinde más", con mi mesa de luz atestada de papeles, y el libro que no leo más, y el que si leo, y la crema para las manos, y el cassette con las clases de stand up que todavía no desgrabé. Con un "camino" hecho con seis pares de zapatillas en el pasillo de mi cuarto que conduce al baño, con Roberto, mi hombre de papel a medio construir, que me mira sin cabeza desde un rincón de la habitación, "con mis ganas frustradas de aprender a cocinar", pero intentando elevarme a unos centímetros del suelo más que ayer.
Y me dan ganas de salir de este círculo vicioso en el que sólo hay imágenes del ayer aferradas a las paredes de mi organismo enfermo. Y por qué no reaccionaba, y me quedaba inmóvil, como un sesto de sangre, huesos y carne. Y entonces digo que si, que es hora de limpiar mis venas azules cargadas de rencor y de dolor, y me voy a ese bar grande como una mansión, con escaleras larguísimas y un gato negro, suave y silencioso, al que no le tengo miedo como a los demás gatos, y el manager de la banda de rock que presenta su primer video me sorprende a la salida del baño con mis dedos torpes intentando abrochar el último botón de mi camisa negra: qué lindos ojos tenés, seguro sos de acuario. Y qué tendrá que ver el color de ojos con los signos del zoodíaco, pero el pelilargo con zapatos de vestir, marrones y gastados, acertó. Y seguía: a partir de los treinta años, tu ascendente pasa a ser tu signo y todo depende del decanato en el que te encuentres y, viste que cuando pasan estas cosas, un poco pensás, y si es el amor de mi vida, y otro poco, decís, pero éste qué se pensó, que se dé media vuelta, que siga inventando canciones y videos nuevos con sus amigos rockeros y me deje a mi, comer, tomar, fumar, en paz, y qué signos, ni ojos verdes redondos como almendras, ni decanatos, ni ocho cuartos.

Pero si, fijate que soy de acuario, y qué cantidad de gente que dice cosas por decir: "se nota que sos de acuario porque te gusta nadar". Fijate que es un signo de aire.
Pero yo si, quisera ser un pez.
Y claro, amo el mar.

sábado, 24 de enero de 2009

Sueños breves

Fran observaba su lienzo blanco desde el sillón nuevo que puso en el taller. Yo volvía a ponerme la ropa y me soltaba el pelo. Santi limpiaba sus pinceles con una toalla vieja. Mientras, nos contaba que esos señores cargaban barcos con muchos hombres. "Hasta llenarlos por completo. Hasta que casi se hundían los barcos de tan repletos que iban de hombres. Los tenían así, trabajando duro, parejo, de sol a sombra. Aunque hiciera calor o lloviera torrencialmente. Pero ellos parecían no darse cuenta. Como mulas trabajaban. Ni se quejaban. Lo hacían y ya. Es que sabían que después venía el premio. Los tenían contentos con eso. Para ellos la recompensa era poder tomar agua y comer".

miércoles, 14 de enero de 2009

Dos docenas de copas rotas

Qué difícil caminar con botas de lluvia, y vestida absolutamente de negro, cuando a la media hora de haber salido de casa, con el cielo encapotado sobre mi cabeza, el sol raja la tierra. Te la regalo.
Pero ya había dado mil vueltas antes de salir, no iba a demorarme ni un minuto más cambiando botas de lluvia por ojotas de goma, y piloto negro por musculosa blanca. Me fui así, si total, en media hora, se viene de nuevo un diluvio universal y andá a cruzar Nazca sin matarte en el intento.

Siempre lo mismo, se me ocurre teñir de color suela, las botas azules, o de marrón, las rosas. Es evidentemente un problema, porque no puede ser por aburrimiento, con el poco tiempo libre que yo tengo en la vida.
Y esta vez no iba a ser la excepción, y también, quedaron espantosas, como la última, y la anterior, y como siempre, y antes de irme al seminario me fui un rato a llorar a "Por tus Pies", a decirle a la empleada que es divina y dice "mama", así, sin acento, y tiene esa cara de actriz italiana, y por qué no irá a un casting me pregunto yo, mientras ella me dice: "mama, yo te las tiño de nuevo, quedate tranquila que vamos a probar con otro color, no vale la pena que llores por esto".
Y yo en un acto absolutamente ridículo y patético, argumento que "no es con usted señora, el trabajo está muy bien hecho, es que a mi no me convence el color. En la muestra, como era un pedazo de cuero más chiquito, se veía diferente. Además me vino, y últimamente me cambia tanto el humor, una angustia vio, acá, en el pecho, y me vestí de negro y me puse botas de lluvia, y tengo un calor, no se imagina. Y Rey que se fue con una nena, de dieciocho años, señora, podría ser su hija, no le parece".
Y ella, que insisto, debiera haber sido actriz y no zapatera, con un pincel en la boca, mientras que con sus dos manos grandes, teje una trenza con su pelo largo y ondulado, me dice: "son todos iguales, mi amor. Cortados por la misma tijera".

Pero fijate que yo pensaba lo mismo que la mujer zapatera, pero no, hace poco descubrí que Él es diferente, porque Él entendió todo. Y cuando digo todo, es todo:
Es saber que los hombres de determinadas profesiones hacen el amor con las medias puestas, y así, rápido, "como para sacarse el rollo de encima".
Es entender que quizás el amor, no es que te sostengan la frente mientras doblada en dos, y con la cabeza entera adentro del inodoro, vos vomitás sin respiro, sino que desde afuera del baño, te alcancen el Reliverán, o que te pongan cuarenta gotitas de Hepatalgina en medio vaso de agua. (El tío y yo le ponemos cincuenta, y mamá tiene razón, dice que en eso parecemos padre e hija, porque somos los dos así de exagerados, y que además revolvemos el café con tanto fervor que "queridos, no hace falta poner tanta energía en una cucharita adentro de un pocillo").
Él entendió todo porque sabe qué nombres de mujer, son de podóloga. Y además, si hace calor, y el roce de la remera le saca un salpullido acá, en los costados de la cintura, aunque le pique, y le queme, y las ronchas sean del tamaño de una lamparita y no lo dejen dormir, Él se la aguanta como un hombre de pelo en pecho, porque "yo no soy un tipo que ande usando talco, acaso no te diste cuenta de eso, todavía".
Y eso está muy bien, porque al no usar talco, se le pueden aceptar un montón de cosas que a otro ni siquiera le perdonarías, porque es sabido lo mal que a mi me ponen los restos de talco en un cuerpo. Los restos de talco en el cuerpo de un hombre. Ni hablar si es en los pies. Porque es preferible que ronque fuerte de noche o te destape, pero no que se le vean restos de talco entre los dedos, porque eso a mi me desenamora tanto como que no le dejen propina a un mozo, o que digan "de" en serio. Y me pasa algo que es raro, porque por un lado, saldría corriendo sin parar hasta Viamonte y Florida, y por otro, no sé, es como si el talco actuara como un gas paralizante, que me deja inmóvil y callada, unicamente observando el polvo blanco entre sus dedos, sin poder decir "ni mu". Y al rato de nuevo, unas ganas locas de manguerearle las patas hasta que sus pies queden inmaculados, (eso quiere absolutamente limpios), pero no, las imágenes de la señora esa, de blusa floreada, diciendo "pespunte" o "bricolage", y qué manera tan Utilisima Satelital de decir pavadas, me dejan quieta de nuevo, sentada en un banco de plaza al lado de sus dedos con resto de polvo blanco.

Yo antes opinaba como la zapatera, que todos eran iguales, porque al final, después de jurártelo "por mi madre que en paz descanse", a la primera de cambio, chau, y cuando vos pedís explicaciones, el famoso, "bueno, acaso la gente no cambia", y lo que ayer era eterno, hoy no puedo entender cómo sucedió.

Igual fijate, que haber entendido todo, no te exime de decir frases tan incoloras, inodoras, inoloras e incípidas, como "mejor llevate tus copas de mi casa porque los bienes tienen que circular". Y ahi la que no entendió nada fui yo. Porque si, tal vez fue un atrevimiento de mi parte, que me avergüenza, es cierto, y quizás sentiste que te invadí, pero yo lo hice únicamente con la buena intención de compartir algo donde verter un rico vino y brindar por la libertad, por las olas y por el amor. Y porque no soporto que las cosas estén por años, envueltas en papel de diario del año 1987, absorviendo tinta negra, adentro de una caja en un estante del lavadero, arruinándose por las filtraciones que vienen del quinto piso, o guardándolas "para el día de mañana, por si acaso". Acaso qué. Acaso no es peor que llevar dos docenas de copas, dejar mi shampoo para cabellos teñidos en tu bañadera, mis guantes de goma en tu alacena, o mi rosario preferido en el cajón de tu mesa de luz.

Y ahora, además del cielo encapotado sobre mi cabeza, cargo un piloto negro sobre mis hombros, como si fuera una mochilla llena de plomo. Y el calor me aplasta como si alguien me chupara desde abajo de la tierra.
Y tus palabras se clavaron en mi garganta, como si fueran trozos de vidrio de copas rotas, y yo ya no puedo hablar, ni comer, ni tragar, ni llorar, ni escupir.
Ni usar mis botas azules teñidas de color suela, porque quedaron espantosas, como la última vez, y la anterior, y como siempre.

jueves, 8 de enero de 2009

Es no tener idea de nada

Fijate que Él me pregunta si vi Taxi Driver, y ante la mención de tal "peliculón", a mi lo único que se me viene a la mente, son las imágenes de Solita y Claudio (García Satur), y el taxi amarillo y negro, y ella con el pelo rubio, recogido, y su sonrisa de siempre, y él, tan apuesto, con todos esos años menos. Nunca pensar en Jodie, o en Robert, como es debido. No.
Y Él no lo puede creer. Y medio que atina a decir: "no, mi amor, Solita, no", pero se calla. Y se lleva la mano derecha a la cabeza como diciendo: inexplicable.
Y tampoco puede creer que yo no sepa cuál es Mercedes, a pesar de haber vivido en Devoto casi veinte años.
Mejor lo del auto ni se lo cuento: que cuando mi papá me lo prestaba, yo, para ir a algún lugar, hacía el recorrido del colectivo que me llevaba hasta ahí, deteniéndome en cada parada, porque si no me perdía.
Tampoco puede creer que no haya visto Pulp Fiction, "que es un clásico".
Pero fijate que yo no soy clásica, ni hago esas cosas clásicas que suele hacer la gente. Porque a mi, viste que eso del vestido blanco, e ir a doscientas pruebas de peinados, y elegir con mi novio el tema para entrar al salón. Ni hablar del tema del corte de la torta, las dos manos entrelazadas, listos preparados ya, mirar a la cámara, y a mi seguro que se desmoronan los cinco pisos recubiertos con merengue. Ni los zapatos blancos. Porque zapatos blancos y esmalte nacarado en las uñas, es no haber entendido nada de nada. Ni hablar de las sandalias con medias de nylon. Aunque sean sin puntera. Hay cosas que definitivamente me ponen mal.
Qué onda la chica esa que va sentada en el 109, con vestido rojo a lunares blancos, con voladitos en todas las terminaciones, y zapatos al tono. Si, rojos con lunares blancos. (Me pregunto: ni una madre, ni un vecino, no sé, el almacenero "de abajo de casa", que te advierta que asi, nena, parecés la hormiga Titina).
Menos que menos pasarme un domingo entero recorriendo casas de grifería para elegir qué canilla va en cada baño o discutir sobre si vamos a poner o no duchador. Si cuando aquella vez tuvimos que elegir el color de las paredes, lo resolvimos en tres minutos y medio por reloj. Cerramos el catálogo, nos miramos y, por éstas cosas las parejas se pelean, nos preguntamos. Imaginate que ni yo siquiera sé lo que es el porcelanato.
Y no te digo que ando por la vida como una de las "diez mejores vestidas del mundo", pero vestido rojo con lunares blancos, no. Y además, de mi, nunca vas a recibir como recuerdo de mis vacaciones, un caracol con un lobo marino fosforescente en la punta que diga: "yo estuve en Las Toninas". Ni soy de las que le ponen una funda negra al sillón blanco, para que no se ensucie. Ni dejo las flores en agua con el celofán en el que vienen envueltas.

Y fijate que no, que Pulp Fiction no la vi.

viernes, 2 de enero de 2009

Éramos tan chicas III

Mi prima le preguntó a su mamá: _mañana, tendrá pasado?

Había más frases dichas por ella, escritas en la pared, en lápiz rojo, al lado de la cama alta. Pero ahora, no me las acuerdo.

Y había además, una colcha de verano, con flores negras y verdes. Y sobre un estante, más alto que la cama, (era claro el acolchado?), una pulsera que un día agarré sin permiso (eran verdes y negras las flores?). Y me retaron un poco. Y me dio vergüenza. Pero qué linda era esa pulsera.

En esa cama alta dormimos mamá y yo la noche que nos fuimos (tuvimos que ir) del departamento de Navarro abandonando a la deriva nuestras cosas envueltas en diario, guardadas en canastos de mimbre.
El techo blanco estaba muy cerca de mi cara, de mi nariz.
Alrededor, todo giraba.
Me daba un poco de vértigo.
El techo blanco.
Tan cerca.
El silencio.

Yo mantenía los ojos abiertos. Como para verlo llegar, cuando volviera, y avisarle que estábamos ahí, a metros del suelo de madera, en las alturas de una cama. Pero no regresaba. Y yo me dormí. Con los ojos abiertos. Hasta cuándo me dormí?

A los pocos días sonó el teléfono.
Yo jugaba en la vereda. Con mis trenzas que todavía eran rubias.
Mamá gritó y lloró.
La abuela salió a la puerta. Me dijo algo al oído. Un secreto compartido.
Yo grité.
Y salté.
(Tenía puesto un short azul marino y una chomba de piqué, blanca).
Y después lo vi bajar de un taxi. Doblado al medio.
Me dio pena y tristeza.
Me llevé las manos a la cara, a la boca, y caminé hacia atrás. Toparme con el mármol negro y frío del umbral de la puerta de la casa de los abuelos, me hizo reaccionar.
Le ofrecí un poncho marrón para que se cubriera los hombros y le dije: querés agua?

Creo que ahí recién me desperté.
Pero nunca más pude dormir con los ojos cerrados.
Ni con la luz apagada.
No al menos, sin miedo.

Éramos tan chicas II

De vacaciones en Merlo. Yo le escribía cartas a mis abuelos, cuando aún existían las que llegaban en un sobre con estampillas de colores.
Yulai quería hacer lo mismo y aunque no sabía escribir, se sentaba en una silla, agarraba papel y lápiz, hacía garabatos y preguntaba:

_mami, leche va con "eche"? Y torta, va con "to"?

Éramos tan chicas, I

Con mamá, camino al almacén de Don Humberto:

Yo_ , éste verano nos vamos a ir de vacaciones?
Mamá_ Si Dios quiere, si.
Yo_ Y por qué Dios no va a querer?

Postigo rojo de cuatro hojas

Casa de Devoto.
Yulai ordenaba libros en el tallercito de adelante. Los limpiaba uno a uno con una franela de gamuza, naranja.
Yo bajaba las escaleras de mi cuarto, él único que estaba en la planta alta, haciendo ruido con mis pies en cada escalón, esos que crujían como queriendo decir algo.
Estaba por entrar a bañarme, pero antes, me daba cuenta de que, metros más adelante, la puerta de la cocina estaba abierta. De las cuatro hojas del postigo rojo, que iba del piso al techo, sólo tres estaban cerradas. Y la puerta de vidrio, también, abierta totalmente. Por ese espacio, un cuadrado perfecto de luz entraba desde el jardín.

Agitada y exaltada, llamaba a Yulai. Ella abandonaba la franela naranja y los libros, y en un afán por descubrir qué me pasaba, o qué sucedía allá, en el fondo de la casa, me seguía casi corriendo y me acompaña a cerrar la puerta de la cocina que daba a la galería que antecedía al jardín, en el que esa noche, el silencio, el frío y el rocío eran tajantes.
No se escuchaba ni un sólo grillo, ni a los gatos vecinos peleando como casi todas las noches, o amándose, quién sabe, ni el sonido que solían hacer las hojas del ciruelo al acomodarse para dormir.

Yulai corría detrás mio y casi no podía alcanzarme. Una vez en la cocina, y ya con el postigo rojo cerrado, yo me tranquilicé. La miré como diciendo: "listo, triunfamos". Ella se apoyó como en un gesto de resignación sobre el mueble de algarrobo, en el que descansaban frascos con especias, tazas y platos blancos, y la caja de madera en la que guardábamos el pan, y me dijo: por correr así, tan rapido, al final te paralizás.