sábado, 24 de octubre de 2009

Horrible la envidia. Pero real

Le envidié su cabello rubio, su flequillo, igualito al que yo quiero, y su nariz. Y sus tetas, que si bien se notaba a la legua que eran operadas, le quedaban bien. Estaba divina, vestida a la moda. En cambio yo, con uniforme de recepcionista, un sábado a la una de la tarde: azul oscuro, pero no lindo como el que usan las azafatas, camisa blanca, con exceso nylon, chalina fucsia al cuello. Aunque a decir verdad, un poco "colocadas" las tetas, demasiado arriba, muy cerca del mentón. Quizás se las hizo hace poco y todavía no se le acomodaron, pensé. Igual, yo que ahora no lloro más por Rey, recuperé mis ochenta y ocho de contorno de antes de la tristeza, y ya no ando con los setenta y siete de hace unos meses, en los que mis huesos eran como un escudo que me protegía del mal, del desamor, del amor, de la locura.
Y el puño de su buzo gris, le envidié. Y yo con dolor de panza. Y su remera de morley blanca, que combinaba de manera perfecta con su chaleco inflable, que era gris como su buzo. Y yo con mi ojo derecho irritado, rojo, hinchado.
Y sus ojotas doradas , y sus pies sin juanetes, eso también le envidié. Y yo, con chatitas negras deslucidas porque la lluvia me las había dejado destrozadas la tarde anterior, cuando uno de esos temporales inesperados que suelen azotar Buenos Aires ultimamente, me sorprendió volviendo del trabajo, y yo no tenía por dónde cruzar, sin mojarme hasta las rodillas.
Tanta producción para ir a la manicura en una peluquería venida a menos sobre la Avenida Nazca, como si una calle de Cuba, se hubiera trasladado al barrio de La Paternal. Tiene razón Candela, si bien no viajé a ese país, apenas por las imágenes de alguna películas que pude ver, coincido con ella: La Habana en su estado más puro, a la vuelta de la esquina.
Estaba perdida en su cartera color suela, cuando de repente, me llamó Titina: y vos qué te vas a depilar?
Mientras intentaba resurgir de las cenizas del sillón marrón, sucio y destartaldado en el que me encontraba sentada, le respondí: Cavado, Titina, y mi depiladora encorbada y yo, caminamos hacia el camarín en donde la cera de miel, abejas y aloe vera, haría de mi una reina.
Y las uñas de sus manos, le envidié.
Y ese esmalte Revlon, número 902, coral intenso, eso también.