martes, 10 de febrero de 2009

Bandanas culinarias

Lo bueno de salir de los 33 años es que la gente va a dejar de comentar: tenés la edad de Cristo. Y ahora, cuando diga 34, qué van a decir. Quizás me hagan el favor de hacer silencio. Con lo sagrado que es.
La gente se va a retiros espirituales en la China, y vuelve "no sabés qué maravilla, cinco días sin hablar estuvimos", pero callarse en su propia casa, o al menos no abrir la boca para decir pavadas, meterse en la vida de otros, etc, nunca.

Hoy me acordaba que cuando vivía sola en Belgrano, cenaba en mi cuarto, porque ahí estaba el televisor. Trasladaba la mesa que tenía en la cocina, de madera clara, "símil haya", con dos banquetas de base redonda, que se encastraban debajo de la misma mesa, y un cajón en cada extremo: uno para los individuales lindos que me regaló Candela, como de maderitas, y el sacacorchos que jamás usé porque en ese entonces todavía no tomaba vino, y el otro para folletos de casas de comida, los imanes que nunca pegaba en la heladera (no van ahí), tapitas de gaseosa con alguna promoción, aunque en casi todas decía: "seguí participando y ganá".
Llevaba la mesa a mi cuarto y cenaba después de una sesión agotadora de Tae Bo, mirando el reality del que saldrían las Bandana. De pelirrojas con rastas, a Miami y Ale Sanz, de un ondazo. Y la otra, rubia, con cara de no haber vuelto nunca del colegio con el uniforme verde inglés sucio, o arrugado siquiera, a la Isla de Caras, y casamiento con bombos y platillos, y pista de skate en la fiesta. Y hasta se dió el gusto de llegar al salón montada en un caballo negro. Yo si un perro se me acerca diez metros a la redonda y tengo puesto un pantalón blanco, hago un escándalo; ésta se sube a un animal de esos, con vestido de novia.

Lo que es tener voluntad, y nadie a quien amar, que comía mirando eso y lloraba como una condenada. Carilinas en casa no. Papel higiénico tampoco. En casa, rollo de papel de cocina. Está claro, dos con sesenta el pack de tres.
Después cantaba alguna de las canciones que se me pegaban de ver tanto el programa, volvía a llevar la mesa a la cocina, lavaba los platos, me secaba el pelo con la estufa, con tal de no enchufar el secador. Si me tocaba, tal vez, limpiaba el baño con Cif cremoso y miraba fotos de mi hermanito.
Más tarde, comía tostadas de pan lactal negro, con mermelada, y me tomaba dos tazas llenas de leche, con apenas una cucharada de Dolca instantáneo y nada de azúcar. Desde que en el Antonio Devoto probé ese vasito de doscientos cincuenta gramos, que la leche dulce me da arcadas. La llevaba el gobierno o algo así, y los días que nos daban facturas estaban mucho más buenos que los que había un pedazo de pan francés, a secas. Y claro.
Después, en la escuela privada, nada de tarritos de leche estatal. Ahí el comedor había que pagarlo, y por un lado tenías las milanesas duras como piedra y llenas de nervios, pero por otro, la ensalada de repollo con mayonesa, era una delicia. Esa estaba en la mesa de los maestros, que se hacían todos los vegetarianos, pero los fines de semana, asado con fritas. Un día, inventé que estaba mal de la panza y dejaron que me sirviera. Con mayonesa, no te hará mal? No, mayonesa autorizó el doctor.
El postre de los viernes: cucuruchos con dulce de leche. Cacha e Irma de la cocina, me querían mucho, siempre me daban dos, con la condición de que lo comiera escondida en el arenero de jardín de infantes. Yo con tal de comer doble porción de esa maravilla, era capáz de meterme doblada en cuatro, en la casita de las muñecas de la salita de dos años.

Fijate lo que es no tener marido ni hijos, que si todavía no tenía sueño, después de Bandana, los platos, el pelo, el baño, y las fotos de mi hermanito, bajaba a la Shell y me compraba alguna revista de esas para pasar el tiempo mirando moda y "escapadas de fin de semana", pero no de las que muestran infidelidades, culos y tetas de la farándula.

Igual la gente va a seguir diciendo siempre, "cumplís el día de los enamorados". De día no se cambia más por más años que pasen.

Ah, y acordate que lo que a mi me cae mal es la Caballa, no el pepino.