miércoles, 26 de marzo de 2008

Sueños animados

Yo me quedaba dormida en el diván, y no sé cómo, aparecía con la cabeza en la parte en la que al comenzar la sesión tenía los pies. Ella, cuando yo abría los ojos, me pedía mi cuaderno que llevo siempre conmigo para anotar lo que se me ocurra, y en lugar de hablar, escribía o dibujaba: jeroglíficos, dibujos de vasijas indias, resultados de análisis de sangre, HIV si o no, colocaba con signos de pregunta. Antes o después de él. Me lo entregaba nuevamente al mismo tiempo que decía el conocido, "bien, vamos a dejar por ahora, la seguimos la próxima".

En la casa de Devoto, festejábamos el cumpleaños de mi madrina. Entre los invitados, estaba esa chica que yo conocía de la época en la que asistíamos al mismo taller de arte en el que me enseñaron cuáles eran los colores primarios. Recuerdo cómo al llegar a mi casa, con tal de memorizarlos, se los repetía hasta el cansancio a mi papá, trepándome a su silla, en la cena vegetariana en la que abundaba el arroz integral, las galletas de salvado, y la lechuga. Era la misma chica pero más grande, y mucho más saludable y menos famélica en mi sueño que como realmente la vi hará poco más de un año atrás, un día que la crucé por la calle, y ambas nos reconocimos: vos eras..................."no, yo soy", le dije.

Otra invitada a la fiesta en esa casa de paredes blancas, ladrillos a la vista y verde en abundancia, era una bailantera que intentaba sus primeros pasos como vedette en un musical infantil. Se ve que para teatro de revista no le daba y se metió de lleno con los niños, o los padres de esos niños, que observaban absortos desde la platea, sus curvas desmesuradas que pujaban por salir de ese traje blanco que de tan ajustado parecía de neoprene. Faja negra, botas blancas con taco y extensiones rubias completaban su vestuario ordinario y ridículo.

En una terminal de trenes de algún lugar, las tapas de las revistas de los kioscos de diarios eran "animadas", y las dos modelos de la foto, practicaban artes marciales. Vestían remeras en animal print con leyendas como "salvemos a la ballena" o "no a la tala de árboles". En sus brazos y en el ancho de sus cinturas, se veía claramente que aún no habían sido filtradas sus figuras por el ojo casi siempre piadoso del photoshop.

Volviendo a la casa de siete ambientes y un sólo baño, en el que era mi cuarto, mi abuela materna, mi mamá y yo, compartíamos la cama de una plaza. Más cerca de la escalera que daba a la terraza, Federico, mi gato, no era capaz de trepar un escalón porque temía caerse y manifestaba su temor expresándose como un humano; nos miraba a los ojos y nos decía: "me da miedo la libertad".

Sueño de Perros

Camino a la quinta, escuchábamos a Serrat. Demasiado fuerte para mi gusto, llegaban a retumbar los parlantes adentro de la camioneta, pero estaba bueno igual, le daba una energía elevada al viaje. Al costado, en la ruta, los árboles iban quedando uno a uno atrás, pero siempre había nuevos adelante.

Me tomabas prueba de sumas y restas, pero no me dejabas contar con los dedos, me decías: hacélo mentalmente. A mi eso, y aunque vos no pudieras creerlo, todavía no me salía. Pero si yo dejaba las manos quietas, con los dedos bien rígidos sobre mis piernas, eso si me dejabas. Yo desde mis ocho años, te hacía trampa, y un poco me sentía culpable y otro poco sentía que triunfaba: contaba igual, contaba uno a uno mis dedos, que estaban estirados sobre mis muslos infantiles y aprobaba todas las cuentas que me dabas para resolver: ocho más dos, seis más cuatro, y hasta nueve más quince, que era de las más difíciles.

Pasábamos la tarde en la pileta. Cuando terminé mi leche con chocolate y mientras me limpiaba de las manos el pegote del azúcar del último pan de leche que me había comido, empezaba a caminar hacia la carnicería. Diez adultos no eran capaces de resolverlo y me mandaban a mi a comprar las cosas para el asado de la noche.

En la poca luz que había adentro de ese negocio de pueblo,y cuando yo estaba despojada de la mirada de los otros, de algún otro, el perro malo con colmillos filosos, que me husmeaba, me respiraba cerca, y quería atacarme, se convertía en un coquer de orejas largas y rulos, marrón claro, cuando alguien intentaba traspasar las cortinas de plástico y de colores, esas que no evitan que entren las moscas y se posen en el mostrador, la rejilla que huele mal, los huevos.

Vos y tu clienta, tu amante, no me prestaban atención, porque mientras se hacían los que buscaban leche en las heladeras del fondo, vos te la cogías entre los pollos y la carne que aún chorreaba sangre, entregándole tu sexo duro por debajo de su pollera corta, de jean, deflecada, y ella gemía y gritaba como una gata en celo, y así era imposible defender a esa niña de los colmillos más grandes y filosos del mundo.

Yo no aguantaba más esa situación: el calor que hacía en ese negocio, las moscas revoloteando atontadas, los gemidos que llegaban sordos a mi oídos, y decidía irme, excusándome para nadie: _ perdón, tengo miedo.

Salía a la calle, y en el apuro, la desesperación, la angustia y la bronca, me caía en la vereda, rodaba hasta el cordón y terminaba con mi cara en la zanja con agua podrida. Olvidaba mis ojotas de goma, marrones como el coquer, adentro del negocio.

(Durmiendo, me picaba todo. Vos me querías convencer de que eran los mosquitos de mi casa, pero para mi, eran las pulgas del perro).

lunes, 24 de marzo de 2008

Mi columna tiene muchos corazones

Hay espacio entre mis vértebras.

Mis discos están hidratados.
Son esponjas embebidas
en su líquido orgánico y vital.

Y respiran.
Y tienen vida.
Y laten,
y son corazones que rodean
a mi núcleo,
a mi raíz,
a mi médula espinal,
y dan vida a mi eje
y son mi eje de vida.

Mi columna es una reina,
que tiene muchos corazones.

Se hace camino al andar

El escritor, frente a la hoja en blanco.
El pintor, frente a la tela en blanco.
Nosotros, todos, frente al blanco de cada día de nuestras vidas. Qué da más miedo que enfrentarse a ese mapa sin caminos marcados, sin rutas predeterminadas, sin paradas estipuladas, que nuestra propia vida.
Y sin embargo, nos exigimos elegir por los caminos "correctos", sin equivocarnos.
Si podemos romper la hoja, o volver a pasar blanco sobre nuestra tela para empezar de nuevo, por qué nos castigamos tanto, cuando nos damos cuenta, luego de haber ido por ahí, que ese, justamente, no era el camino. Y no nos perdonamos, y somos implacables con nuestras criaturas de pecho, que somos nosotros mismos aprendiendo a andar, cada día, a cada hora, a cada minuto, nuestra propia ruta, nuestro camino de vida, sobre nuestros pasos de infante que aprende a cada momento a ponerse de pie sobre la frágil estructura de su existencia.

martes, 18 de marzo de 2008

Modelo Vivo

Vos no te fijás en mi cuerpo, sino que dibujás lo que yo transmito. Por lo tanto no importan las cicatrices violáceas en mi panza, ni si tengo bello o no en mi púbis, ni si estoy más o menos flaca.

"No es cuestión de hacer poses complicadas, porque si vos no nos demostrás que estás alegre, divirtiéndote, pasándola bien, sólo sos un robot que hace posturas difíciles y eso a nosotros no nos llega".

Yo intento vibrar desde mi quietud impertubable, y que te llegue esta melodía de violín que emana a través de mis poros, y fluye, y es acuática, es azul , es dulce, es redonda y es feliz.

Yo soy tu musa inspiradora.
Y vos dibujás mi corriente de vida.

lunes, 17 de marzo de 2008

Sentimiento

Me duele el amor cuando no está.

lunes, 3 de marzo de 2008

Pena de amor

A veces, las penas de amor,
se te quedan atravesadas
en algún bombón de chocolate
con forma de hoja de árbol,
con forma de caracol,
relleno con menta
o con almendras

o se te quedan atravesadas
en algún turrón que quedó de navidad,
o año nuevo, quién sabe...
o en los merengues
que le ibas a poner
a esa torta que al final no hiciste

otras veces, las penas de amor
se te quedan atravesadas
en grisines de salvado sin sal
mojados en queso blanco entero,
(pero mucho queso blanco entero),
salado en demasía
y mucho más cremoso que el ligth

a veces, las penas de amor,
se te quedan atravesadas
en una copa de vino,
o en dos,
o en tres,
o en ya perdí la cuenta,
otras en copitas de licor de chocolate
o en algún cigarro de cherry o de vainilla, que en la última escapada a la montaña al final no te fumaste porque lo dejaste "para la guitarreada de la noche", pero el único que sabía tocar se quedó dormido porque había escalado hasta no sé qué pico y estaba exhausto; y los demás sólo sabían canciones tristes de fogón de séptimo grado, entonces decidiste que era mejor irte a esa cama incómoda de refugio de montaña, en la que tenés el techo tan cerca de tu cara que es como que sentís que un poco te falta el aire; y aunque no estás acostumbrada a esa vida comunitaria, te adaptás, porque "total es sólo por una noche", y te hacés "la mente abierta", pero en realidad extrañas tanto tu casa y tu baño, que al otro día a la mañana, querés desayunar e irte, por no decir, e irte rápido, por no decir, huir................

comés pan casero con manteca, te servís mate cocido con leche del termo verde que pierde por los costados y te tomás algo para los mareos y el vértigo; de nuevo, quién te manda a hacer aventuras de montaña cuando lo único que te mueve así de mucho es el mar...
agarrás las mochila, los guantes de lana, el gorro que te trajo tu hermana de salta, (qué cantidad de colores; en buenos aires no te lo ponés ni loca, uno de vacaciones hace cosas que "normalmente" no haría; uno no es normal en vacaciones?), preguntás a los que vinieron con vos si tienen todas sus cosas y sonreís: ya te volvés a tu casa, a tu baño, a tu cama, que tiene el techo bien lejos, te subís al auto y esperás, por fin, haberte liberado de esa pena de amor, habiéndola dejado en la nieve