martes, 24 de febrero de 2009

Vicky, Cristina, qué kilombo.....

Ayer me vi la última de Woody (Allen)
Nada que ver con la vida en Villa del Parque: Aromi, y "una lágrima en vaso de vidrio, por favor", y no me pasa ni la mitad de lo que a estas dos en esa noche de bares, alcohol y propuestas indecentes. En el barrio nadie te va a invitar a volar a Oviedo para hacer el amor de a tres, imaginate.

Javier, es un seductor nato. Penélope, una mujer hermosa. Scarlett, engordó desde la última película. A la que hace de Vicky, no la conocía, pero es preciosa, y su fascinación al escuchar esas guitarras, me recordaba a la mía cuando paseábamos por el norte del continente con esa familia que ya casi no vemos. (Después, llorar en un avión que tuvo que aterrizar de emergencia en Caracas porque un hombre se nos murió en pleno vuelo).
La rubia que engaña a su marido porque "lo amo pero ya no estoy enamorada de él", me hace acordar a la tía I.
El futuro esposo de Vicky, pobre, es divino y le pone onda, pero la llama demasiado seguido por teléfono e insiste con organizar una fiesta de casamiento con bombos y platillos. Me agota. Y lo peor, debe ser muy básico en la cama.
El esposo de la rubia, juega golf y compra cuadros carísimos, y está como muy pendiente de su mujer, pero quién dice que entre hoyo y hoyo, no engañe también a su esposa que siente tanta culpa por besarse en balcones de mansiones con su amante casi veinte años más joven que ella.
El trío Scarlett, Penélope, Bardem, no me lo creí. Pero la parte en la que pintan, si. Penélope con su tela estirada en el piso, con el pelo revuelto y descalza, como debe ser, Javier, en otro de los cuartos, y Scarlett, apartada, observándolos "desde afuera", como hace con el resto de las cosas, a través de la lente de su cámara de fotos.
La parte de teníamos casi todo pero "Qué nos faltaba Juan Antonio?", la entendí perfectamente. A quién no le pasó. A quién no le pasa. Siempre "falta algo". La queja constante. El tema de poner en la balanza, y ceder, y fijate qué pesa más, y bla bla. Medio que por momentos me sentía identificada con Cristina, "que aceptaba el dolor como un inevitable elemento de la pasión" y unicamente sabía lo que no quería.
Y Vicky, en cambio, no toleraba el sufrimiento ni la apasionaba el conflicto, era afirmada y realista y entendía la "belleza del compromiso". Bien dicho: "era". Parecía ser la más encaminada y segura, y terminó como pasa casi siempre, tanto querer tener todo bajo control, al final, medio que las cosas se te van de las manos, y qué estoy haciendo, y esta no soy yo, y me desconozco, y la estantería pum, al piso. Como esa que no puede entender como yo soy capaz de trabajar desnuda pero, fijate, por casa, cómo andamos.

Y si como dice Javier, "la vida es corta, aburrida, y está llena de dolor, el truco es disfrutarla, aceptando que no tiene ningún sentido". Ni siquiera el amor verdadero le da sentido a la vida, porque el amor, como todo, es tan fugáz".....tan efímero, tan ficcionado e irreal, que mirá, qué se yo, hoy es hoy y acá estamos, tomando agua con hielitos y amándonos una vez por semana, y mañana, veremos. Si, ya sé: nada es lo que parece.

Y un poco que me pasa lo que a él: para afuera soy despreocupada, nada me importa, la vida es corta y esas cosas, pero todos mis miedos, se me van a la cabeza. Y así estamos: con el cuello hecho una roca (tocá).

(Woody Allen me gusta gracias a que Elo me hizo conocerlo).

domingo, 22 de febrero de 2009

"Dulces" sueños

Llegué a las cuatro de la mañana de un casamiento, empapada y con frío, y como hacía cuando era adolescente y volvía de bailar, me hice un tazón de té sin leche y como mil (como cinco, bah) tostados de queso. Abrigada como en invierno, con jogging, camiseta y medias, como si dos días atrás no hubieran existido los cuarenta y dos grados de sensación térmica que terminaron con la vida de un señor de no sé donde, me contó mi hermana. Al sillón del living, a entrar en calor a fuerza de té y tostados y ver Fashion Tv, y qué chicas tan monas, y qué peinados, para la próxima fiesta me peino así.
Un sueño tremendo y ganas de irme a la cama sin lavarme los dientes, como cuando era chica y algún fin de semana, volvíamos con mis papás de una salida y como me dormía en el auto, mi mamá me sacaba la ropa y bueno, "sólo por esta noche podés no lavarte los dientes". Era como un premio.
Pero no tengo cinco años, ni volví dormida en una rural familiar color verde seco, ni mi mamá me quitó la ropa esta noche, y me da tanta culpa, que total, si son dos minutos más. Me los lavo.
Cinco de la mañana y a la cama. En el edificio todo el mundo duerme. Al perro del quinto hoy no se le dio por llorar, y la (perra) del tercero no trajo a su novio esta noche. O si lo trajo, se amaron mientras yo y dos amigas más, esquivábamos piropos de cuarta, provenientes de rugbiers borrachos en una fiesta, y criticábamos a las más allegadas de la novia: que cómo con esas piernas te vas a poner un vestido tan corto, que faja colorada no se usa, que con esas tetas se tendría que haber puesto algo que levante, no esa tela de satén que lo único que provoca es que parezcan más caídas de lo que las tiene. Que si te vas a poner un vestido tan ajustado, usá colaless, o directamente no te pongas bombacha. G. no lo podía creer, pero yo una vez fui a un casamiento sin bombacha porque el vestido era tan ajustado, y me quedaba tan bien, que no tenía sentido arruinarlo con las marcas de una tanga.
Cuestión, que me dormí mientras recordaba los kilos de mousse de dulce de leche que me había comido en la fiesta, y soñé con los abuelos.

Tenían un kiosco. Se los veía mucho más saludables y jóvenes que en los últimos años. El abuelo sin tanta panza, pero con el pelo blanco y duro por la gomina, de siempre. La abuela acomodaba los Sugus por colores, en unas compoteras transparentes. Yo había interrumpido mi clase de teatro que se dictaba en un jardín de infantes que estaba enfrente del kiosco, para que ellos dos, pudieran ir a retirar unos trajes a la tintorería. "Yo les atiendo el kiosco, vayan tranquilos".
El profesor de teatro, me llamaba desde la clase, al teléfono público del kiosco: puedo pasar por ahí, me decía, necesito hablar con vos. Cuando cruzaba, sentados frente a frente en una mesa, con un termo, un mate y un paquete de bizcochos de grasa entre nosotros, me sugería que si yo me ocupaba de enviar por mail los libretos de las nuevas escenas a mis compañeros, él me ayudaba a armar mi último personaje. Acto seguido, me daba la llave del estudio de teatro, para que yo la próxima clase, le fuera abriendo la puerta a los alumnos, por si él llegaba unos minutos tarde. Yo no quería asumir esa responsabilidad: "si voy a ser tu asistente y me vas a pagar por eso, si, si no, yo con llaves de casas ajenas, no me quedo", estaba por decirle, pero Nelly, de la planta baja me sacó de mi sueño de golosinas, diciendo una pavada enorme como una casa: "a Dieguito el sushi le encanta. Pero para mirarlo, no para comerlo".

No quería mirar la hora. Pensaba que eran las ocho de la mañana y que me esperaría un día en el que estaría absolutamente abombada por no haber dormido ni tres horas seguidas.
Pero no, eran las cuatro y media de la tarde y seguía lloviendo como cuando llegué de la fiesta. Me levanté, me hice un tazón de té sin leche y como mil (como cinco, bah), tostados de queso. Me abrigué como en el invierno, con jogging, camiseta y medias, y me fui al sillón del living a esperar que el domingo, finalmente llegara a su fin.

martes, 17 de febrero de 2009

Barbie no tropical

Mis papás nunca me quisieron comprar una Barbie cuando era chica. No al menos la "típica" Barbie: rubia, flaca, con ropa de ensueño, lindo culito, tetas. Ambos decían que muñecas así fomentaban la anorexia. La qué?.

Pero, cuando ya no me aguantaban más con el discurso de que "todas mis compañeras tienen una Barbie tropical", para un cumpleaños, accedieron a que mi abuela me regalara una. Pero no de las "típicas".
Me daba vergüenza llevarla al colegio cuando le festejábamos el cumpleaños a las muñecas. De entrada ya venía en una caja que parecía más de chinelas que de otra cosa. Era negra. Más alta y gorda que la Barbie común. Daba más un patovica que una mujer. Con pelo mota y una mirada tenebrosa. La ropa, pollerita y top, en un estampado psicodélico, azul y fucsia estridente.

Era verano y cenábamos los cuatro en el jardín. El regador giraba a nuestras espaldas, y el rocío nos hacía sentir algo de alivio en esa noche calurosa y estrellada en la que no corría una gota de viento. Comíamos sandwiches de pan lactal y papá se paseaba en calzones por la casa, mientras me mandaba a mi, a que me pusiera algo más largo "porque se te ve la bombacha".
_Cómo que no comen esas chicas? Eso es imposible, si tenés hambre, no podés no comer. Yo si no como me muero. (Me muero). Y se ven gordas? Cómo que "se ven".

Mamá tenía para corregir en casa, la monografía de unas alumnas de la facultad: La Anorexia Nerviosa.

Ese fue el primer vistazo.
Después vino lo peor.

A la Barbie, al final, la guardé en el placard de arriba de todo, en el fondo de una caja con sweaters que ya no usaba. Con muchas bolitas de naftalina.

Pero lo peor, eh?

lunes, 16 de febrero de 2009

Breve reseña: cómo fueron las cosas

Yo cortaba un papel.
Con una tijera.
(filosa).

El papel se terminó.
Yo seguí.
Me corté la mano.

Me duele.

Mucho.

jueves, 12 de febrero de 2009

Lo tuyo es mío

(Pero mío, eh)

Ahora si.

martes, 10 de febrero de 2009

Bandanas culinarias

Lo bueno de salir de los 33 años es que la gente va a dejar de comentar: tenés la edad de Cristo. Y ahora, cuando diga 34, qué van a decir. Quizás me hagan el favor de hacer silencio. Con lo sagrado que es.
La gente se va a retiros espirituales en la China, y vuelve "no sabés qué maravilla, cinco días sin hablar estuvimos", pero callarse en su propia casa, o al menos no abrir la boca para decir pavadas, meterse en la vida de otros, etc, nunca.

Hoy me acordaba que cuando vivía sola en Belgrano, cenaba en mi cuarto, porque ahí estaba el televisor. Trasladaba la mesa que tenía en la cocina, de madera clara, "símil haya", con dos banquetas de base redonda, que se encastraban debajo de la misma mesa, y un cajón en cada extremo: uno para los individuales lindos que me regaló Candela, como de maderitas, y el sacacorchos que jamás usé porque en ese entonces todavía no tomaba vino, y el otro para folletos de casas de comida, los imanes que nunca pegaba en la heladera (no van ahí), tapitas de gaseosa con alguna promoción, aunque en casi todas decía: "seguí participando y ganá".
Llevaba la mesa a mi cuarto y cenaba después de una sesión agotadora de Tae Bo, mirando el reality del que saldrían las Bandana. De pelirrojas con rastas, a Miami y Ale Sanz, de un ondazo. Y la otra, rubia, con cara de no haber vuelto nunca del colegio con el uniforme verde inglés sucio, o arrugado siquiera, a la Isla de Caras, y casamiento con bombos y platillos, y pista de skate en la fiesta. Y hasta se dió el gusto de llegar al salón montada en un caballo negro. Yo si un perro se me acerca diez metros a la redonda y tengo puesto un pantalón blanco, hago un escándalo; ésta se sube a un animal de esos, con vestido de novia.

Lo que es tener voluntad, y nadie a quien amar, que comía mirando eso y lloraba como una condenada. Carilinas en casa no. Papel higiénico tampoco. En casa, rollo de papel de cocina. Está claro, dos con sesenta el pack de tres.
Después cantaba alguna de las canciones que se me pegaban de ver tanto el programa, volvía a llevar la mesa a la cocina, lavaba los platos, me secaba el pelo con la estufa, con tal de no enchufar el secador. Si me tocaba, tal vez, limpiaba el baño con Cif cremoso y miraba fotos de mi hermanito.
Más tarde, comía tostadas de pan lactal negro, con mermelada, y me tomaba dos tazas llenas de leche, con apenas una cucharada de Dolca instantáneo y nada de azúcar. Desde que en el Antonio Devoto probé ese vasito de doscientos cincuenta gramos, que la leche dulce me da arcadas. La llevaba el gobierno o algo así, y los días que nos daban facturas estaban mucho más buenos que los que había un pedazo de pan francés, a secas. Y claro.
Después, en la escuela privada, nada de tarritos de leche estatal. Ahí el comedor había que pagarlo, y por un lado tenías las milanesas duras como piedra y llenas de nervios, pero por otro, la ensalada de repollo con mayonesa, era una delicia. Esa estaba en la mesa de los maestros, que se hacían todos los vegetarianos, pero los fines de semana, asado con fritas. Un día, inventé que estaba mal de la panza y dejaron que me sirviera. Con mayonesa, no te hará mal? No, mayonesa autorizó el doctor.
El postre de los viernes: cucuruchos con dulce de leche. Cacha e Irma de la cocina, me querían mucho, siempre me daban dos, con la condición de que lo comiera escondida en el arenero de jardín de infantes. Yo con tal de comer doble porción de esa maravilla, era capáz de meterme doblada en cuatro, en la casita de las muñecas de la salita de dos años.

Fijate lo que es no tener marido ni hijos, que si todavía no tenía sueño, después de Bandana, los platos, el pelo, el baño, y las fotos de mi hermanito, bajaba a la Shell y me compraba alguna revista de esas para pasar el tiempo mirando moda y "escapadas de fin de semana", pero no de las que muestran infidelidades, culos y tetas de la farándula.

Igual la gente va a seguir diciendo siempre, "cumplís el día de los enamorados". De día no se cambia más por más años que pasen.

Ah, y acordate que lo que a mi me cae mal es la Caballa, no el pepino.