sábado, 14 de junio de 2008

Sueño de locos

Así que sos tan taradita, tan desubicada, tan infradotada y anormal, que me provocás estas ganas incontrolables de pegarte cachetazos con la espatulita esa que había en la casa "Los Cuatro Encantos", que alquilábamos todos los veranos en Uruguay, y que servía para matar moscas.

Y encima noche en la casa de V. y R. el día del casamiento de ellos dos, en el que él, antes de salir para el registro civil, cuando mamá llamó para hablar una última vez con la esposa antes de casarse, osea, con la novia, él le dijo: te paso con L., y llamó a su nueva futura mujer por el nombre de la ex esposa, cosa jodida si las hay, o graciosa, o para analizar, o creo que si te pasa conmigo, te mato o me río, porque en el fondo, a quién no le pasó.

Papá intentaba dar una conferencia de prensa en el medio de la fiesta, para explicar por qué no había mandado a hacer el respaldo de la cama: y claro, un arquitecto que te quiere cobrar veinticinco mil dólares más por una cabecera, es obvio, "se te va mucho del presupuesto".
Ese olor a rodajas de calabaza al horno con queso derretido por arriba, asado y verduras al vapor. Los parrilleros con uniformes negros y delantales y gorros blancos, gordos, semi calvos, miraban desde el otro lado de la mesa, mientras con una mano cortaban el vacío, se chupaban uno a uno los dedos de la otra, mientras me miraban a mi, que estaba subida a mi elíptico, con calzas negras y top lila y gris, que me trajo S. de Nueva York. Con unos lentes de sol más grandes que su cara, F. paseaba a su gata amarilla con lunares rojos, en el jardín de la casa de Devoto. Cosa de yo, cosas de locos.

No sabés (y ni te podés imaginar), la cantidad de golpes, y de qué calidad, que es lo más importante, te daría con esa cosa amarilla con mango flexible.