Me cuesta caminar por el andén la tarde previa a la partida. Como si mis zapatos tuvieran piedras atadas a los cordones y mi cuerpo pesara toneladas.
Entre estación y estación, tardamos un siglo y hay kilómetros de distancia.
La ensalada de la cena sabe a aceite, limón, sal y meses de ausencia.
Me duelen los últimos abrazos. Y tu respiración. Y tu risa.
Se me atraganta el helado de limón en las despedidas.
Confirmo que extrañar es morir un poco.