Era la casa de los abuelos. También esta vez, como en el pasado, como en la época en la que era chica y todavía me daban miedo los payasos y me desesperaba que no volvieran a buscarme. Pero no vivían ellos ahí, sino otra familia.
En la planta baja había adornos y muebles desconocidos, pero pude encontrar desparramadas por ahí las tres estufas que nos calentaron este invierno, allá en el campo. El baño si, se mantenía como el de la casa original. Los azulejos celestes, el lavatorio, la bañadera, el bidé, azules. Entraba a lavarme las manos y al tocar una canilla me manchaba la mano con mierda.
Ella estaba arriba, y como siempre, vivía entre otras pocas cosas, para controlar el gasto del teléfono, y yo tenía miedo hasta de llamar a un número gratuito. Pero era urgente, necesitaba hablar con aquel señor, para combinar como hacíamos para que me diera el dinero que me debía.
Él estaba ahí, mudo, inclinado hacia atrás, sacando panza, con las manos en los bolsillos, como cuando está aburrido o para tocarse las bolas, no se. Frunciendo los labios como cuando algo lo incomoda y con esa cara de "la vida no me sonríe hace tantos años y aunque me sonría yo le saco la lengua".
Una mujer, (una chica), que yo no conocía, se desplazaba por el living como dueña y señora y encendía las estufas "porque acá hace un frío de locos, acaso ustedes no se están congelando?"
A mi no me gustaba para nada que ella estuviera ahí, con aires de mala de telenovela, disponiendo más que yo y tomando decisiones aunque fueran sólo relacionadas con la temperatura del ambiente. Yo estaba medio perdida. Me sentía de más.
Algo había muerto.
Algo olía mucho a mierda.
Pero aún yo no decidía irme.
Hasta cuándo?
Qué asco.