martes, 27 de mayo de 2008

No amanecer de un día agitado

Muchos mates y muchas ideas ayer por la noche, pocas horas de sueño, taller hoy por la mañana, buena onda, linda música, así da gusto.

Ocho de la mañana, 63 camino a Belgrano, viajar como ganado, caños altísimos, contractura en el cuello. Viajar a esa hora es más doloroso que posar colgada de un ventilador de techo funcionando. Un cuarentón, rubio, alto, y en decadencia, me miraba como diciendo: nena, yo a vos te conozco bien. Me seguía a lo largo de todo el colectivo, me respiraba en la nuca, y yo, con mi bolso y mi chaleco y la bufanda y todas las ventanillas cerradas y, hoy siento que nunca desperté, que nunca amaneció para mi. La vestimenta lo decía todo: cuando me pongo ese jean enorme y las Adidas azules onda quinto año del secundario, agarrate: huí, correte cuando paso al lado tuyo, no atines a hacer un sólo comentario del estilo "qué cara está la cebolla", (qué ganas de sopapearte), o si no, regalame unos maníes con chocolate como esos que Yulai usa para decorar las tortas de los cumpleaños de sus amigos y puede ser que te regale una sonrisa, sólo puede ser.

Tarde de uñas rojas y caminata por Cuenca con el pelo descontrolado, especial para una publicidad de Pantene anti frizz "seguro "así", no querés que luzca tu cabello". No hubo vincha, invisible, broche, nada, que hoy lograra darme una mano capilar. Sólo el gorro de natación me hubiera salvado.
Una mujer grande, con espalda de cincuenta años, intentaba probarse un vestido de adolescente en el negocio de J. y mi me daba verguënza ajena.

Llegar a casa y que se corte la luz, y bronca y ansiedad y golpeo los cajones y en un momento de descontrol tiro todas las bolsas de nylon que hay en el cajón en el que debieran estar las velas, y Luis que grita, chequeá la térmica, chequeá la térmica. Y calabaza y batatas hervidas, frías, parada en la cocina, con aceite de oliva y sal, y un poco de choclo y algo de arroz integral y pan con manteca y me quemé con la vela y siempre me pasa lo mismo, se me cae del platito arriba del repasador. Y Norma que pregunta, (como diciendo: gorda, no te quejés), acaso, cómo hacían en la época de la colonia? En la época de la colonia eran felices porque no conocían como yo estas comodidades, por lo tanto, no sentían que les faltara nada. No extrañaban el lavarropas cuando se les rompía porque nunca habían tenido uno, Norma, dejame de joder.

Siesta en el sillón del living. Un amanecer antinatural a las once de la noche, tapada por almohadones y absolutamente destemplada. Me haría un café con leche con copos del tigre, o comería helado de chocolate con almendras, o unos Shimmy (como seis), sabor vainilla con corazón de dulce de leche, o ensalada de lechuga con mayonesa. Mejor mates como anoche, algunas ideas, pensar en cómo trabajar el calzón para la muestra de arte textil y un poco de malbec que quedaba en la botella esa que el otro día no terminé.

Volvió la luz.