Yo sé que tenés razón Yulai, que lloro por todo, pero sabés qué pasa, yo estuve siete años de mi vida sin llorar. Nada de nada. Ni siquiera una lágrima provocada por gotitas oftálmicas (lo leí en el colirio que llevo en la cartera, yo pensé que se decía "oftalmológicas"). Otra que Cameron Diaz en El Descanso, o Vacación, o Holiday, como la quieras llamar, la viste? Otra que ella, pero claro, sin esa cara divina, sin esa boca enorme, sin esos ojos grises o celestes, no me acuerdo, sin esas piernas largas y flacas, sin ese culotte del hombre araña que está tan bueno, a dónde lo consiguió. Yo me refiero a esa coraza emocional que no me permitía derramar una mísera lágrima de cocodrilo, o de vaquita de san Antonio, o de mamá elefanta cuando ve que le llevan a sus hijos elefantitos de colores, en esa película que un día enganché en el cable.
Todo por culpa de la profesora de matemática de tercer año, que dijo eso y sentí que hablaba por mi: que a ella "la hicieron mala", porque la obligaron a festejar la fiesta de quince años, y entrar de la mano con su padre, y sacarse fotos mesa por mesa, con esa tía que ni siquiera sabía que existía, y que encima se había puesto la peluca al revés, y bailar el vals con ese primo lejano al que no soportaba porque no dejaba de perseguirla, y ponerse el vestido blanco, con encaje y tul, y los guantes de razo que dejaban el pulgar al descubierto, qué cosa más espantosa; cuando ella, lo único que quería era festejarlo revolcándose en el establo de la casa de campo de sus abuelos, con ese primer novio de la adolescencia. "A mi eso me marcó la vida", decía ella, y yo la escuchaba embobada, como si hablara un filósofo y no esa mujer que nos volvía locos con esas fórmulas matemáticas, enfundada en sus blue jeans ajustados hasta el infarto. A mi no me obligaron a festejar "los quince", pero no me dejaron pintar el placard de mi cuarto como yo quería: azul eléctrico, con amapolas amarillas que miraban el sol y hojas en distintos tonos de verde, y y al final lo hicimos blanco, como "sugería" (ordenaba) él. Sabés Yulai, que se puede tener estufa aunque no haya salida al exterior, y no morirte de frío durante años y años y años, tantos como ocho.
Pero quizás tengas razón Yulai, y sea hora, no te digo de dejar de ser sensible, sino de no serlo tanto. Y no llorar si a una señora se le cae la única moneda de diez centavos que tenía para viajar y se pone tan mal como si hubiera perdido la última posibilidad que quedaba en la tierra de hacerse un transplante de riñón. Pero lo que a mi me puso tan mal, fue la desesperación y la angustia de esa mujer que estaba parada al lado mio esperando para cruzar, por eso yo llegué a casa tan triste y vos no podías creer que fuera ese el motivo, y me preguntabas, pero alguien te pegó en la calle, se terminaron todos los Shimmy de vainilla con corazón de dulce de leche del planeta, no podés desplegar tus alas, y por eso llorás. No Yulai, escuchá: a la señora se le cae la moneda y por querer recuperarla, se cae de rodillas en la zanja y ahora no sólo le falta esa moneda, sino que tiene el pantalón mojado y roto, y las rodillas lastimadas, y pobre mujer Yulai, tenías que verla. Y en la desesperación, le pegó a su hijo que no había hecho nada, pero la ligó, de rebote. Y quizás a ese chiquito también ella lo hizo malo con esa actitud porque él, qué culpa tenía Yulai, si sólo estaba ahí, parado al lado de la madre, agarrado de su mano, esperando para cruzar, con esos ojitos de querer encontrar una estrella fugáz en el verde del semáforo.
Yo te prometo Yulai que voy a intentar no llorar por algunas cuestiones como si se me rompe la bolsa de basura justo en el hall de entrada y tengo que volver a bajar con el escobillón y limpiar todo, o si se me salta el esmalte rojo que acabo de ponerme en las uñas, o si el helado de mousse de limón es blanco y no amarillo como me gusta a mi, o si la camarera se equivoca y me trae el lomito completo y no sólo con lechuga y tomate, como yo quería.
Eso si, si de repente en ese concurso de televisión, muestran al chico que corría en autos y ahora no puede hacerlo más porque está en una silla de ruedas esperando por un disco artificial, Yulai, entendeme, si derramo una lágrima es porque siento compasión por ese muchacho, que necesita lo mismo que yo necesité y que conseguí, no te digo de la noche a la mañana, pero si en un par de semanas, que no fueron más de tres, y fue sin necesidad de ir a ningún programa de televisión, y soñar, y emocionarme ante las cámaras, y menos mal que dimos con San Gobbi y San Lanari, y tantos otros santos que colocaron tan pero tan bien el disco, que yo ya no me caigo más al piso ni me hago pis encima, qué maravilla Yulai, lo que es el avance de la ciencia.
Mirá Yulai, yo no sé qué fue lo que me llevó a derramar la primera lágrima después de esos siete años que estuve sin llorar, ni siquiera por motivos, como la muerte de la abuela, o el fin de la edición limitada de Ades pomelo, lo que si sé, es que un día daba vueltas alrededor de la plaza de Villa del Parque, y vi un banco pintado de blanco al lado de la calesita. Tenía frases, nombres, dibujos, con marcador indeleble: "tuti te amo", "somos tres gatitas que animamos tu fiestita", el dibujo de un corazón, EGRESADOS 1992 (el mismo año que egresé yo), el dibujo de una chica superpoderosa, "zulema, llamame o te mato", y yo no sé si fue la canción de las trillizas de oro que se escuchaba de fondo, o el efecto que hicieron en mi retina las luces del helicóptero espacial que subía y bajaba, subía y bajaba, o los gritos del calesitero agitando el manojo de sortijas con su mano, pero de repente yo me encontré bajando las armas y despojándome de mi escudo de tortuga ninja con el que me había protegido durante tantos años, dejándolo en un banco de plaza blanco con letras y dibujos negros.
Y es cierto Yulai, que lloro por todo, pero entendeme, sin caparazón te queda la piel al descubierto, y como yo me arranqué de cuajo la coraza, porque asi soy, nunca ubicada en ese punto de equilibrio en el que la rama no se cae ni para un lado ni para el otro, ahora estoy como llena de llagas, entendés, y los métodos para curarme que estoy utilizando, cicatrizan muy lentamente. Igual, como yo nací de este lado de la pantalla, no del de allá, en Discovery Channel, decidí que no soy más tortuga: ni ninja, ni de tierra, ni marina. Mejor ser mujer, y si te duele, o te arde, no sé, subite a la calesita, pedí que te pongan a todo volúmen el hitazo "Señor Avión", de Cantaniño, y volá, volá, o subite al burro pepe que se cree un toro y dá vueltas como loco y te transporta, al menos por un rato, a otra galaxia, en la que te sentís como si estuvieras en esa caminata lunar a la que íbamos cuando éramos chicas, en la que nuestros cuerpos estaban flotando, suspendidos en el aire, o cayendo en cámara lenta sobre ese colchón inflable, que era un poco como estar en las nubes y en el que no tener escudo no dolía.
Mirá Yulai, me saqué la sortija, vuelta gratis, venís?