Yo me quedaba dormida en el diván, y no sé cómo, aparecía con la cabeza en la parte en la que al comenzar la sesión tenía los pies. Ella, cuando yo abría los ojos, me pedía mi cuaderno que llevo siempre conmigo para anotar lo que se me ocurra, y en lugar de hablar, escribía o dibujaba: jeroglíficos, dibujos de vasijas indias, resultados de análisis de sangre, HIV si o no, colocaba con signos de pregunta. Antes o después de él. Me lo entregaba nuevamente al mismo tiempo que decía el conocido, "bien, vamos a dejar por ahora, la seguimos la próxima".
En la casa de Devoto, festejábamos el cumpleaños de mi madrina. Entre los invitados, estaba esa chica que yo conocía de la época en la que asistíamos al mismo taller de arte en el que me enseñaron cuáles eran los colores primarios. Recuerdo cómo al llegar a mi casa, con tal de memorizarlos, se los repetía hasta el cansancio a mi papá, trepándome a su silla, en la cena vegetariana en la que abundaba el arroz integral, las galletas de salvado, y la lechuga. Era la misma chica pero más grande, y mucho más saludable y menos famélica en mi sueño que como realmente la vi hará poco más de un año atrás, un día que la crucé por la calle, y ambas nos reconocimos: vos eras..................."no, yo soy", le dije.
Otra invitada a la fiesta en esa casa de paredes blancas, ladrillos a la vista y verde en abundancia, era una bailantera que intentaba sus primeros pasos como vedette en un musical infantil. Se ve que para teatro de revista no le daba y se metió de lleno con los niños, o los padres de esos niños, que observaban absortos desde la platea, sus curvas desmesuradas que pujaban por salir de ese traje blanco que de tan ajustado parecía de neoprene. Faja negra, botas blancas con taco y extensiones rubias completaban su vestuario ordinario y ridículo.
En una terminal de trenes de algún lugar, las tapas de las revistas de los kioscos de diarios eran "animadas", y las dos modelos de la foto, practicaban artes marciales. Vestían remeras en animal print con leyendas como "salvemos a la ballena" o "no a la tala de árboles". En sus brazos y en el ancho de sus cinturas, se veía claramente que aún no habían sido filtradas sus figuras por el ojo casi siempre piadoso del photoshop.
Volviendo a la casa de siete ambientes y un sólo baño, en el que era mi cuarto, mi abuela materna, mi mamá y yo, compartíamos la cama de una plaza. Más cerca de la escalera que daba a la terraza, Federico, mi gato, no era capaz de trepar un escalón porque temía caerse y manifestaba su temor expresándose como un humano; nos miraba a los ojos y nos decía: "me da miedo la libertad".