El escritor, frente a la hoja en blanco.
El pintor, frente a la tela en blanco.
Nosotros, todos, frente al blanco de cada día de nuestras vidas. Qué da más miedo que enfrentarse a ese mapa sin caminos marcados, sin rutas predeterminadas, sin paradas estipuladas, que nuestra propia vida.
Y sin embargo, nos exigimos elegir por los caminos "correctos", sin equivocarnos.
Si podemos romper la hoja, o volver a pasar blanco sobre nuestra tela para empezar de nuevo, por qué nos castigamos tanto, cuando nos damos cuenta, luego de haber ido por ahí, que ese, justamente, no era el camino. Y no nos perdonamos, y somos implacables con nuestras criaturas de pecho, que somos nosotros mismos aprendiendo a andar, cada día, a cada hora, a cada minuto, nuestra propia ruta, nuestro camino de vida, sobre nuestros pasos de infante que aprende a cada momento a ponerse de pie sobre la frágil estructura de su existencia.