miércoles, 22 de agosto de 2007

Velar a la muñeca

Era un departamento demasiado chico. O más bien, chico en relación con la cantidad de cosas que había adentro. En uno de esos cuartos, que se veía aun mucho más chico, para las muchas más cosas que lo habitaban, había una cómoda, típica de esas de antes, con cajones y un vidrio que cubría toda la superficie de madera. La gente en ese espacio (entre el vidrio y la madera), suele poner fotos, la estampita de algún santo (el de "las causas urgentes" por ejemplo), o el recuerdo de los bautismos y las comuniones de nietos propios y ajenos.

En la cómoda y en las paredes de ese cuarto, había fotos de mis dos tías abuelas maternas (las dos que hoy están vivas), de cuando eran jóvenes. Velaban, en una de esas fotos, a una muñeca articulada (al mejor estilo Barbie), que era la réplica de una vedette devenida en actriz y gurú de Sai Baba, que había formado parte de "las chicas del" capocómico que murió al caer desde un balcón frente al mar, que ante tremendo espectáculo, se quedó perplejo.

(Aún recuerdo los puestos de diarios y revistas de ese año, de ese verano, plagados con fotos que lo mostraban a él, tirado en el suelo, y de cómo me impresionaron sus ojos, esa mirada desorbitada, de cuando la muerte aparece de repente, sin avisar, te sorprende, te encuentra dormido).

En las fotos, mis dos tías abuelas, ponían cara de "no somos nada", "a dónde fuimos a parar" o " qué se le va a hacer". Ellas lo sabían: el velorio era una parodia, de hecho, la muerta era una muñeca articulada, (con su larga cabellera rubia, platinada, atada en una colita bien alta, prolija, super tirante), que ni siquiera sabía lo que era estar viva.

Y dentro de esa parodia, vestían más para un casamiento al aire libre que para un velorio: vestidos blancos con flores de colores. Los labios de rojo intenso, verde, rosa y celeste, en los ojos, peinados recogidos, inmortalizados con cantidades exageradas de spray.

Yo era muy chica (tendría cinco o siete años) y al entrar a ese cuarto atestado de cosas (entre tantas, también había una jaula en la que "vivía" un canario de peluche), no entendía al ver las fotos, cuál era el sentido de "jugar" a velar a una muñeca que nunca había nacido.

En el living de ese mismo departamento, otros familiares míos (que no reconozco) discutían sobre unos negocios familiares. Creo que uno de ellos, era uno de los sobrinos que le debe plata a una de mis tías; la otra (tía mía) es su mamá.

Mi hermana tiraba una botella de Coca Cola de colección (muy linda, redonda, edición limitada) porque estaba vencida.

Mamá tardaba horas en poder estacionar su auto en una de las veredas de la plaza de Villa del Parque. Yo me desesperaba. En la plaza, había una feria.

No se si fue en este sueño o en otro, pero uno, que era muy amigo mío, y del cual estuve enamorada durante muchos años, creyendo que era el amor de mi vida, aceptaba que en un almacén de barrio, (de esos con jamones colgados y pilas de latas, de cuando las galletitas no se vendían en paquete, con un agujero con papel celofán por el que podías espiar las bocas de dama bañadas en chocolate, las pepitas, los anillitos de colores), le dieran un vale para lavar su auto, en lugar de una botella de bebida. Sigue siendo un pelotudo: de qué carajo me sirve ese vale (que se parece más a un boleto de calesita) para el lavadero cuando muero de sed y lo único que necesito es agua. Acaso no sabés que siempre temí morirme de sed. Qué bien hice en desenamorarme de él de la noche a la mañana. Y además ese vale no nos sirve para nada: yo nunca tuve auto y vos acabás de venderlo.