domingo, 22 de abril de 2007

Domingo

En Mendoza, no me agarra taquicardia, ni dolor de panza, ni me cuesta dormirme los domingos a la noche.
Allá los domingos uno puede dormirse tranquilo, como cualquier otro día.
Será porque también el lunes, es tan diferente al lunes de la ciudad, que ya viene cargado desde el domingo al atardecer, con la depresión de la caída del sol.

Un lunes en Mendoza me resulta más tranquilo (y pintoresco) que un domingo en Buenos Aires.

Los lunes, y a pesar de que en este pueblo no hay cines ni teatros, hay espectáculo: a las cuatro, cuatro y media de la tarde, los negocios empiezan a remolonear con las caricias de lampazo que sus dueños o empleados les regalan a sus veredas, como si todos (cada uno en su lugar) fueran al ritmo de una misma melodía. Y es tan perfecta la sincronización, que dá la sensación de que ellos escuchan una orquesta, que está, que existe, que suena fuerte, pero que es "muda" para el resto, para nosotros, los que no participamos de esa coreografía especial con la cuál ellos despiertan de la siesta.