Seminario en la UP. Seminario gratis en la UP. Seminario en el que no se escuchaba muy bien al que lo daba porque "se negó a usar micrófonos" pero igual, bueno, medio que asi, inclinada hacia adelante y cuando las dos que tengo atrás no cuchichean, algo escucho.
Qué bien me sienta Palermo, con sus minitas palermitanas, claro. Las miro a todas, de arriba a abajo. Esa onda; te ponés lo mismo en Villa Urquiza y no te queda igual. Ni las botitas esas de lluvia, ni la vincha negra, ni los volados de esa remera tienen la misma caída en Palermo que en Villa Urquiza. Porque te digo, Yulai, esa es la misma remera que tengo yo, y viste que cuando camino por Díaz Colodrero, no se luce como en las veredas de Jean Jaures, Mario Bravo o Billinghurst. Al final la tía M tiene razón, "Dios está en todas partes, pero atiende en Palermo".
Pocas horas de sueño anoche. Anoche y las noches anteriores. No hay caso, no bajo de las dos y media, tres de la mañana. Por eso la chinche de cada día Yulai, si sabés que no dormir me pone peor que un bebé, y papá cada vez que regresa a la Argentina espera que su hija mayor haya madurado, y no, la misma cara de culo de los tres años, si tengo hambre o sueño, mejor perderme que encontrarme.
Y la humedad, y el pelo, y la cantidad de cosas que llevo en mi bolso, ahora hasta tapper con manzanas verdes cortadas en cuartos, porque viste Yulai que ahora puedo comer de nuevo manzanas verdes, qué avance. Otra de las cosas que creí no sucederían nunca más, pero mamá tiene razón, "todo llega".
Y acaso no hacía frío esta mañana, Yulai, si hasta parecía que se caía el cielo abajo de lo negro que estaba, pero no, dos de la tarde y el sol raja la tierra y yo me muero de calor con esta capa de paño que encima me queda larga y me piso los picos de los costados que caen en punta, y qué pasa hoy que el 109 tarda años y pensé que no llegaba al banco a pagar la tarjeta, y viste Yulai, que hay mil Citibank desparramados por la ciudad pero yo siento que si no pago en la sucursal de Villa del Parque, la cuenta no está saldada. Pero llegué y por suerte no había mucha gente, salvo un señor, sentado en una silla de ruedas en la puerta, y está con alguien usted, porque si no yo lo ayudo, o le pido al policía que lo ayude, porque yo no puedo levantarlo porque mi columna. Bueno, usted sabrá más que yo, no hace falta que le explique.
Casi las tres de la tarde y duda existencial, y Yulai te atiende el celular, aunque esté en un almuerzo de trabajo, porque sabe que podés estar en una disyuntiva entre: A) tomar un café con R (con R? al pedo, ni se te ocurra); B) irme a retozar con Uno (con Uno, te dá?) Y, viste que a veces, dá coger. No sé, peor es llorar. (No cojas ni llores, andate a casa, sola, dormí la siesta...........bah, como quieras, pero si te hace mal. Te dejo porque se me enfría el asado).
No te digo, si yo le pregunto a ella porque Yulai sabe. Ella sabe más que yo lo que a mi me hace bien. Definitivamente opción C: irme a casa y dormir. Sola. Mirá una película si estás aburrida, pero hacer por hacer, no. Aunque la que está en el DVD no, porque es de amor y vas a ponerte mal. Yulai sabe qué género recomendarte en días como hoy, en semanas como ésta, en meses como estos, y en años como éste: de tiros si, pero no te gustan, ciencia ficción tampoco, documentales un bodrio, al final de aburrida te vas a ir a coger, bueno, mirá La Era de Hielo en todo caso, pero de amor, no.
Llego a casa, y como si ya tuviera una coreografía aprendida de memoria, casi al mismo tiempo que escucho el contestador (y quién será el taradito que llama y corta), abro las cortinas, prendo la radio, hago pis, me lavo las manos, me saco el corpiño, fundamental, me recojo el pelo con broche y sapito en el flequillo que ya creció lo suficiente, enciendo la computadora, para variar, no hay internet, y casi que me hacen un favor, porque si no me quedaría horas acá sentada chateando con desconocidos y no te decía Yulai, que no tenía que aprender a usar el msn porque esto es un vicio y el tiempo que pierdo acá sentada. Entonces pongo a funcionar el lavarropas y es cierto que a las mujeres nos tranquiliza tenerlo ahí, ronroneando de fondo. Es como un placebo.
Y la siesta es lo más, es una dosis de energía, una inyección de vitaminas, es rejuvenecer. Te cambian los ojos, dice mamá cuando me despierto. Igual pensé que la migraña asesina iba a desaparecer con esta hora horizontal, pero no, sigue firme, y está por atacar con todas sus armas. Hace tres días que está por atacar, y no se decide, pero ya son más agudas las náuseas y el dolor en el cerebro, acá en el costado derecho, medio que ya no me lo banco y me está jodiendo demasiado y es un malestar que hasta me cambia el color de la piel, y la mirada, y me descargo con el operador de Fibertel, y una cosa es que me hagan un favor, y otra no tener servicio por dos (dos!) días, pero qué se creyeron. Gastón no sé cuánto fue el afortunado, porque en la parte del apellido siempre se corta, y no quería pelearme con nadie pero no sé reclamar de manera tranquila y pausada, y señora, yo la comprendo, y vos no me comprendés un carajo, porque esto es una mierda, si ya me acostumbré a no tener servicio, y por qué no mandan al técnico de una puta vez si hace semanas que lo espero. Y el pibe la tiene clara, sabe cómo manejar a una mujer descontrolada y hace oídos sordos a mis insultos: el domingo por la mañana pasarán del servicio técnico. Por mi que vengan a dormir el sábado a la noche con tal de que me arreglen este modem de mierda, pero sabés qué pasa Yulai, cuando llamo y grito, y amenazo, magicamente se soluciona el inconveniente y antes de que termine de anotar el número de reclamo, vuelve el servicio. Y al menos no chateo pero entro en la página de esa revista y voto, "qué preferís, flan o ensalada de frutas", y gana el flan con el 59% de los votos, podés creer en plena primavera?
Y me tiro en el sillón, patas para arriba, a mirar un poco de modelos angródinas en FTV, alguna que otra serie en Sony y como siempre a chequear compulsivamente si la hora del microondas coincide con la de TN. Veinte grados?, parece menos, entonces no prendo la estufa. Y menos mal que me quede en casa Yulai, absolutamente ningún sentido tenían las opciones A y B, si a mi me gusta estar sola, y sé hacerlo y además, no quiero que me suceda como en el sueño de ayer:
Un colectivo que hacía de micro escolar, daba vueltas alrededor de la plaza Devoto, y yo, entre compañeros de la primaria y los mellizos de Javier, perdía mis horas. Las más soñadas. Las más preciadas.
Esas horas que son como cuando papá nos prendía la luz del pasillo a la mañana, para que nos fuéramos despertando de a poco. O como escuchar la canción de María Elena, y a levantarse dijo la rana y cómo era esa otra del ojal?. Esas horas son como las traviata con mucha manteca y jamón cocido que nos hacía la abuela en el negocio, y ese olor a madera mezclado con el aroma del café caliente, y ese silencio, y esa penumbra, que había en Pasco, cuando el abuelo dormía la siesta sobre una frazada vieja arriba del mostrador.
Las horas soñadas son como la emoción de los primeros viajes en el 105, cuando regresaba del colegio a casa, y lo lograba sola sin morir en el intento. Porque viste Yulai que por eso que le pasó a papá yo tenía tanto miedo de no volver un día a casa, o que alguno de ustedes no volviera, y por eso Yulai yo necesito que vos me avises cuando llegás, no es que te persiga, es que asi me quedo más tranquila. Porque si no lloro, como lloré en el teatro San Martín cuando papá me dijo ya vuelvo, y pasaron siglos Yulai, te juro que fueron siglos y Elo no entendía: de qué tenés miedo, si ya viene, pero yo estaba traumada Yulai, y si ahora nos quedamos de nuevo, solas mamá y yo entre canastos de mimbre y la inmensidad del techo alto y blanco de la casa de la tía.
Las horas preciadas son las de las tres de la tarde cuando andábamos despacio por la sombra de Devoto, camino al club, con alfajores de chocolate y jugo de naranja en la mochila. Son como tomarte un helado una noche de verano. Son como cuando L. se queda a dormir en casa y lo escuchás respirar, y le agarrás la mano y le tocás el pelo.
Mis horas preciadas son como todas esas cosas que no querés que terminen nunca, como si fuera una película de esas que te encantan y aunque haya terminado y pasen los créditos en japonés y vos no entiendas nada, seguís ahí, quieta, inmóvil, mirando absorta la pantalla. Son horas para recordar y para disfrutar, como el pollo de aquel día, cuando mamá cocinó, y yo comí, sin culpa, chupándome los dedos de contenta, tranquila, feliz, otra vez.