El otro día leí que el duelo por mal de amores dura el tiempo que estuviste, multiplicado por dos. Veintidós años más enamorada de un imposible, Yulai. Osea que voy a estar hasta los cincuenta y cinco años llorando a toda hora y en todo lugar. Porque Yulai, yo lloro hasta cuando estoy acostada en la camilla de Hilda y ella me está depilando y me dice: nena, vos sos joven y tenés la vida por delante. Y te lo dice así con una seguridad y un amor de abuela, mirándote por debajo de esos anteojos de ver de cerca, y ponete de costadito ahora, y tiene razón Hilda, salí a caminar que así como cuando llorando por otro, lo conociste a él, ahora vas a cruzarte por el camino con uno nuevo. Un clavo saca otro clavo faltaba que dijera.
Pero no hay caso Yulai, y cuando Hilda termina con mi cavado profundo, no me siento con la seguridad que ella me daba cuando estaba despatarrada en su camilla, y al contrario, no estoy ni siquiera para pasar el rato hojeando esas revistas en las que Solita muestra el culo y dice: "quiero envejecer con dignidad", o Nancy posa con su tanga blanca y su camisa transparente, y con su mano derecha, insinúa tocarse una teta, y "no seré perfecta pero duermo con el más lindo", y al contrario, no tengo mucha más voluntad que para ir al super y comprar una lata de duraznos en almíbar y algunas naranjas para el jugo de mañana.
Y llego a casa, y el atún se me queda atragantado, y no puedo concentrarme en escribir, ni en mirar una película, ni en ordenar la pila de ropa que está sobre mi cama, ni en leer la columna de Beatriz, que me quedó pendiente del domingo pasado, ni lavar medias de nylon a mano, y mejor me voy a la cama Yulai, porque para no hacer ni una cosa ni la otra, mejor intentar dormir. O soñar. Y allí estuvieron Rey y su novia nueva, desfilando por los túneles húmedos de mi inconsciente depresivo:
Estábamos los tres, Rey, su novia japonesa y yo, en un departamento de un sólo ambiente, de esos que figuran en alquiler en la vidriera de una mercería, entre las Sol y Oro extra large y las cremas Avon con alcanfor. En un papel cortado con los dientes, marcador negro indeleble, pegado sobre uno de los vidrios, de manera desprolija, con pocas especificaciones: "alquilo dto san bernardo".
Había pocos objetos en ese mono ambiente en el que todavía no sé cómo estábamos conviviendo los tres. Sobre la mesada de aluminio, como si fuera un paisaje inhóspito, un frasco de detergente casi vacío, con la etiqueta gastada. La mesa de fórmica en el centro y cuatro sillas alrededor. Ni una sola tenía sano el tapizado de cuerina negro. Unas cuchetas a un lado, mi cama de dos plazas, al otro.
Paredes celestes, la puerta del baño verde agua, una virgen inmortalizada en uno de los azulejos, y "María protege nuestra casa", un ramito seco de olivo, colgado de un clavo torcido. Una mesita baja y un teléfono con disco, color "cremita", con un cable largo y enroscado, como los fideos tirabuzón.
Una Bic que no funciona, molesta sobre la mesa y mancha el mantel de hule con tinta azul.
Ella era baja, chiquita de cuerpo, aunque con unos kilos de más. La segunda japonesa "gorda" que vi en mi vida; la cajera del supermercado de Cuenca y Baigorria y ésta, tu novia en mis sueños. Vestía rara. Se hacía la cool hunter pero le faltaba glamour, de ese con el que se nace, como el que tiene Yulai cuando dice: "la rosh", o "screen touch", y "yo no puedo creer que estés tan al margen, actualizate, querés", me retás, porque vos no podés entender Yulai, que en mi cabeza sólo haya espacio para palabras o frases como plastilina, curva y contra curva, lágrima en jarrito de vidrio, aerodinámica, corriente de vida, trébol de cuatro hojas.
Botitas Nike tuneadas, jean chupín negro, remera lisa no recuerdo de qué color. Se pasaba un peine de dientes gruesos en su carré desprolijo y se reía, con él, de mi?, con esos nervios de cuando mucho con el otro todavía no te conocés, y te encontrás despertando al lado suyo, en una cama de una plaza en la que pasaste una noche incómoda y qué te importa el haber dormido abrazados si ahora tenés una contractura que no te deja respirar. Me hubiera tirado a dormir en el suelo, pensás, pero te lo callás, porque quedaría descortés hacerle saber a tu novio de hace tan pocos días que ni el hecho de haber dormido entrelazados te hace feliz esta mañana. El pelo negro y lacio, como casi todas las japonesas, pero el de ella, lucía sin vida, probaste con Pantene extra brillo? Completaba su vestimenta con campera floreada y cartera negra de fiesta, no da ni un poco.
Rey se vestía bastante mal, como siempre: jean, zapatillas de skater negras, sin cordones, con lengüeta enorme; esa remera azul marino que está toda descosida y que cuando todavía compartíamos el mismo colchón, sólo usabas para dormir. Te colgabas esa mochila desconcida para mi, agarrabas las llaves y te preparabas para salir. Con ella.
Pero al menos amanece Yulai, que no es poco, y acá me encuentro, con la radio del vecino de fondo, y la publicidad de la esponjita dorada "que dura y rinde más", con mi mesa de luz atestada de papeles, y el libro que no leo más, y el que si leo, y la crema para las manos, y el cassette con las clases de stand up que todavía no desgrabé. Con un "camino" hecho con seis pares de zapatillas en el pasillo de mi cuarto que conduce al baño, con Roberto, mi hombre de papel a medio construir, que me mira sin cabeza desde un rincón de la habitación, "con mis ganas frustradas de aprender a cocinar", pero intentando elevarme a unos centímetros del suelo más que ayer.
Y me dan ganas de salir de este círculo vicioso en el que sólo hay imágenes del ayer aferradas a las paredes de mi organismo enfermo, y por qué no reaccionaba Yulai, y me quedaba inmóvil, como un sesto de sangre, huesos y carne. Y entonces digo que si, que es hora de limpiar mis venas azules cargadas de rencor y de dolor, y me voy a ese bar grande como una mansión, con escaleras larguísimas y un gato negro, suave y silencioso, al que no le tengo miedo, y el manager de la banda de rock que presenta su primer video me sorprende a la salida del baño con mis dedos torpes intentando abrochar el último botón de mi camisa negra: qué lindos ojos tenés, seguro sos de acuario. Y qué tendrá que ver el color de ojos con los signos del zoodíaco, Yulai, pero el pelilargo con zapatos de vestir, marrones y gastados, acertó. Y seguía: a partir de los treinta años, tu ascendente pasa a ser tu signo y todo depende del decanato en el que te encuentres y, viste Yulai, que cuando pasan estas cosas, un poco pensás, y si es el amor de mi vida, y otro poco, decís, pero este rulos largos qué se pensó, que se dé media vuelta, que siga inventando canciones y videos nuevos con sus amigos rockeros y me deje a mi, comer, tomar, fumar, en paz, y qué signos, ni ojos verdes redondos como almendras, ni decanatos, ni ocho cuartos.
Pero si, soy de acuario.
Quisiera ser un pez.
Y amo el mar.