lunes, 17 de diciembre de 2007

El Caballito (Blanco)

Citada a las 16 horas para la charla, son las 16.15 y aún no abren el negocio. Debe ser un hombre bueno, pero no me animo a tocar el timbre de la casa de al lado (que es a donde él vive). Acá la siesta es sagrada, como la misa de los domingos, como el darse dos besos, (uno en cada mejilla), como el "que andes bien", de cada despedida.
A los quince minutos escucho ruidos y se abre la puerta (la de la casa, no la del negocio). Es él, que sale con su bicicleta y una valija; se va "A llevar esta valija y a buscar un par de cierres que necesito. Si me espera, son quince minutos", dice. Si, claro, lo espero.

Mientras tanto observo a través del vidrio de la puerta, qué hay adentro del negocio, y encuentro de todo: cierres, retazos de telas; sobre el mostrador una pelota de cuero descansa desinflada de las patadas a las que está acostumbrada; pomada para zapatos, plantillas, cordones, hebillas de cinturones , alimento para perros, gatos, conejos, y "piedritas sanitarias"; cuchillos, con sus fundas de cuero, patas de rana, camisetas de diferentes equipos de fútbol, pelotas de metegol, de ping pong, pelotitas de goma, para rehabilitación.

Absorta, con la cara pegada al vidrio, mirando hacia adentro del negocio, como si del otro lado hubiera una juguetería llena de las cosas que más me gustaban de chica, y como si yo tuviera cinco años, mi impaciencia me llama la atención y me saca, bruscamente de ese recuerdo, me avisa que el tiempo sigue pasando y que el dueño del negocio no regresa. Cómo me cuesta, si yo esa tarde sólo tenía "programada" la charla con este señor, por qué me desespera tanto esperar en una calle de tierra, mientras el cielo me regala ese espectáculo, cuando va pasando del celeste, al rosa, al turquesa............Los quince minutos, se hicieron cuarenta y el hombre regresa sin la valija y quejándose por lo que tardan las mujeres eligiendo botones en las mercerías, y decreta: _"nunca pero nunca, voy a vender eso, tienen más vueltas las mujeres".
Por eso no coso, le digo yo. Ni cocino...........y ahí empieza a darme una clase magistral sobre cómo conseguir que algo salga rico o bien, agregándole Amor . Y me cuenta que su señora no ha sido muy afecta a la cocina: es que le falta "eso", que es el Amor a la cocina, dice, como no entendiendo cuál es el problema de agregarle ese toque nuestro, de nuestras manos. Y sabe que el problema de que a su señora no le salga bien ningún plato es que "ella en el apuro, mezcla todo, lo hace rápido, y no hay caso, queda diferente. Cambia y no hay nada que hacer. Cambia, recalca, si se hace con amor", y se le ilumina la mirada. Y menciona a modo de ejemplo esos tallarines con estofado que hacía su madrina, con justamente, tanto amor, que no había otros como esos.

Mientras me da esta "lección", abre el negocio y va sacando los carteles que dormían adentro, y los va colgando, uno a uno, convirtiendo lo que era una fachada prolija pero sencilla (sólo en blanco y gris) en un mural de esos dignos de ser fotografiados: ellos dicen, simplemente lo que aquí se hace:
"Se realizan composturas y se cambian cierres a camperas"
"Venta de alimentos para perros y gatos"
"Colocamos: ojales en cortina, broche en ropa"
"Hacemos cortinas de lona"

Cuenta que van tratando de buscarle la vuelta al negocio porque lo que es la talabartería en si, ya no funciona como funcionaba años atrás. La gente no repara tanto las cosas, o hacen reparaciones "caseras". Hoy en día en lugar de comprar una montura nueva, o reparar la que tenían, usan una frazada con una esponja forrada. O las riendas, son reemplazadas con cintas de persianas viejas o alguna soga que andaba suelta por ahí, en lugar de usar riendas de suela, como tendría que ser, como las que tiene el caballo, por ejemplo y me señala "al bicho".

El bicho es un caballo, (de madera). También lo llama "el animal", como si tuviera vida y él no quiere pecar de mentiroso, y se cubre ofreciéndome contar "la historia que a él el contaron": La reina Victoria hizo una visita a la Argentina en el año 1890 y le trajo de regalo al gobierno argentino, unos caballos de madera. De ahí y eso si, no se sabe cómo, fueron a parar a una talabartería llamada "La Argentina", ubicada en Buenos Aires. El señor Cassino, (primer dueño y fundador de la talabartería a donde me encuentro ahora, hablando con este buen hombre) viaja a Buenos Aires a comprar mercadería porque en "La Argentina" liquidaban todo, y compra entre otras cosas........el caballo. Ante mi sorpresa por el perfecto estado que mantiene "el bicho", me explica que lo van manteniendo, y me cuenta a modo de anécdota, que hace más de quince años se pintó de color blanco, por eso la confusión o creencia de mucha gente acerca del nombre de la talabartería: si es El Caballito, o El Caballito Blanco.

Entran dos señoras a comprar "argollitas con cadenita, para llaveros". Él responde que la argollita si, las cadenitas, no, pero se las puede proveer alguna casa que venda bijouterie. Quedan como suspendidos en el tiempo y cambian de tema repentinamente: ¿Qué salen esos hilos que tiene ahí colgando, son choriceros?...........Y él, con detenimiento, muy buena predisposición y por sobre todas las cosas, con mucho amor, les va mostrando cada uno de los hilos: éste es choricero, esos otros son para tejer al crochét. Vuelve la señora a las argollitas...............qué salen? quince centavos. Lo piensa y duda: son chicas, dice, pero igual las voy a llevar, resuelve.

Se mudó a este último local, el primer lunes de diciembre (de 2006). Lo construyó en parte de lo que era el patio de su casa porque el anterior, que era alquilado, se lo pidieron para instalar un ciber. Ahora a donde estaba la talabartería El Caballito, (sea Blanco, o del color que sea), ya no hay de retazos de lona, cierres, ni almohadones, esperando ser reparados por las manos de este hombre de andar cansino; sino impresiones color, cámaras web y juegos en red. Quienes están acostumbrados al correo electrónico, lo virtual y desechable, en lugar de reparar su vieja riñonera de cuero, seguramente compren otra, más moderna, con tela dry fit y colores estridentes en alguna casa de deportes, también nueva y ambientada al mejor estilo de las de Capital Federal, en este pueblo que duerme la siesta, eso si, religiosamente, y sigue usando el lampazo para limpiar sus veredas hasta dejarlas brillosas como una pista de baile en la que aún los bailarines no han posado siquiera un pie.

Un hombre viene a dejar su campera de trabajo para que le cambien el cierre y pregunta por la vitrina que está a la venta y por la que "para levantarla se necesitan cuatro personas, imagínese usted el material del que está hecha". Sale $ 500. -, nada comparado con los años, su historia y los secretos que ella "guarda" en su interior. Pero el cliente va por más, quiere la vitrina y además, quiere el caballo. "Ese no está a la venta", defiende el dueño al bicho, que no habla pero pareciera que mirara...........

Entra el proveedor de alimentos para animales pero el señor Carlos, "le tiene miedo al arroz"............"por los gorgojos", adivina el chico y lo tranquiliza diciéndole que "es una plaga de verano, tipo mosquito", pero no lo convence y Carlos le dice que en todo caso "ven la semana que viene, que por ahora, no".
Me gustaría aprender de él esa manera contundente, pero tan respetuosa, y por sobre todo, sin vueltas, de decir las cosas. De decir, no.

No hay ninguna reparación extravagante. La gente ya sabe que se hace aquí y que no. Hoy en día si llega una reparación “medio difícil”, él no la recibe, porque "nunca se metió mucho en lo que era el taller" y agrega orgulloso, que "esto en sus inicios fue hasta curtiembre", y sabían "exportar", como dicen acá, a San Luis, a menos de .........300 kilometros de ahí. Pero todo poco a poco fue decayendo, dice con cierta nostalgia.
Primero se trabajó sólo con cuero, después se han ido agregando carpas, lonas, después se agregaron las lonas para camiones, toldos de negocios, cortinas de lona. Y con respecto a la ropa, al principio, se reparaban solo camperas de cuero, el típico gamulán; luego se fueron agregando todo tipo de camperas e incluso otro tipo de vestimentas o carteras. Pero antes las carteras o cinturones eran de cuero y hoy, (él se enoja y con razón), "el material que utilizan es una porquería, cuerina o un pedazo de plástico". "Todo va cambiando", asume, y agrega no resignado, sino como quien aprender a vivir con algo nuevo: "nos hemos ido adaptando".

Hay pomadas para zapatos, tinturas, cordones, porque eso está relacionado con la talabartería, por estar relacionado con el cuero. Trabajan también el deporte y cuenta que en una época se trabajo muy bien con eso: camisetas, medias, incluso botines de fútbol. Hoy ya queda únicamente "lo elástico" y comenta orgulloso que "incluso los médicos de Rivadavia le mandan gente para la línea de rehabilitación": vendas, tobilleras, pelotitas de goma.

Él sabe que en Buenos Aires, no está tan ramificado, y el que se dedica a una cosa, se dedica a eso, únicamente, "en cambio acá, uno va agregando cositas y sabe que si no se vende hoy, se venderá mañana", dice con la sabiduría del que no le reprocha nada a la providencia.

Llega una mujer con un pantalón de corderoy "para reparar ahora mismo". Él busca entre las más de dos docenas de cajas "Snaps" que tiene en un estante y en menos de cinco minutos le coloca el botón que le faltaba. La señora se va con el pantalón reparado (por solamente un peso) y con su niño y su soldado verde que "no fue a Malvinas".