No soportás el más mínimo bullicio; apagás televisor y radio (no te gusta ni esa música ochentosa, ni los gritos que pegan los gordos de la tele cuando festejan que bajaron dos kilos novecientos gramos en una semana y que continúan en el programa). Pero empieza la vecina de arriba con sus llantos esquizofrénicos de cada día y te altera la paz que estabas intentando lograr. Por qué llora de tarde hoy, y no espera a la noche, como todos los días. No sos la única desequilibrada, pensás, y eso te tranquiliza.
Te irrita sobremanera que cada día, mamás, suegras, tías, amigos, pregunten hasta cuando te quedás en Buenos Aires, "qué vas a hacer de tu vida" (como si vivir no fuera "hacer algo") o a dónde pensás instalarte.
Estás intolerante y engordando, quizás sí, sea mejor subirse a un micro y partir. Ahora mismo.