Tampoco recordaba las cortinas del único cuarto de la planta alta (de esa casa), que era el mío. Con esas cortinas (de seda, de gasa, de tul?) de tela finita y transparente. Blancas, con ribetes en rosa.
La cama de una plaza, con acolchado también rosa, y con volados. Bien centrada, y como debe ser: a un lado la biblioteca y al otro, la mesa de luz "vestida" con la misma tela de las cortinas.
El almohadón, enorme, en la cabecera (con su color rosa y sus volados, cómo no).
Subiendo la escalera de madera clara, que crujía con cada paso nuestro, con cada pie apoyado en sus escalones, como si quisiera decir algo y no pudiera...........o no supiera qué decir, vi el esquinero en el que, cuando no me olvidaba de regarla por semanas (y no se moría), había una planta.
Anoche ocupaba ese lugar mi chaleco blanco, pero cómo es posible, si no tengo chalecos blancos. Era el mío gris, convertido en inmaculado.
Abajo, mi mamá, con el pelo más largo, más flaca, más joven, con su polera de morley verde seco, sonreía como en las mejores fotos.
Llegaba una ex compañera mía de trabajo, que en realidad tiene el pelo corto, lacio, muy prolijo, y aparecida en mi noche, teñida hasta el hartazgo, con mechones florecidos y desparejos, (algunos le llegaban hasta las tetas, caídas), semi ondulado y aún mojado, daba un aspecto de mamá de cuartetero fallecido en accidente de tránsito. Yo le abría la puerta de calle y ella me abrazaba, conmovida hasta las lágrimas. Yo no entendía por qué.
Flaca, huesuda, ojerosa, demacrada, y cómo no, con los ojos (mal) delineados en verde y celeste que combinaban de manera espantosa con su pelo tan amarillo, su rouge nacarado y su ropa, rosa.
Mucho blanco, mucho rosa, mucho volado. Mucha quinceañera a punto de caer en la peor de las pesadillas. Despierta.
(Además, en algún momento:
Yo iba a cerrar las persianas del taller, estudio, consultorio, ex oficina, que daba a la calle. Desde la parada del 105, que estaba enfrente, policías rectos, erguidos, con panzas redondas y duras que sobresalían a través del cinturón ancho, y con bigotes impostados en un negro azabache, miraban hacia mi ventana).