Anoche la que era mi cocina, (esta vez mucho más oscura) ensamblada con el comedor diario, convertida en una sala a donde se juzgaría a la mujer (ex mujer), de la alta sociedad, que fue asesinada en un country , después de (no se sabe bien), tener relaciones a la fuerza (o por propia voluntad, aunque un poco violentas).
Se la juzgaba a ella: si había sido una puta de aquellas, si era verdad que tenía más de quince amantes, o si le gustaba intercambiar parejas. Y no se buscaba al culpable, al que la estranguló con el lazo de su propia bata, (que imagino blanca, no sé si de toalla o de razo, pero me arriesgo más por este último material), con la que minutos antes, y sin sospechar que en minutos sería convertida en uno de los cadáveres más famosos de las noticias de los próximos meses, salió envuelta de la ducha.
Los abogados y los fiscales, huérfanos de justicia, con anteojos y trajes grises como sus cabelleras, sentados en largas filas de sillas, esas de madera, barnizadas, plegables, que usábamos para los cumpleaños, las navidades, y los cumpleaños o la navidad de algún vecino o familiar que las pedía prestadas.
De nuevo, más sueños para no olvidar, como era mi casa, sus sillas (las tenía olvidadas), sus rincones, su luz (y su oscuridad). Su entorno. Y cómo era yo, dentro de él.