Enfrente de nuestro "departamento tipo casa", del primer piso de esa zona pobre, había un registro civil, y arriba del registro, una cárcel.
Nuestras ventanas que daban a la calle, tenían los vidrios del lado de afuera y las persianas del de adentro. En esa zona pobre se armaban peleas y podían rompernos los vidrios aunque tuviéramos las persianas bajas, y eso era un problema porque cuando eso sucedía, (y sucedía seguido), después, aunque tuviéramos las persianas bajas, pasábamos frío porque los vidrios estaban rotos. Además, para abrir y cerrar las ventanas, teníamos que si o si, levantar las persianas.
Él era un piloto de avión y a pesar de estar recién llegado de unos de sus vuelos internacionales, tenía, cosa rara, intenciones de conversar conmigo. Sentado en el sillón del living, aún vestía su uniforme azul y blanco, con ese escudo dorado que tenía su camisa en el lado izquierdo del pecho.
_Vos ahí tenés tu escudo, yo de ese mismo lado tengo mi corazón, le decía yo sentada en la alfombra, con la espalda apoyada sobre la mesa ratona, el pelo recogido, descalza, con esas medias con lunares, viejas pero no rotas, que tengo desde hace tantos años, terminando de tomar mi leche chocolatada y haciendo ruido con la pajita, porque me gusta tomar o hacer de cuenta que tomo, aunque no quede más.
_Es difícil, no es fácil, decía él, refiriéndose a las relaciones entre hombres y mujeres, como si con eso hubiera descubierto América.
Se tocaba el pelo, negro, demasiado largo para ser el pelo de un piloto, pero prolijo, eso si.
Un amigo de la infancia me abrazaba, provocando a mi novio piloto, que se hacía el que no se inmutaba, aunque no podía disimularlo por la manera nerviosa de llevarse las manos a la cabeza, pero en el fondo, si, le reventaba que mi amigo de toda la vida me rodeara con sus brazos largos la cintura.
Julia comentaba que a la tía Betty, que era arquitecta pero en mi sueño hacía de juez de paz, le habían sacado unas fotos que habían sido publicadas en un diario de Italia. Qué interesante, comentaban otros a coro. Si, qué interesante.............(Siempre quise conocer Italia).
Sale una pareja del registro civil. Agarrados de la mano, no se sabe si por amor o por miedo a resbalarse y caerse al pisar el arroz que sus familiares y amigos les lanzan emocionados . Todos vestidos de manera elegante: trajes, pañuelos en la solapa, sandalias con tacos, sombreros, moños.
En esa misma vereda, familiares de los presos (de la cárcel que se encuentra arriba del registro civil), esperan, también emocionados, que algún padre, hijo, marido, o amante, se asome por alguna de esas diminutas ventanas desde donde una vez por semana pueden ver, como si fueran diapositivas, la vida de los otros.
Ellos también llevan pañuelos, pero no en la solapa, sino en la cabeza, para ocultar así el cuero cabelludo engrasado de tanta torta frita hecha en esos cuartos de dos por dos en los que viven más de diez personas, y que después venden en el tren camino a ver a sus presos que viven del otro lado del muro, del otro lado del mundo.
(Yo seguía en mi living, con mi piloto que insistía con el tema de lo difícil de las relaciones de pareja y mi amigo de toda la vida que ahora ya no me rodeaba la cintura, sino que me hacía masajes en los pies, que ya estaban sin las medias viejas, y se reía, (de él).)
Al ver ese espectáculo desde mi ventana, yo corría hacia mi escritorio, tomaba papel y lápiz y escribía: "el arroz que les tiran a los novios al salir del registro civil , es el que juntan los familiares de los presos (que esperan verlos asomarse) porque eso lo único que tienen para comer. Cuando no hay casamiento, los presos no comen. Se mueren de hambre. Y de tristeza".