lunes, 7 de mayo de 2007

El pasado en mis sueños

Soñé con cosas del pasado: la casa de mi abuela materna, tal cuál era cuando yo era chica y antes de que la división de la herencia y los albañiles y arquitectos arrasaran con las relaciones entre hermanos y los cimientos de esa casa que ya no es la misma pero que igual vive en algunas cosas como la heladera que era de los abuelos y que sigue ahí, enfriando nuestros corazones; a través de alguna escoba que quedó de esa época y que hoy barre los pisos nuevos; a través del placard del baño en el que la abuela guardaba los miles de frascos de cremas, productos para el pelo, jabones, con los que yo podía pasar mas de dos horas encerrada, jugando a que tenía una perfumería.

Cómo es posible que uno no recuerda cosas y en los sueños se nos manifiestan contundentes, hasta con los más mínimos detalles: el dibujo del empapelado del living, con las rasgaduras exactamente a dónde sí, al despertar, recuerdo que estaban. El rosario ese grande que colgaba de la cabecera de la cama. Hasta cosas inmateriales, como el perfume que salía del cajón de la mesa de luz a donde ella guardaba sus pañuelos, nos acerca en el sueño un recuerdo de esa infancia que también, y aunque anestesiada en la conciencia, despierta y vive en algún remoto lugar del inconsciente.


En el sueño, yo le compraba a mi prima, la parte de arriba de unas medias con bombacha. Ella había cortado un par de medias de nylon, color piel, (me resultan totalmente desagradables por como aprietan en la cintura, piernas y caderas; por el color: piel; y por la textura: el nylon, que no te deja respirar ni deja que tu piel lo haga). Me lo cobraba cincuenta pesos. Era una media destruida, ni más ni menos, pero el que estuviera rota y gastada lo hacía cool y yo pagaba por eso.

El resto de los habitantes de mi sueño, eran comensales sentados en una gran mesa familiar que estaba en el living. Mientras tanto, yo, frente al espejo del cuarto de mi abuela, me probaba ese short (roto, feo, caro, ridículo) que me había vendido mi prima y corroboraba cuán flacas estaban mis piernas.