miércoles, 22 de octubre de 2008

Se cortó la luz

Podés creer que anoche Yulai, cuando vos ya dormías y los vecinos de arriba continuaban con el descontrol nocturno de siempre, se cortó, DE NUEVO, la luz. Es cierto que no nos podemos quejar, después de esos meses en los que se cortaba día por medio, ahora hacía como dos semanas que no pasaba. Estaba viendo en la tele Talento Argentino, algo así, como un casting de disciplinas varias. Había imitadores de voces, (hubiera sido mejor que ese chico que intentaba, y no podía, con el Pato Donald, se quedara en su casa, no es por nada)..............una nena divina que hacía yoga artístico, y hasta tres locos que tocaban una sola guitarra, juntos, zapateando contra el piso y riéndose como locos, algo muy atractivo. El jurado masculino, uno a cara de perro, el otro, con su cara de "ni", y Caty, con su simpatía y sus caderas venezolanas de siempre, que se vieron interrumpidas por el milésimo corte de luz del mes. Pero pensándolo bien, mejor Yulai, porque justo estaba audicionando esa chica de Salta, alta y flaca, con sus botas blancas, su pelo suave, y esa voz tan dulce, sola sobre el escenario, acompañándose con su guitarra, y cantando "he perdido a mi niño". Y lo hacía con un sentimiento, Yulai, porque ella misma contó que perdió un hermanito, y por eso la eligió, porque se sentía reflejada con la letra de esa canción de cuna, de amor, de llanto. Y ahí me acordé de P, y del dolor de perder un hermano, y de cómo lloramos abrazadas ella y yo cuando nos enteramos de la noticia y nos reencontramos después de años sin vernos en esa casa grande de Belgrano. Y por qué siempre hay tiempo para un velorio y no para un cumpleaños Yulai.

Cortamos por la fuerza con el momento emotivo, y la chica con botas blancas y voz dulce, quedó debajo de la oscuridad de la pantalla de la tele. Te aseguro Yulai que este corte de luz inesperado, una noche negra de domingo, con cielo absolutamente encapotado, no me lo esperaba. Ni me gusta. Porque ni siquiera empezó a bajar la tensión como venía sucediendo, cosa de que una pueda no sé, mentalizarse al menos para el apagón.
A tientas fuimos con mamá, como pudimos, hasta el último cajón de la cocina, y entre cajas de fósforos sin uso y los guantes Mapa de repuesto, encontramos unas velas usadas, y como todavía era muy temprano y no teníamos sueño, nos pusimos a charlar, sentadas las dos en el sillón del living, con los pies sobre la mesa ratona, mientras ella comía Okebón con manteca mojadas en el té, y yo me devoraba el arroz con leche que tenía en la heladera.

Nos pusimos a recordar las últimas vacaciones en Parque del Plata, la pizza cuadrada del bar El Chuya, su dueña, gorda y con batones floreados, y la casa Cuatro Encantos, en la que pasamos el último verano juntos y donde se supo que yo estaba con algunos problemas.

La cosa fué así: después de evitar la merienda con chocolatada y churros en la playa, me fui sola a la casa. Me bañé. Me vestí con un jean y una remera enormes. Papá dijo cambiate ya y ponete esa musculosa blanca que te regalé yo, o para qué te compre ropa tan linda acaso. Esa ropa es linda para vos, a mi me gusta ésta. Si, pero te queda enorme. Si, y a mi qué me importa. Gritos, peleas, portazos, chau, agarré la bicicleta y me fui. Al bosque.
Se hizo de noche, se levantó un viento espantoso, volaban hojas, ramas. Y murciélagos. Empecé a tener miedo. Se me hacía cada vez más difícil andar en bicicleta con el viento en contra. Y como no veía nada, me perdí. Y perdí de vista todos los detalles que me ayudaban a regresar del bosque cada tarde cuando me escapaba en busca de soledad. Perdí la casa de la tía, que estaba ahí a la vuelta Yulai, pero esta vez no. O era yo la que no estaba a la vuelta de la casa, no sé. Perdí la garita de seguridad en la que jugábamos a escondernos. Perdí el banco roto, pintado de verde, en el que le dejé un mensaje de amor a A, y que me indicaba que si seguía derecho por ese camino, llegaba a la rotonda que quedaba a metros de Cuatro Encantos.
Era como una película de terror en la que yo participaba casi sin querer y en la que no sé cómo, aún sin esos detalles que en el bosque no encontraba, la garita, la casa de la tía, el banco roto pintado de verde, llegué finalmente a la rotonda que quedaba a metros de Cuatro Encantos, y vos que estabas leyendo en el porche un libro de aventuras, pudiste escuchar el estruendo de mi caída contra el piso.
Pegaste un salto a la vez que gritabas mi nombre, llamaste a papá, y salimos corriendo a hacer dedo, para llegar a la salita de primeros auxilios que también estaba perdida en medio del bosque de pinos y que yo no pude encontrar como para usar de guía y regresar, cuando intentaba escapar de mi película de terror. No tenían siquiera gasa para curarme las heridas, pero ahí nacían bebés, lo podés creer, Yulai?
Terminada la revisación y habiendo escuchado todas las indicaciones médicas: cubrite las heridas en tu casa, lavate con agua y jabón blanco todos los días, nada de arena, ojo con el mar, no corras, no andes en bicicleta, hacé reposo, ponete hielo, y comprá una faja porque las costillas rotas no se enyesan, nos fuimos caminando con papá. Él ya más tranquilo porque el mentón me había dejado de sangrar, miraba hacia adelante, y decía no te digo a los gritos, pero si de manera contundente: hasta que no me digas la verdad, no volvemos a casa. Vos decidís, por mi puedo pasarme en el bosque la noche entera, a mi no me dan miedo los muriélagos como a vos. Acaso qué pasa ahora que comés peras con yogur y no fideos, insitía. Y yo lloraba, y no hablaba. Y quería enmudecer para siempre. Y a la vez gritar, y pedir ayuda. Pensándolo bien, no era tan mala la idea de quedarnos ahí la noche entera, con la capucha del buzo rojo cubriéndome la cabeza, asi los murciélagos no se me enredaban en el pelo (a mi si me dan miedo, Yulai, mucho miedo)...........y al otro día veíamos qué pasaba. Quizás papá se olvidaba de la charla comenzada la noche anterior. Quizás yo milagrosamente, amanecía con hambre y volvía a ingerir alimento, como en los "sueños de felicidad", en los que comía pollo con la mano y me chupaba los dedos, y me daba cuenta que si, que todo había sido una pesadilla espantosa, plagada de huesos, cucharadas embrujadas de miel y ojeras negras.
Papá me contó todo, cuando volvamos a la Argentina vas a empezar un tratamiento, fué lo único que dijo mamá al otro día. Ella apoyada sobre la cómoda del cuarto que compartía con papá, con su malla naranja, y el sol iluminando sus ojos grises y sus rulos claros.

Se terminaron las Okebón y el té de mamá ya estaba helado. Yo le pasé la lengua a la compotera, en un intento desesperado por rescatar algo de arroz con leche. Las velas se habían consumido del todo.
Mamá se fué a su cama y yo me metí en la mía a leer la última revista "de moda y actualidad", que trajimos del kiosco, con la linterna Philips que me regaló papá cuando me fui a vivir sola, colgada del cuello. Con ese lazo es más cómodo, es como un teléfono con manos libres, una maravilla. A la una de la mañana, cuando ya estaba por apagar la linterna, y me levanté para hacer pis, encontré todas las luces de casa encendidas, desde qué hora estarían así, y yo quemándome las pestañas con la linternita, Yulai.

Me reí de mi y apagué una a una las luces. Recorrí la casa que ya dormía, y espié por la ventana a los vecinos de enfrente. Te cuento Yulai, la vida de ellos es siempre asi:
Ella fuma mientras lava los platos. Ella siempre está lavando los platos. Ella fuma muchísimo.
Él hace palabras cruzadas y toma Terma de manera compulsiva, en un vaso de trago largo. Sentado en una silla. De espaldas al televisor. Con calzoncillos a cuadros y ojotas Adidas con medias. Después dicen que la convivencia no mata la elegancia, dejame de joder.
Me daban ganas de sacar una silla de playa al balcón y sentarme a ver el árbol que crece justo frente a casa. Está enorme y es un atrevido, ya casi llega al quinto piso. Ojalá yo tuviera la mitad de vitalidad y fuerza que tiene el arbolito ése.
Pero al final no, nada de sillas de playa en el balcón. Apagué la última luz. Ella lavó otro vaso, encendió otro cigarrillo, él se volvió a servir Terma, ésta vez sacudió el sifón y gruñó porque estaba casi vacío guardado en la heladera, y yo me fui a la cama.

Y como no soy el árbol de enfrente, ni tengo la mitad siquiera, de su garra y su voluntad, tenía pensado dedicar el lunes entero a llorar y no comer, pero mirá vos Yulai, que amanecí a fuerza de despertador a la una y media de la tarde. Y descubrí que después de una semana había salido el sol, y en lugar de nubes negras, podía verse el celeste del cielo. "Hoy es un gran día", me dije, (que no es lo mismo que "hoy puede ser"................). Sacudí las sábanas que me tapaban hasta la cabeza, me levanté, y así como estaba: culotte con rayas negras y azules, musculosa gris, y descalza, hice el ejercicio del Pentágono:

"Tenaz me afirmo en la existencia.
Segura recorro el sendero de la vida.
Con amor protejo la esencia de mi ser.
Con esperanza en mi hacer.
Con confianza en mi pensar.
Estos cinco me guían en la existencia.
Estos cinco, me dan la vida".

Tenaz, segura, amor, esperanza, confianza, guía, VIDA. Esas fueron las palabras que Sergio subrayó en el papelito en el que me escribió los pasos a seguir para hacer el ejercicio cada mañana y encarar el día nuevo.
Yo soy tenaz, Yulai. Y soy segura. Pero a veces el miedo, se lleva mi esperanza, y pierdo la confianza, y siento que "mi" guía se desdibuja, se esfuma, como si fueran trazos hechos con carbonilla a los que no les ponés fijador. Y no me siento con la vida que tiene el árbol de enfrente, que crece con tanta fuerza que pareciera que le nacen mil hojas nuevas por hora, mirá vos. Pero me siento mejor. Y mejor es no llorar. Y alimentarse. Y nutrirse. Y limpiar con trapos de sol, los vidrios empañados de mi corazón. Y jugar a que: bailo, corro, salto, vuelo, y puedo, de nuevo, como antes, como cuando no me dolía la columna en el cerebro. Ni me dolía el amor, porque no lo conocía. Yulai, querés jugar?