Pierdo mi tiempo,
mi espacio:
puro,
absoluto.
Y mi alimento
se queda atragantado
en errores repetidos,
en la inercia y el hastío
de esas citas
con las que intento escapar
del hueco semioscuro
del sábado por la tarde,
ese que precede a la soledad,
al silencio,
a la noche vacía.
Sin ataduras,
y no por ello, libre.